El catalanismo ante el PNV XAVIER BRU DE SALA
El principal error del horror vasco es el cambio de paz por soberanismo preconizado por Arzalluz. Primero, paz por paz. Luego, no antes o mientras, se plantea lo que sea, dentro de las reglas universales de la democracia, y a ver qué proyecto gana en las urnas. Dicho eso, cabe preguntarse, ¿era legítimo, además de erróneo, el Pacto de Lizarra? Pongamos que conveniente. Si consideramos que se debía ofrecer una salida política a ETA, ¿qué más podían hacer los nacionalistas demócratas que meter a su entorno en las instituciones y asumir las propuestas de una Euskal Herria independiente y unificada, por descabelladas que sean? Lo que propusieran el PNV y EA sólo les comprometía a defenderlo, no a imponerlo. Pero ETA ha escupido sangre ajena en la mano tendida del PNV y EA y ellos todavía no la han retirado. Este es el hecho político más grave sucedido en España desde el 23-F.El segundo error es la criminalización subsiguiente del PNV. Cometer un error, aunque sea de bulto, y ser criminal son en este caso cosas muy distintas. No hay duda de que el PNV se ha metido en un callejón sin salida, pero en vez de abrirle una vía de escape, la reacción casi unánime de Madrid ha consistido en aprovechar la ocasión, brindada en bandeja, es cierto, para cargarse a ETA y al nacionalismo con una sola operación. Convertir la lucha antiterrorista en sinónimo de lucha antinacionalista equivale a empujar al PNV en el pozo de la tregua-trampa y caer luego sobre él en su interior. Una vez solidificado el armazón ideológico y moral que pretende situar irremediablemente a los nacionalistas democráticos fuera de la razón, en el territorio deleznable que marca EH, va a ser muy difícil que el PNV y EA salgan de allí por su propio pie, con lo que sólo se conseguirá profundizar el conflicto y proporcionar a ETA el lideraje efectivo del bloque nacionalista. Todo lo que dice Ibarretxe sobre el futuro está condicionado a una decisión que sólo es de ETA: seguir matando, dejar de hacerlo o, peor aún, practicar la intermitencia.
La consecuencia es que las armas de la razón democrática han pasado, por primera vez en la historia española, al lado del más fuerte. Triste consuelo si tenemos en cuenta que arrinconar al nacionalismo suprimiendo o minimizando las distinciones entre violentos y no violentos sólo conduce a sustituir un problema de terrorismo por un conflicto social de perspectivas ulsterizadas. Cuando las posiciones se distancian y fortifican, se ahondan las enemistades y el odio sube de nivel, predicar bondades es de ingenuos. Advertir riesgos, no. El mensaje del lehendakari en Barcelona (invalidación de Lizarra a causa del retorno a la violencia) es un paso en la buena dirección, pero no implica la clara y contundente deslegitimación de EH, que es lo mínimo exigible.
¿Cómo puede ayudar el nacionalismo catalán al vasco, además de aplaudir en el Parlament?, se preguntan muchos. ¿No habría que darles un poco de agua, ahora que andan tan sedientos? La sentimentalidad catalana lleva a hacerlo. Pero con mucho cuidado, una cosa es abstenerse de participar en el injusto linchamiento moral del PNV y otra pegar la mejilla catalana al rostro del PNV y EA. Cataluña está ya pagando algunos platos rotos en Euskadi, y a poco que se descuide, va a pagar con una vajilla entera. No pocos catalanistas veían en la tregua y Lizarra una oportunidad para desbloquear un reparto de poder centro-periferia a todas luces injusto para Cataluña. Pues bien, el efecto ha sido totalmente contrario. La vuelta al terror de ETA con el nuevo acompañamiento peneuvista bloquea la Constitución, el Estatut y sus posibles nuevas interpretaciones, del mismo modo que la LOAPA fue originada por el 23-F. Que la firme voluntad de Madrid consiste en no ceder un ápice más de poder, es de sobras conocido. Para Cataluña, el forcejeo democrático con el centro resulta casi siempre desalentador. Sería extraño que un jugador-árbitro renunciara a cotas de arbitraje por iniciativa propia. Sólo lo hará si se produce una rara conjunción política, casi astral. Pues bien, la persistencia del PNV en su error cierra las posibilidades, laboriosamente entreabiertas, de discutir cualquier mejora en el reparto del juego. Una cosa es compadecerse del PNV, lamentar las embestidas de que es objeto, y otra muy distinta ponerse de su lado sin antes preguntarse, ¿qué más puede hacer el PNV para causar mayor perjuicio a las aspiraciones de autogobierno de Cataluña? En las actuales circunstancias, subir al Gólgota de Arzalluz e Ibarretxe se vuelve muy cuesta arriba. Darse un batacazo por Euskadi no ayuda a Euskadi y perjudica al que se lo da.
Lejos de ello, la actitud más sensata, prudente y tal vez no la menos interesada, consiste en, además de abstenerse de participar en el auto sacramental antinacionalista oficiado desde Madrid, exigir con toda la cordialidad, simpatía y firmeza al PNV y EA no sólo que se salgan de Lizarra en vez de congelarlo, sino que no vuelvan a tener compadreo con terroristas y afines mientras las perspectivas inmediatas de paz definitiva no sean creíbles.
No hay estrategia para el PNV que posibilite seguir de la mano política de los asesinos y permanecer en terreno democrático al mismo tiempo. No la hay y no la habrá, por mucho que se esfuercen y muchos matices que quieran buscarle, mientras haya terror. Lo mínimo aceptable es una estrategia de dos tiempos, que se ha apuntado en Barcelona pero con excesiva timidez. Primero, junto a todos los demócratas, por poco que le gusten, contra el terrorismo. Luego, solamente luego, cuando todo el nacionalismo aceptase las normas democráticas, embarcarse si le apetece en un proceso soberanista. Esto después de aquello es legítimo. Lo otro, esto y aquello, no. Este es el mensaje que Ibarretxe debería haberse llevado de su visita a Cataluña. Flaco favor se le ha hecho si ha podido confundirlo con un cheque en blanco.
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