Honor
Al Ayuntamiento de Granada le corresponde el beneficio de haber inventado el gazpacho de méritos, que es una sopa fría que se cocina a base de machacar en un mortero al teniente general Víctor Rodríguez Cerdido, a los Hermanos de San Juan de Dios, al poeta Rafael Alberti, al novelista José Fernández Castro y a la Virgen de la Alhambra, dicho sea simbólicamente.Todos ellos, junto con otros ingredientes que no se mencionan para no alargar indebidamente la receta, están en posesión, o lo estarán pronto, de la medalla de oro al mérito de la ciudad. La relación que hay entre un poeta comunista, un militar y una Virgen es la misma que entre un pepino, un tomate maduro y un diente de ajo: ninguna salvo cuando forman parte de la pasta esencial, el gazpacho.
Ocurre, sin embargo, en una mezcla tan heterogénea como la municipal, que no todos los componentes se comportan de la misma forma, pues unos están lozanos, otros muertos y alguno incluso disfruta de una naturaleza mineral, que siendo viva está completamente muerta. Sólo de este modo se explica la singular hazaña que el domingo tuvo que perpetrar el concejal Jesús Valenzuela para colocar la medalla correspondiente a la Virgen de la Alhambra.
El concejal fue aupado por los voluntarios y subió con la misma habilidad que el niño de la cuadrilla de los castellets, pero no bien se había estabilizado sobre el trono, quedando por un momento histórico como un surrealista figurante de la pasión, con su terno oscuro y su pelo undoso, cuando trastabilló y para evitar desnucarse no tuvo otra ocurrencia que agarrarse a la cabeza del Cristo yacente, como si fuera un clavo ardiendo. Una vez restablecido el equilibrio vino la parte más delicada: la colocación de la medalla a la Virgen en la llaga correspondiente al puñal de dolorosa. Lo clavó, sin embargo, a la primera.
Nadie ha aclarado, sin embargo, si Valenzuela llevó a cabo esta labor en su calidad de concejal de Cultura, de Deportes o de Turismo, o simplemente por una aptitud secreta para una tarea tan poco común. A pesar de su pericia hay quien piensa que sería conveniente que el concejal no colocara medallas honoríficas por un tiempo no sea que, llevado por la costumbre, atravesara accidentalmente el corazón de un homenajeado vivo o lo descabellara en el salón de plenos.
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