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"Nos hacía reír a todos, siempre estaba alegre"

Isabel Ferrer

La carpa instalada en el centro del patio del colegio español Cañada Blanch de Londres le dio ayer un cierto aire de misa de campaña a la ceremonia en memoria de D. P. V., el niño de 12 años asesinado el pasado domingo supuestamente por Edward Alexander Crowley, un pederasta que trató de ganarse su amistad.La mañana era gris y todos los congregados, más de 300 personas entre familiares, alumnos y profesores, contuvieron al principio el llanto. La emoción estalló cuando uno de los compañeros del chico recordó, con la voz entrecortada, sus bromas sobre las niñas y la colección de cromos que hacían. Por un momento, sólo se oyeron sollozos en un recinto dedicado hasta ayer a los juegos infantiles.

Sentados en primera fila, la madre, que había perdido a "su precioso ángel", el padrastro y el hijo de éste, que se consideraba hermano del fallecido, siguieron el acto abrumados por el dolor. Detrás les acompañaban el padre del niño y sus tres hermanas. Herido en una pierna en el forcejeo con el asesino, el hermano se ayudaba con unas muletas. Pálido y con la mirada fija en el suelo, el abatimiento había borrado de un golpe el toque entre retador e ingenuo propio de sus 15 años. Minutos antes de la misa había dicho que se encontraba bien y sólo deseaba que volviera D. La madre apenas se tenía en pie y había dejado ya muy claro lo que pensaba. La policía subestimó al agresor y no protegió a su chico.

Aunque ayer se escucharon muchas críticas a la actuación policial, en este caso "era una tragedia anunciada", dijo Rosa María Llagostera, que tiene una hija en la clase de D. Los textos escogidos por Ernesto Atanes, el capellán de la colonia española en Londres, fueron una llamada a la esperanza.

El oficiante sustituyó el sermón por una amplia semblanza del niño de la mano de sus compañeros y maestros. Al amigo que no paraba de llorar le sucedió una niña británica (el centro admite otras nacionalidades) que hizo votos porque se castigara al "desequilibrado" que asestó 20 puñaladas a D. P.

Miguel Gómez, que fuera tutor académico del pequeño durante dos años, hizo una aportación entrañable y poética que tal vez ayude a los padres a sobrellevar la pérdida. Primero leyó en voz alta el retrato del niño elaborado por sus amigos. "Nos hacía reír a todos", "era un buen portero de fútbol y un buen chico", "siempre estaba alegre", sonó una y otra vez en el patio.

A continuación, el docente parafraseó los versos en los que Rafael Alberti lamenta la ausencia del mar. "¡Qué altos los balcones de mi casa! Pero no se ve el mar. ¡Qué bajos!", decía en Marinero en tierra el poeta gaditano. "A mí me gustaría que, como él, nos asomáramos al balcón de la vida de D. y miráramos a lo que permanece para la eternidad. Su sonrisa y amistad. Hasta pronto, D. No adiós", apostilló Gómez.

A punto de concluir la misa, llegó el momento de darse la paz. Con las manos unidas y en alto, una variada congregación de españoles residentes en Londres recitaron el Padre Nuestro. Los mayores se miraron emocionados. Para sus hijos fue un respiro, casi como un juego solemne. Antes de la despedida subió al estrado una de las hermanas de D. P., que se ganó un aplauso al llamarle "tesoro". Mientras el patio era desalojado, Santiago de Mora y Figueroa, embajador de España,declinó hacer declaraciones.

Para algunos padres, la despedida fue también el momento de desahogo y las críticas. A ninguno pareció sorprenderle que el chico acabara pereciendo a manos de un delincuente conocido de la policía.

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