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Siete Evas

ENRIQUE MOCHALES

Siete Evas nos parieron. Según un profesor de genética humana de la Universidad de Oxford, los europeos descendemos de siete únicas mujeres. Cuando leí la noticia, caí en la cuenta, horrorizado, de que mi novia es pariente mía, y de que Europa es un gran incesto. Siempre lo había sospechado, pero ahora mis miedos más inconfesables se han hecho realidad. El mundo es muy, muy obsceno.

Surgimos en África hace cien mil años, y sólo hace cuarenta y cinco mil que estamos en Europa. No obstante, nuestro ADN prueba que en cualquier rincón del continente la gente es una mezcla de unos pocos clanes antiguos. La gran orgía no ha hecho sino comenzar. Nosotros que alardeábamos de cierta pureza en nuestro torrente sanguíneo tenemos que rendirnos a la evidencia: esto es Sodoma y Gomorra.

Podemos mirar a reyes por encima del hombro, y palmearle la espalda a un presidente como se haría con un hermano. El Papa ya no me impresiona nada desde que sé que es un primo. Pero parece mentira que determinados homínidos hayan salido de las mismas siete mujeres prehistóricas que nos parieron a usted y a mí. Hagan la prueba y déjense bigote, a ver si se parecen a Aznar, que, por cierto, ha sido votado por un montón de parientes en los últimos comicios, así que las elecciones deberían ser anuladas por pura ética democrática.

Puesto que todos descendemos de siete únicas Evas, voy a reclamar el trono de Francia, que me parece más chic que el de España. Yo desciendo de las mismas madres que el pequeño Luis XVII, que murió de tuberculosis en la prisión parisiense del Temple, así que voy a reclamar la línea sucesoria, a ver si hay suerte.

Hay que ser consecuentes: el hombre de Cheddar, que pese a lo que pueda parecer no promociona ningún queso, tendría mucho que decir si le hubiéramos conocido hace 9.000 años. Ya que no le tenemos entre nosotros, podemos investigar nuestro origen. Si usted envía un pequeño raspado del interior de la boca a una empresa llamada Oxford Ancestors y rellena un formulario, puede averiguar de cuál de las siete mujeres primigenias desciende. Por treinta mil pesetillas, conocerá usted a la madre de las madres. Una sufrida hembra prehistórica que por lo visto se pasaba los días y las noches pariendo para poblar el mundo. Pobre mamá.

Tenía razón Jesucristo al decir que todos somos hermanos. Somos hermanos del panadero, del cura, del dentista, del pobre de la esquina, del policía, del alto ejecutivo y de nuestra vecina. Formamos una gran familia desnaturalizada que ni siquiera se reconoce al caminar por la calle, y que a menudo se niega el saludo por atávicas razones. Formamos parte de una gran tribu que olvidó.

Y, desde luego, ya no tenemos paridoras como las de antes. Con el trabajo que dan los niños y lo escasamente que se subvenciona la maternidad, no es de extrañar que pocas tengan vocación de Eva. Pero tampoco se salvan los sementales: la calidad del esperma decae como el crack de la Bolsa. Así que el panorama está muy feo y que muy, muy negro.

Nosotros aún somos productos artesanales, digamos que -ejem- manufacturados. Pero dentro de poco, el sistema será diferente y tal vez no haya Evas. La maternidad quizás se convierta en un mero recuerdo del pasado. Tener un hijo formará parte de un sencillo proceso químico en una probeta, en la cual los genes seleccionados se mezclarán como un dry martini. Todo será higiénico y rutinario. Saldremos de unos tubos de ensayo, y parir pasará, para siempre, a la historia.

El día que eso ocurra deberíamos recordar nuestros orígenes. ¿Y la Eva vasca que produjo hijos nacionalistas? A estas alturas, no estaría de más hacer un estudio para determinar quién fue nuestra madre primigenia, y una vez identificada, erigirle un monumento. Lo pondríamos en los Jardines de Albia: estaría en posición de parto, y Trueba la observaría desde su peana, pensativo.

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