De la granja de pollos a la granja de conejos
El lector se preguntará por este extraño título, más propio de una película cómica. Pues no: entre la primera granja y la segunda median treinta y ocho años. Verán por qué: en 1961 me fui a Ginebra a estudiar ciencias políticas y tratar de entrar como traductor en las Naciones Unidas. Como gallego que soy, allí me encontré con miles de paisanos míos esparcidos por el territorio helvético, la inmensa mayoría trabajando en la agricultura, la construcción y la hostelería, y algo menos en la industria. Por aquella época, las autoridades consulares se preocupaban muy poco por los avatares de los inmigrantes españoles, y más bien los trataban con bastante desprecio, situación que duró hasta que entró como cónsul Francisco Palazón y que cambió radicalmente con el nombramiento de Francisco Condomines en 1985. Es cierto que se negociaba un convenio de seguridad social con el Estado suizo, y esto ayudó a paliar y, ya a partir de mediados de los años ochenta, a mejorar las condiciones de trabajo de los inmigrantes españoles. Pero en 1962 esas condiciones eran duras, sobre todo para el trabajador eventual que iba a trabajar nueve meses a la agricultura, la hostelería y la construcción.Dicho esto, es el momento de enlazar las dos granjas del título del artículo: en 1962 apareció un anuncio en un diario de Berna en el que se decía lo siguiente: "Gallinero recién arreglado. Agua y luz. Ideal para trabajadores eventuales extranjeros". El 21 de abril de 2000 EL PAÍS traía esta noticia: "dos personas acusadas de ofrecer trabajo a inmigrantes rumanos indocumentados a cambio de comida y el precario techo de uralita de una antigua y destartalada granja de conejos situada en Llofriu". Por lo menos los dueños suizos de la granja de pollos se gastaron algo de dinero en arreglarla y ponerle agua y luz, lo que no han hecho, parece ser, estos dos desaprensivos de la granja de conejos en el umbral del segundo milenio.
Lo que esta pasando en esta España que "va bien" en el terreno del trato a la mano de obra inmigrante no tiene, como diría mi paisano de la Terra Chá (Lugo), el señor Rouco, perdón de Dios. En mis 25 años que estuve en Ginebra, trabajando en las Naciones Unidas como traductor, conocí bien la situación del inmigrante español y eché una mano en lo que pude. Pero ya en los años sesenta los gallegos, andaluces, asturianos, etcétera, la mayoría procedentes del campo y analfabetos o semianalfabetos, llegaban a Suiza, contratatados a través del Instituto Nacional de Previsión, en unas condiciones que ya querrían para sí los trabajadores extranjeros de El Ejido o del Maresme: los agricultores suizos estaban obligados a darles vivienda y comida, además claro está de un salario, y lo mismo pasaba en la hostelería. Para los obreros de la construcción y las fábricas se construyeron, por ejemplo en el cantón de Ginebra, barracones sólidos de madera que tenían agua, luz y calefacción, y por supuesto todos tenían derecho a la asistencia médica pública. Y aún así los sindicatos suizos y las asociaciones de emigrantes españoles impulsadas por los partidos españoles de izquierda, muy particularmente el PCE, lucharon años y años porque se derribaran esos barracones y se alojara a esa gente en edificios de verdad. Me acuerdo de las innumerables declaraciones y octavillas que ayudé a redactar, o del escrito que se redactó en 1987, creo, pidiendo que en la delegación española que iba a discutir en Suiza el nuevo convenio de inmigración hubiera algún representante de las asociaciones de inmigrantes españoles, y se hizo porque Francisco Condomines fue el primer cónsul que nos avisó de la inminente negociación de ese convenio. En 1970 estalló en los cantones de Ginebra y Vaud la primera huelga en Suiza en 37 años, rompiendo así con la llamada "paz laboral" acordada por partidos y sindicatos suizos después de que tropas del Ejército suizo dispararan contra manifestantes obreros en Ginebra y murieran 13 trabajadores. Pues bien, esa huelga, llamada la huelga de la Murer, por el nombre de la constructora que tenía la contrata de las obras de la autopista de Ginebra a Lausana, fue iniciada y dirigida por obreros españoles, que protestaban por las condiciones de trabajo y las largas jornadas. Me encontraba yo entonces en Nueva York en la sede de la ONU, pero de haber estado allí habría participado en la redacción de las octavillas y del llamamiento a la huelga, pues se redactaron en casa de José Fernando Pérez Oya con su colaboración y la de José Ángel Valente, con quienes compartiría, a mi regreso de Nueva York en 1971, muchas horas de reunión y trabajo con las asociaciones de inmigrantes españoles, por ejemplo en el Ateneo Obrero montado por comunistas, anarquistas y cristianos de izquierda con la clamorosa ausencia de los socialistas.
Por eso, a mi regreso a España en 1996, después de 31 años de estancia en el extranjero, me asombró ver cómo llegan y cómo se trata a los obreros extranjeros que viene a realizar los trabajos que españoles no quieren hacer ya porque son duros y se gana poco.
El mismo proceso se produjo en Suiza, y ha sido curioso ver cómo los emigrantes italianos y españoles, los dos primeros contingentes de mano de obra extranjera en Suiza, al ir ocupando puestos de trabajo de nivel superior o instalándose por su cuenta en microempresas creadas por ellos, están siendo sustituidos por portugueses, turcos y últimamente eslavos, sobre todo serbios y kosovares. Creo que esto mismo pasará aquí y es muy posible que el primer contingente de trabajadores extranjeros que subirá en la escala social sera el latinoamericano, por razones de idioma y cultura, y dentro de veinte años veremos este Estado lleno de africanos y asiáticos. Por eso es del todo apremiante que el Gobierno de Aznar, que va a tener cuatro años de mayoría absoluta por delante, ponga en pie una política de inmigración eficaz por necesidades de orden público y de paz social, y ya que son católicos, por decencia cristiana. Si viviera Ángel Herrera Oria les echaría un rapapolvo por su ceguera, a la vista de su actuación en los sucesos de El Ejido. Y no les faltan experiencias para informarse: Alemania, Francia, Bélgica o Suiza. Tienen por ejemplo a Paco Soriano, que creo sigue de agregado laboral en Bruselas: él estaba en Suiza de inmigrante cuando yo andaba por allí y conoce perfectamente cuál era la situación en ese país en los años setenta y ochenta. ¿Por qué no le llaman a consulta?
Los gobiernos central y autonómicos tiene una bomba de relojería ante ellos, y lo mismo los empresarios españoles que emplean mano de obra extranjera. Los poderes públicos deben imponer una política de inmigración audaz y avanzada, con la colaboración y el acuerdo de los patronos por supuesto, pero si éstos ponen resistencia y trabas, el deber del Gobierno central y del PP es imponer esa política en interés de todos, aunque lo de la justicia social le parezca una milonga al presidente de la CEOE.
Juan Anllo es traductor.
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