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Noticia excesiva MIGUEL ÁNGEL AGUILAR

Sabemos que todo poder en cuanto se nuclea como tal tiende a constituirse en fuente informativa y que toda fuente informativa institucionalizada está contaminada de intereses, todo lo legítimos que se quiera, pero intereses de parte. De ahí que muchas veces la única información exenta de esas coloraciones sea la información robada, aquella que fluye fuera de control o que en ocasiones se escapa sin querer de alguno de los guiones informativos. Hay una definición de noticia, excesiva pero altamente reveladora, según la cual noticia es aquello que alguien está intentando que no se publique. Es una definición excesiva, porque despoja de su condición de noticia a un hecho cualquiera cuando nadie está pretendiendo impedir su difusión informativa, pero iluminadora de las constantes pretensiones condicionadoras del poder, de todos los poderes -los políticos, los económicos, los financieros, los regionales, los locales, los sindicales, los empresariales, los de las ONG, los religiosos, los terroristas- respecto a la información.De ahí el deber de permanentes aguafiestas que corresponde a los periodistas sin abdicaciones. Porque les incumbe la tarea de descodificar, de depurar la información de los intereses legítimos o espúreos que siempre le añaden las fuentes. Porque, en medio de la inundación informativa en que viven sus conciudadanos deben aportarles el agua potable de la intelegibilidad que devuelve sentido a las realidades, que las hace comprensibles. Y para eso, para cumplir, como decíamos ayer (véase la columna Odio y sumisión publicada en El País el pasado 9 de mayo), los periódicos y los periodistas deben mantener algún grado de independencia incluso respecto a los propietarios del invento, por lo menos cuando la gravedad de las circunstancias lo reclame.

Recuerdo ocasiones en que la independencia de un periodista quería medirse exclusivamente según los grados de hostilidad manifestada hacia el Gobierno o en particular hacia su presidente. Así sucedió en los últimos años de la presidencia de Adolfo Suárez y también en los años finales de la de Felipe González. Entonces, para quienes se erigieron en homologadores de la independencia que, por cierto, resultaban ser los previos edificadores de los pedestales de ambos políticos, era insuficiente tocar el tambor de la crítica. Merecer indulgencia de esos grandes de la comunicación y ser aceptados en su seno requería ejercer la crítica de acuerdo al ritmo que ellos exigían. Sólo así cabía entrar en el círculo virtuoso, fuera del cual habitaba el ruborizante envilecimiento del pesebrismo.

Pasados esos tiempos, se ha cambiado de orquesta y de partitura. Ahora para un periodista escatimar elogios al actual Gobierno del PP o a la figura de su presidente, José María Aznar, es un síntoma de padecer envenenamientos varios, de responder a rencores malsanos o de seguir encadenado a funestas dependencias, impuestas por el medio nocivo en que se ve obligado a trabajar. La distancia del Gobierno lejos de suponer, como antes, independencia, ha pasado a ser signo de sumisión a poderes nefandos cuyo nombre mejor es callar.

El verdadero criterio para dilucidar la independencia de un periodista, el que tiene como contraste el riesgo asumido, es el del mantenimiento de las propias convicciones cuando dejan de coincidir con las encomiadas o promovidas por el editor o el director de la publicación. Ese estado idílico, de asepsia incontaminada, de mensajero irresponsable, de espejo a lo largo del camino o de notario de los hechos, al que algunos periodistas pretenderían acogerse, es irreal.

Ningún hecho permanece igual a sí mismo después de haber sido difundido como noticia, aunque en el proceso periodístico se haya procedido con máximo escrúpulo y respeto. Informar es, siempre, de modo inevitable alterar la realidad de la que se informa, aunque sólo sea por el valor añadido de su circulación noticiosa. En la primera de sus glosas a Heráclito escribe Ángel González: "Nadie se baña dos veces en el mismo río./Excepto los muy pobres". Así también nadie queda ileso después del ejercicio del periodismo. Excepto los muy inconscientes. El próximo día hablaremos del manifiesto No nos callarán.

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