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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De momento, elecciones

La decisión del Gobierno de Ibarretxe de no sumarse a la movilización convocada por el Foro Ermua no impidió que miles de ciudadanos se movilizaran ayer en Bilbao "contra el fascismo y por la libertad". La incapacidad del lehendakari para liderar la respuesta ciudadana contra el último crimen de ETA es un síntoma del deterioro de la situación vasca. Algo así habría sido impensable en tiempos de Ardanza.Sin autonomía alguna respecto a su partido -paralizado, a su vez, por la resistencia de sus principales dirigentes a una rectificación que debería significar su retirada-, el Gobierno de Ibarretxe pierde autoridad moral y no es reconocido como propio por un sector de la ciudadanía que seguramente es ya mayoritario. Es una situación sin precedentes y bastante grave porque favorece las expectativas de ETA de polarización de la población y descrédito de las instituciones. Quizá unas elecciones anticipadas no arreglarían la situación, pero al menos contendrían su deterioro.

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El Gobierno vasco reconoce el riesgo de una "fractura social"

En su declaración de ayer, el Gobierno vasco acusó a Aznar de "carecer de sentido ético" y de caer en el juego de "la división y la descalificación" por sus críticas y emplazamiento al lehendakari a convocar elecciones anticipadas. Fue una torpeza de Aznar no distinguir entre su función de presidente del Gobierno y la de líder del PP. No es propio, y tampoco es prudente. Pero ello no debería ser excusa para rehuir la cuestión planteada: que Ibarretxe está en una situación imposible. Sometido al chantaje de una presencia dosificada de EH en las votaciones para no quedar en minoría, con lo que significa política y moralmente. El riesgo de que la "fractura política" se traslade a la sociedad, invocado ayer por el portavoz del Gobierno vasco, refuerza la necesidad de apelar a las urnas antes de que la deslegitimación de las instituciones se haga irreversible. La opción está entre seguir con un Gobierno dependiente del brazo político de ETA, cuya intención proclamada es acabar con las instituciones autonómicas, y la oportunidad de configurar una mayoría diferente en unas elecciones.

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El argumento nacionalista de que cuenta con los mismos apoyos que cuando se constituyó es falaz. Ibarretxe fue elegido con el respaldo de los votos de EH, con la que luego suscribió un pacto de legislatura, sólo posible por la existencia de la tregua de ETA. Por lo mismo, es también equívoco el argumento de que en unas nuevas elecciones se repetirían los resultados. Y aunque así fuera, es imposible que PNV y EA pactasen, con asesinatos como el de De Lacalle, un acuerdo político con el brazo político de la organización terrorista.

La única coartada que quedaba a los actuales dirigentes nacionalistas es la posibilidad de que consiguieran convencer a ETA de una vuelta al alto el fuego, para lo que sería más útil que PNV y EA permanecieran en Lizarra y mantuvieran el Gobierno nacionalista actual, a pesar de su debilidad. Pero ha sido ETA quien ha destruido esa coartada al decir que la tregua era una trampa para fines distintos al de la paz. Agotadas las excusas, a Ibarretxe no le queda otra salida que disolver. Por imperativo democrático y por razones morales: hoy sabemos algo que se ocultó a los electores: que detrás de la operación de Lizarra existía un pacto con ETA. Lo decente es dar oportunidad a los electores de votar. Ahora que lo saben.

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