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La sociedad civil y sus nuevos enemigos

El elemento fundamental y más legítimo de la democracia es la sociedad civil. Es ésta una verdad que a menudo se olvida en el calor de las campañas electorales. Aunque el comunismo pueda, de vez en cuando, coexistir con la propiedad privada, a veces con la empresa privada, jamás podría coexistir con una auténtica sociedad civil. El ataque más decisivo que acompañó a la instalación del poder comunista en todas partes fue el ataque contra la sociedad civil.La libertad de expresión que el comunismo suprimió de la noche a la mañana, una vez que éste cayó, se pudo reinstaurar, también, de la noche a la mañana. Pero reinstaurar la sociedad civil -las muchas formas paralelas y mutuamente complementarias en que los ciudadanos participan en la vida pública- ha sido mucho más complicado.

La razón es evidente: la sociedad civil es un organismo de intrincada estructura, muy frágil, y a veces hasta misterioso, que ha ido desarrollándose a lo largo de décadas, si no de los siglos. Por tanto, tras de muchos años en los que prácticamente no ha existido, la sociedad civil no puede ser restaurada desde arriba, o por autorización legal. Sus tres pilares -asociaciones privadas voluntarias, descentralización del Estado, delegación del poder político en entidades independientes- sólo se pueden reconstruir con paciencia.

En los diez años de transición poscomunista, nuestras nuevas élites políticas, o bien han adoptado una actitud apática respecto a la reconstrucción de la sociedad civil o bien se han opuesto a ella activamente. Tan pronto como estas élites llegaron al poder, se volvieron reacias a devolver un ápice de la autoridad estatal que heredaron. Se da la paradoja de que muchos políticos demócratas, incluso anticomunistas, ahora defienden los exagerados poderes gubernamentales que dejó como reliquia la era comunista.

Por eso es por lo que muchos colegios, hospitales, instituciones culturales y otros organismos siguen estando regidos por la Administración centralizada, aunque podrían haberse transformado en organizaciones que el Estado puede vigilar de lejos o apoyar mediante procesos transparentes. El debate sobre la descentralización del Estado se ha alargado en la República Checa durante nueve años sin que ningún departamento del Gobierno haya mostrado la más mínima voluntad de transferir sin rechistar poderes a las regiones o a los ayuntamientos. Y por eso es por lo que los impuestos siguen siendo excesivos: el Estado tiene que pagar mil cosas que no tendría que pagar si existiera una sociedad civil avanzada, porque los ciudadanos se harían cargo de ellas directamente.

Esta inercia no tiene nada que ver con la ideología. Cuando algunos políticos buscan la excusa de la ideología para negarse a reducir el poder estatal, dicen lo siguiente: "El pueblo nos ha elegido en unas elecciones; su deseo es que nosotros gobernemos. El cambio representa un ataque contra la democracia representativa. La redistribución de los recursos es tarea del Estado, y la responsabilidad del Estado central en este ámbito no se debe generalizar. Los intentos de construir o de apoyar cualquier estructura paralela no controlada desde el centro arroja dudas sobre la democracia parlamentaria en sí".

De hecho, muchos siguen interpretando la fe en la sociedad civil como izquierdismo, anarquismo o sindicalismo, y ha habido incluso quien lo ha llamado protofascismo. En la base del argumento de que la sociedad civil representa un ataque contra el sistema político está el conocido rechazo a compartir el poder. Es como si los partidos nos estuvieran diciendo: "El gobernar es asunto nuestro, así que elijan cuál de nosotros quieren, pero nada más". Absurdo: los partidos políticos, las instituciones democráticas, sólo funcionan bien cuando extraen su fuerza e inspiración de un entorno civil desarrollado y pluralista y están expuestos a las críticas de ese entorno.

La intención de la sociedad civil no es burlar al Parlamento o los partidos; lo que pretende es capacitarles para que funcionen de la mejor manera posible. Sin un fondo vivificante en forma de una sociedad civil de estructuración diversa, los partidos y las instituciones políticas se marchitan, pierden la inventiva y acaban convirtiéndose en aburridos grupos cerrados de profesionales de la política.

La sociedad civil genera el verdadero pluralismo, y el pluralismo -que lleva a la competencia- trae la calidad. En este sentido, se da una similitud entre la economía y la política: cuantas más iniciativas diferentes se permitan, mayores serán las posibilidades de que triunfen las mejores y más innovadoras entre ellas. Depender exclusivamente de la capacidad de las autoridades del Estado central o de los organismos políticos centrales para decidir siempre lo que hay que hacer y de qué manera hay que hacerlo, equipara al poder con la verdad, el concepto político más peligroso de este siglo.

Además, cuanto más estratificada esté la sociedad civil, cuanto más prospere, más estable será la política nacional. La sociedad civil evita que los ciudadanos se vean excesivamente afectados por los cambios en el centro del poder político. En los niveles más bajos, absorbe algunos de los efectos de estos cambios y hasta acaba con ellos. De este modo, facilita de hecho el cambio político, de forma que un cambio de gobierno no dé la impresión de ser un huracán que no deja nada en su sitio.

Allá donde la sociedad civil no está suficientemente desarrollada, todos los problemas rezuman hacia el poder central. Pero cuanto más poder se deje al centro, más favorables son las condiciones para que esas fuerzas se hagan con el control del país. Los comunistas lo sabían muy bien: por eso manipulaban hasta las asociaciones de apicultores.

No hace falta ser economista para descubrir que la sociedad civil se mantiene a sí misma. Cuando el presupuesto del Estado paga las cosas, se tiene que recaudar más dinero en impuestos y esas transferencias consumen cantidades considerables. En un sistema que permite desgravaciones fiscales por donativos caritativos, las instituciones benéficas reciben más dinero del que recibirían si el Estado gastara esas mismas cantidades. Aun sin desgravaciones, la sociedad civil toma sus propias iniciativas para mejorar.

Pero el aspecto más importante de la sociedad civil es otro. Permite a la gente realizarse. Los seres humanos no son sólo fabricantes, hombres de negocios o consumidores. Son también -y ésta es quizá su cualidad más íntima- criaturas que quieren estar con otras criaturas, que ansían formas diversas de coexistir y cooperar, que quieren influir en lo que pasa a su alrededor. La gente quiere que se le aprecie por lo que aporta al entorno que le rodea. La sociedad civil es una de las formas clave en que podemos desplegar nuestra naturaleza humana en su totalidad. Los enemigos de la sociedad civil lo saben; es lo que motiva su oposición a ella.

Václav Havel es presidente de la República Checa.

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