La crisis
Estamos tan faltos de verdaderas noticias políticas en el marco autonómico que el menor de los guiños lo convertimos en acontecimiento, y nada digamos si se produce una baja en el Consell, como acaba de acontecer. Los sismógrafos partidarios y periodísticos han enloquecido y los observadores más avisados, que a menudo no son sino los más temerarios, se han apresurado a sacar conclusiones tan aventuradas como sugerentes. Quien más quien menos ya se refocilaba con el espectáculo de varias cabezas cercenadas por la presunta crisis, dando por cierta la caída de la más pregonada, la del consejero de Sanidad, el estirado y cuestionado José Emilio Cervera, de quien aseguran no obstante en su propio partido que le quedan dos telediarios.Pero no hubo nada, ni se espera. El presidente Eduardo Zaplana no necesita gestos aparatosos ni relevos significativos. Tampoco los quiere, pues tiene dicho que su Gobierno navega de maravilla. Esa es, por lo visto, la velocidad de crucero que le encanta: a media máquina, sin estridencias ni novedosos objetivos. En unos pocos días inauguraremos por enésima vez la Ciudad de las Artes y de las Ciencias; Terra Mítica a reglón seguido y hasta es dable que el mismo hisopazo valga para el Museo Valenciano de la Ilustración, aunque no haya dinero bastante para pagar su escandaloso sobreprecio. Con estas efemérides se habrán colmado y con creces las expectativas de media legislatura. Hasta otoño, en que volveremos a especular acerca de los cambios posibles y otros fastos inminentes, como el trazado definitivo del AVE, por ejemplo.
No compartimos esta confortable praxis de gobierno y lamentamos tal suerte de dolce far niente porque entendemos que el presidente Zaplana conoce de sobra dónde están los cuellos de botella que lastran el futuro de este país valenciano y hasta el modo de desatascarlos. Además, es muy capaz de asumir riesgos y de dinamizar a sus gentes, como ha demostrado antes de solazarse con la navegación política placentera. Una pena, siendo así que tiene en sus manos todas las cartas para apostar fuerte y dejar una huella indeleble de su paso por la Generalitat. Pero comprendemos que nada le impele a meterse en libros de caballerías, si no se lo pide el cuerpo o sus querencias. Pues lo que es la oposición no va ponerle en un brete proponiéndole alternativas de mayor calado que el ir al rebufo de la gestión, y ni tan siquiera eso. El PP ha dormido el juego y la izquierda no está en condiciones de imponer su ritmo.
Tal es, a nuestro juicio, la crisis o doble crisis que nos habría de preocupar y no el provisorio y casi siempre irrelevante cambio de caretos en el Consell si es que éste no se propone abordar tareas más enjundiosas y vitales que las meramente recreativas y de imagen, al tiempo que desdeña los muy espaciados requerimientos de la oposición. De ésta, y durante mucho tiempo todavía, no se puede esperar gran cosa, más allá de fiscalizar algunas conductas, lo que es perfectamente legítimo, claro está. Pero un encogimiento tan manifiesto no hace sino acentuar las responsabilidades y posibilidades del partido gobernante. Pero el PP cree vivir en el mejor de los mundos, frustrando la gran oportunidad que le otorgaron las urnas.
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