Ave de paso
El funcionario del ferrocarril trataba de explicarle al jefe indio las ventajas que supondría para su tribu el paso del caballo de hierro por los territorios de su reserva. "¿Cuánto tiempo", inquirió el ferroviario, "tardáis ahora en llegar con vuestros productos al mercado más próximo? "Tres lunas", respondió el jefe. "Pues bien", repuso satisfecho el funcionario, "con el ferrocarril sólo tardaríais una". "No interesar. ¿Qué hacer dos lunas restantes?", rehusó el piel roja.En un mundo en el que nadie tiene tiempo para nada, la velocidad es el tótem más venerado de la tribu, una deidad en cuyo nombre se cometen toda clase de excesos. Los velocímetros de los modernos automóviles incluyen cifras aterradoras, velocidades prohibidas que están ahí como un permanente desafío a todas las leyes y a todas las normas de circulación, que están ahí como símbolos para confirmar el poder de la máquina y reforzar el de su dueño y que son una tentación casi suicida para los aurigas más jóvenes.
Los límites de velocidad de carreteras y autopistas están para ser vulnerados a conciencia y con impunidad. Conducir respetando escrupulosamente esas señales resulta a veces más peligroso que ignorarlas, pues el conductor respetuoso no tardará en verse acosado, adelantado a diestra y siniestra e increpado por el imperioso bramido del claxon.
El avión, teóricamente el medio de transporte más rápido, está desprestigiado por el mal funcionamiento de las compañías. Con los retrasos que acumulan en la salida y la distancia entre los aeropuertos y las ciudades de destino, el automóvil resulta a veces más rentable desde el punto de vista de ahorrar esos valiosísimos minutos que luego se perderán en un atasco urbano, en una sala de espera o en la habitación de un hotel.
No importa cuánto puedan subir los carburantes, aunque los usuarios clamen indignados contra la piratería de las empresas distribuidoras, nadie está dispuesto a dejar el automóvil en el garaje. El mito de la velocidad se hace añicos en las calles de las ciudades y se estrella en las largas y previsibles caravanas de los puentes y fines de semana. No importa, la gente prefiere perder el tiempo a bordo del coche.
¿Y el tren? El AVE Madrid-Sevilla metió al tren, el de los históricos retrasos, en esta competición histérica, y el teléfono móvil convirtió cada vagón en oficina, y cada trayecto, en parte de la jornada laboral. El paisaje desfila vertiginosamente por delante de la ventanilla, pero nadie tiene ojos para él, todas las miradas están pendientes de la pantalla del vídeo. La literatura, la nostalgia y el encanto romántico de los viajes en tren desaparecieron cuando las locomotoras dejaron de ensuciar el aire con la carbonilla.
El tren de velocidad alta, un poco menos alta que la de los trenes de alta velocidad, que unirá Madrid con Valladolid a través de Segovia, era una antigua promesa de Aznar en sus tiempos de presidente de la Junta de Castilla y León. Si los socialistas sevillanos habían diseñado el AVE para ir a Sevilla, los populares castellanos lo llevarían a Valladolid en un rasgo de simetría y de poder.
En Castilla, en León y en el resto de la Península crían malvas las estaciones de los pueblos despojados de sus trenes de baja rentabilidad, los trenes bólido que atraviesan sus tierras y sus sierras por los nuevos trazados no les sirven para comunicarse, sino que les incomunican aún más porque rompen su paisaje, dividen sus fincas de labor y obstaculizan el paso de personas y animales, domésticos o silvestres. El trazado aprobado por Fomento para el TVA Madrid-Segovia-Valladolid, sin esperar el preceptivo informe sobre impacto ambiental, es tal vez el más impactante de los posibles, como denuncian y explican los ecologistas a uno y a otro lado de la sufrida sierra. La velocidad pura y dura, el ahorro de tiempo y el enriquecimiento de las empresas constructoras son los únicos argumentos a favor del tren bala, que antes de llegar a su blanco causará irreparables daños en el trayecto.
Un tren convencional directo Madrid-Segovia podría unir ambas ciudades en poco más de una hora, que el TVA podría dejar en media, a la que habría que sumar el trayecto entre la estación alejada del núcleo urbano y el centro de la villa. Quince minutos que los privilegiados segovianos podrán ahorrar también dentro de poco por la nueva y no menos impactante autopista de alto peaje que prepara Fomento para ellos. Los hay con suerte.
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