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¿Pretendes algo más duro que matarme?

A punto de ser encerrada en la caverna que será su tumba, Antígona medita sobre su acción. La muerte está cerca y vacila. Ya no tiene aquel aplomo que le llevó a despreciarla cuando se enfrentó al tirano. ¿Y si se hubiera equivocado? Habría dado la vida por nada. Pero, ¿y si tuvo razón y quienes se equivocan son los que le condenaron a muerte? Entonces sólo puede haber castigo para ellos. Y Antígona lo reclama con unas palabras terribles: "¡Que no lleguen a sufrir un daño mayor que el que me afligen fuera de toda razón!" Con todo, no deja de sorprendernos el sentido de la equidad que le lleva a no desear a sus enemigos peor suerte que la suya. Ni el de la justicia. Al borde de la muerte, Antígona grita la sinrazón de sus asesinos.No hace falta abrir mucho los ojos para percatarse de que ni nos hallamos en Grecia ni de que vivimos en un sistema predemocrático -como creen quienes alientan, ejecutan y aplauden los asesinatos que eliminan al oponente ideológico-, porque entonces, tal vez entonces, podría tener vigencia la reclamación de Antígona. Sin embargo, y a esta distancia del implacable mundo descrito por Sófocles, sólo caben las atormentadoras dudas de Antígona pero, sobre todo, la manera que tiene de superarlas reafirmándose en su denuncia de la tiranía. Hay, sin embargo, un lugar en este mundo nuestro donde el desprecio por la vida y el cinismo van de par. Está poblado por individuos que, además de matar, saben que nadie puede, por impera-tivo democrático, exigir para ellos la misma suerte y así, además de pisotear la ley implantando la suya, que no es más que la del disparo, tienen la desfachatez de restregársela a los ciudadanos: vuestra ley os condena a nosotros.

Pues bien, únicamente por denunciar eso y oponerse a una concepción del mundo basada en la supresión física del discrepante -ése y no otro es el sustento ideológico de ETA: uniformizar suprimiendo, principio fundante del totalitarismo- ha vuelto a caer un ciudadano. Quienes mejor conocían a José Luis López de Lacalle y más están sufriendo por su muerte ya han dicho todo lo que había que decir sobre su vida de ciudadano ejemplar. No resta, pues, sino salir al paso de algún desafinante que ha pretendido matizar el retrato, no vaya a ser que se le enfaden aquéllos con quienes compadrea, introduciendo en su alabanza una nota restrictiva: "Independientemente de sus ideas, López de Lacalle era un hombre comprometido con la justicia y la libertad". Hasta ahora uno creía que eran precisamente las ideas lo que hacían libre, pero a lo mejor la frasecita de marras trata de decir que hay unas ideas, no desde luego las de López de Lacalle, que comprometen más con la libertad y la justicia.

Y en ésas estamos. Quienes tienen puesta la cabeza en un mañana político perfecto y solucionador hasta de las miserias personales, es decir vorazmente independiente, y han pactado para ello con el diablo, pese a que el diablo ha dejado meridianamente claro que no se va a dejar reconducir pues obedece a un diablo mayor hecho de sangre, dinamita y fuego, quienes tienen puesta la cabeza allí han perdido la perspectiva para juzgar las cosas de aquí y hasta en los cadáveres de quienes estuvieron con ellos para ha-cer posible una sociedad donde cupieran distintos proyectos políticos y se alcanzaran consensos para llevarla un poco más allá, hasta en esos cadáveres, que deberían también ser suyos, han de ver armas arrojadizas. Frente a semejante miopía no caben ya las gafas sino un merecido descanso.

La atroz pregunta clavada en el capitel de esta columna se la hizo también Antígona, la que tuvo razón en enfrentarse al tirano. No sospechaba que éste le reservaba una suerte parecida a la de su hermano, pues sepultada viva no podía acogerse al descanso de los dioses. La banda de tiranos despreciables que asesinó a José Luis, el que con Antígona se encaró al despotismo, también ha deseado reservarle una suerte peor añadiendo a la muerte la humi-llación de no enterrarle, pues a eso equivale el "jódete" que le han pintado, pero lo que ha dejado sin enterrar son sus ideas y la voz que clama justicia. Y libertad.

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