Las enseñanzas de Juan de Mairena

Juan de Mairena, trasunto de Antonio Machado, dejó escrita una frase de su maestro Abel Martín: "Ayudadme a comprender lo que os digo y os lo explicaré más despacio". Los diputados de la Asamblea de Madrid harían bien en seguir estas enseñanzas. Los diputados y el Gobierno regional. Porque en la sesión de ayer, aparentemente, nadie comprendía a nadie. Ni el vicepresidente, Luis Eduardo Cortés, al diputado socialista Julián Revenga. Ni Revenga a Cortés. Al consejero Gustavo Villapalos le sonaba a Rapsodia húngara la pregunta del diputado de IU Franco González, y el socialista Antonio Chazarra no entendía de rapsodias y aconsejaba la Resurrección, de Mahler, al pedir ayuda para el Ateneo. Un lío, vamos. Un problema, sin duda, de comprensión no de lo ajeno, sino de lo propio.

Fue Gustavo Villapalos el protagonista de la sesión de preguntas de ayer. A todo contestó, y, en más de una ocasión, dejándose llevar por un cierto afán pedagógico. A la socialista Dolores Rodríguez Gabucio, por un tiempo verbal, le detectó un lapsus -que luego no era tal- y a Franco González le ofreció un curso de lectura para que aprendiera a subsanar ciertas erratas en los escritos. Pero el diputado de IU no estaba entonces para florituras. Bastante tenía con intentar parar el ataque verbal que otro diputado del PP le hacía sotto voce y extrarreglamentariamente.

Había preguntado Franco González cómo era que se permitían obras en el entorno de la Casa de Campo, en el término de Pozuelo, sin los permisos pertinentes. Y allí fue ella, porque el diputado del PP y alcalde de esa localidad, José Martín Crespo, se le fue al escaño sin pedir ni palabra ni permiso y -según contó González- le llamó "incompetente". Hubo de pedir silencio el presidente de la Asamblea.

No era la primera vez. Ya había desalojado la tribuna de invitados por los gritos emitidos durante la respuesta que Cortés había dado a Revenga sobre el enlace entre la nacional III y la M-45. El vicepresidente había dicho que el asunto estaba en información pública, que ya se oirían las alegaciones y poco más. El socialista, pelín agrio, le recordó que la decisión que se adoptara influiría en la calidad de vida de muchas personas que viven allí -en el barrio de Santa Eugenia-, y aprovechó para decirle que estaba harto de que cada vez que le preguntaba sólo obtuviera como respuesta un "felices pascuas".

El que no estuvo muy fino fue Gustavo Villapalos. A la diputada Dolores Rodríguez Gabucio, que se quejaba de que los libreros no habían cobrado todavía los textos entregados a la Comunidad, contestó que habían cobrado todos. Y añadió una auténtica maldad:

-No se preocupe. Si ese amigo suyo no ha cobrado, ya me ocuparé yo de que lo haga.

Estuvo feo, porque la diputada no había dicho nada de ningún amigo, y, como ya no podía contestar, quedó fatal, como si fuera de su interés personal su pregunta. O el consejero o la diputada deberían haber explicado en el pleno -ella lo hizo en los pasillos- a santo de qué lo del amigo.

Tendrían que explicarlo más despacio, como enseña Mairena.