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Tribuna
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Nacionalismos

Miquel Alberola

Les ha costado a los cabecillas autorizados del Bloc desmarcarse de la envolvente de Zaplana al nacionalismo fastoeditorial (tan disparatado como inasequible al control del Palau de la Generalitat de aquí) y del linchamiento de su brujo y promotor escénico, Eliseu Climent. Incluso han hecho fosfatina la teoría de que este partido siempre reacciona un día después de haber publicado los periódicos las reacciones de todos los demás partidos, puesto que tiempo ha que había vencido el plazo. No era necesario desnudar a Climent para guarnecer a Zaplana: había suficiente con equidistar. Sin embargo, pudo más el sustrato freudopaterno en el que chapotearon de juveniles. Jugaron al beneficio del silencio administrativo para quedar al margen de las toneladas de basura que estaba vertiendo el PP sobre sus primos con tal de anular el poco crédito que ha podido conservar en el gremio Climent, y eliminar así el peligro de que en un futuro electoral inmediato ejerciera de transfer entre esa especie de Banco Zaragozano (a efectos de activo de fusión) que es Valencians pel Canvi y el PSPV. Beneficio mutuo (PP-BNV), que es de lo que se trata, y no de reanimar el debate plasta sobre los Países Catalanes, aunque siempre quedará alguien que entre al trapo y se saque, encima, unas pesetas. Quizá por echar esa cuenta tan pedestre prefirieron la comodidad de la funda marsupial de Zaplana, cuya frondosidad les debe compensar el déficit del alfombrado de las Cortes, hasta que la cochambre desbordó ambos cálculos y el mismo día en que el PP refinó el discurso truculento por imperativo supremo tuvieron que salir y decir que se trataba de un despropósito. Tanto, que les estaba quitando suelo de debajo de los zapatos y abonando las contradiciones que provocan que el voto nacionalista, tan plural, se atasque en la trompa de Falopio de la urna o prefiera otros partidos no menos lícitos. Aunque también siempre habrá alguien con ínfulas de Vicens Vives que confunda su propio fracaso político con "l'agonia d'un poble". Sólo hay que salir a la calle para constatar que este pueblo está tan vivo -o tan muerto- como siempre, pese al psicodrama de quienes no se resignan a que la realidad les estropee el análisis.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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