"En la burguesía del Cádiz de la posguerra había una burricie generalizada y repulsiva"
El paisaje de la posguerra estuvo marcado por la escasez, la tiranía, el fanatismo y el aislamiento. El fin de la contienda trajo consigo años de sordidez. Fue un tiempo largo, demasiado largo. Manuel Amaya Zulueta (Cádiz, 1947) ha dado forma a esos años lóbregos en su novela El León de Oro (Alianza Editorial). Ganadora del I Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, El León de Oro transcurre en el Cádiz de esa época.La novela se inicia con una cita del escritor británico Graham Greene. "A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, componen o pintan para escapar de la locura, la melancolía o el terror pánico inherente a la condición humana". Para Amaya Zulueta -así es como firma su libro- estas palabras del autor de Viajes con mi tía expresan de manera fiel su visión de la escritura. "La cita de Graham Greene refleja muy bien mi concepto de la literatura y el arte. Pienso como Freud que el arte es la válvula de salida de todos los humores interiores, que son, como mínimo, neuróticos y enfermos. El arte es la válvula de salida de ese interior enmascarado por la vida diaria y vulgar del trabajo. La literatura nos redime un poco de esa situación de amargura", señala Amaya Zulueta, que estudió Letras en Sevilla y Cádiz y ejerció de lector de español en Francia.
La novela transcurre en un Cádiz sumido en la pobreza, la brutalidad y la ignorancia. "Es el Cádiz del segundo lustro de los años cincuenta y del primer lustro de los sesenta", puntualiza el escritor. Amaya Zulueta utiliza un lenguaje rico, barroco, con muchos términos gaditanos y andaluces. Un ejemplo en el que figura el lugar que da nombre al libro muestra a las claras el estilo de Amaya Zulueta. "Pañolillo rojo con lunares blancos al cogote aceituno apuntó al padre Ardanza -un cura carancha, pescuezo de moco de pavo, baztanero rubicundo, un picha de plástico, imperecederamente arrellanado a la mesa de todos los gaudeamus y tragantonas, bebedor de cerveza por litros en la barra de El León de Oro y capellán del Ejército de África- y le estrelló el aliento de tabaco negro y coñá de garrafón en el mismo centro de la jeta:
-¿Una orejita de cerdo, padre?".
"Es posible que haya un vocabulario que aparentemente pueda resultar local. No pienso que ese vocabulario sea muy extenso. El lenguaje sufre un progresivo empobrecimiento. Muchas palabras nos empiezan a sonar como algo extraño. La literatura desvela ese fondo del idioma que no puede olvidarse. No he pretendido que la novela tenga un acentuado sesgo localista o costumbrista. También la novela se puede convertir en parábola que propulse al lector a cualquier parte de España. Creo que por debajo de la obra van dos guadianas: uno de humor, que quita hierro a muchas situaciones, y otro lírico, que endulza la visión negra de aquella España", explica el autor.
"El estilo mío, que es algo tan personal como andar o hacer el amor, está modestísimamente en una línea que empieza en Quevedo y continúa en Valle-Inclán y en el Alfonso Grosso de Florido mayo, y termina, repito que modestísimamente, en mí. El otro arroyo empieza en Baroja, continúa en Cela y termina en mí. Estoy en la encrucijada de esos dos arroyos, salvando unas distancias enormes porque esa gente escribe mucho mejor que yo", comenta.
La novela refleja el peso asfixiante de la Iglesia en la vida cotidiana. "La atmósfera eclesiástica era abrumadora. Era una atmósfera como esas cúpulas de las iglesias encima de los seres humanos. No había palabra, gesto y señal que no estuvieran controlados y revisados por el ojo de la Iglesia. Vivíamos en un insufrible y extenuante sofocón eclesiástico", dice Amaya Zulueta.
"La burguesía de aquella época hacía gala de una vulgaridad, una pesadez y una grosería tremendas. En la burguesía del Cádiz de la posguerra había una burricie generalizada y repulsiva. En cambio, las clases más menesterosas no estaban dentro de esa situación de vulgaridad, estaban un poco como al margen de ese raquitismo de los valores morales", agrega. Un cura de la novela llega incluso a arremeter contra los que no son partidarios del Real Madrid. "Se decía que el Real Madrid era el estandarte de España en el extranjero, cuando eramos la mierda de Europa. Se decía que éramos grandísimos porque ganábamos la Copa de Europa. Y aquí no había ni aceite. Había gente que presumía del Real Madrid como si fuera los Tercios de Flandes", concluye Amaya Zulueta.
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