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Zabaleta y el rosario perdido del Papa

A principios de la década de los ochenta apenas existían bares en Guipúzcoa que no exhibieran orgullosos un póster-calendario que permaneció pegado a sus paredes varias temporadas. Se trataba de una fotografía un tanto difusa, por culpa de la niebla, en la que uno podía reconocer al sherpa Pasang Temba, piolet en mano e ikurriña a la vista. Temba se hallaba en la cima del Everest, fotografiado por Martín Zabaleta, de Hernani, el primer alpinista del España que conquistaba los 8.848 metros de la cumbre del Everest, que ahora se sabe que tiene dos metros más.Ocurrió el 14 de mayo de 1980. Hoy se cumplen 20 años. El caso es que la instantánea, quizá por su imperfección, evocaba sentimientos contradictorios. Iban desde la intensa sensación de frío que transmitía, a la calidez reflejada en la sonrisa del sherpa, agachado para protegerse un ápice del viento. Había épica y satisfacción por el triunfo sobre la montaña en aquel retrato congelado, en aquel instante mágico que parte de la sociedad vasca hizo suyo por aquel entonces. Zabaleta, integrante de la Expedición Tximist, pisó la cima del Everest desde la vertiente sur a las 15 horas. Demasiado tarde. Tanto que tuvo que realizar un vivac (pasar la noche al raso) muy cerca de la cima.

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Una noche dramática

Fue una noche dramática, alejada de la euforia que invadió el campo base cuando el montañero hernaniarra gritó a través de su radiotransmisor un "gora Euskadi askatuta" dirigido al resto de la expedición, que aguardaba ansiosamente noticias de su ataque a la cumbre de la montaña más alta del planeta. Esa noche, su sherpa hubiera muerto congelado de no ser por los rudos masajes que le infligió Zabaleta en las extremidades, y por los gritos y sacudidas con los que impidió que su acompañante se abandonara plácidamente a un muerte segura por congelación. Antes, camino de la cima, Zabaleta recogió el piolet de un alpinista fallecido y se lo cargó a la espalda. En esa época, el material escaseaba, por caro. Nacionalista radical de convicciones, Zabaleta, desde sus primeras entrevistas a los medios de comunicación, reivindicó siempre que el éxito no era español, sino vasco, y a modo de prueba abandonó en la cima una enseña de la organización terrorista ETA.

A cambio, y como prueba de su éxito, recuperó un rosario, obsequio del Papa Juan Pablo II al polaco Wielicki (uno de los seis hombres que coleccionan las 14 cimas más altas del planeta y que había conquistado la cima del Everest en 1979).

Sin duda, el ejemplo de Zabaleta abrió las puertas del himalayismo nacional, hoy en día en la cúspide de su popularidad. Ahora mismo, entre los expedicionarios acampados a las faldas del Everest hay tres montañeros vascos y un catalán que conocen la cumbre más alta del planeta: Alberto Zerain, Josu Bereziartua, Juanito Oiarzabal y Oscar Cadiach. También está Juan Vallejo, la mano derecha de Oiarzabal, hijo de Angel Rosen, integrante de la expedición que conoció la hazaña de Zabaleta.

Vallejo alcanzó con 23 años la cota de los 8.300 metros, por la cara sur, y su padre le espetó a su regreso a Vitoria un agradable "ni siquiera has podido llegar más alto que yo". Ahora, por la cara norte, Vallejo puede convertirse en uno de los rarísimos escaladores que completa la ascensión sin oxígeno artificial. El alpinismo vasco puede celebrar el aniversario con un nuevo hito: colocar en la cima a la primera mujer vasca, la tolosarra Edurne Pasaban, de 26 años.

Esta última -alcanzó el año pasado la altura de 8.300 metros antes de renunciar- se convertiría en la tercera alpinista del país en descubrir la cima del Everest, tras la catalana Araceli Segarra y la gallega Txus Lago. Si lo consigue, sin oxígeno y por la exigente cara norte, se encenderá de nuevo una campaña de marketing para discernir qué alpinista merece un hueco más importante en las paredes de los bares vascos.

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