"El escritor debe trabajar a despecho de los resultados"
Lorenzo Silva (Madrid, 1966) tuvo paciencia para escribir durante 15 años antes de publicar su primera novela. Daba su carrera por acabada, pero perseveró en su vocación y siguió escribiendo mientras dedicaba la jornada laboral a auditar cuentas y asesorar a grandes empresas en materia fiscal. En 1997, presentó su novela La flaqueza del bolchevique al Premio Nadal y quedó finalista. El desaliento no logró alcanzarle y a la segunda lo consiguió: volvió a presentarse al Nadal tres años más tarde con El alquimista impaciente y lo ganó. Su experiencia le ha llevado a la conclusión de que a un autor le conviene "la insensatez" de escribir novelas que no saldrán a la luz. "No le recomiendo a nadie este oficio de escritor si no está dispuesto a trabajar a despecho de los resultados", afirma. "Es cruel; te tienes que hacer de hormigón".El alquimista impaciente es una novela policiaca en la que la pareja de la Guardia Civil formada por el sargento Rubén Bevilacqua y su ayudante Virginia Chamorro investigan la muerte de un ingeniero de una central nuclear de vida, aparentemente, convencional. El lector no encuentra una explicación al título hasta las últimas páginas. "El título tiene justo lo que yo no he sido: poesía y simbolismo", explica Silva, quien anoche intervino en Bilbao en el Aula de Cultura de El Correo. "Trato de que el título de mis novelas en sí mismo sea una pequeña obra, aunque pueda resulta fallida, un reto para el lector".
Ganar el Premio Nadal en su edición número 56 - "una experiencia paranormal que ha conseguido que la novela esté 12 semanas en las listas de libros más vendidos", dice- le ha permitido sumar varios miles de lectores más, pero no ha cambiado su concepción sobre la narrativa y la prevalencia del fondo sobre la forma de transmitirlo. "Las novelas son artefactos hechos con palabras"; define. "Combinarlas con torpeza no es bueno. Las palabras hay que cuidarlas, pero sólo son herramientas. El novelista sobre todo debe ser un buen contador de historias; si te preocupas demasiado de las palabras te pierdes".
Silva reconoce que no reniega del género policiaco. Las referencias al trasfondo social de El alquimista impaciente, no son suyas. "Eso lo dice el editor", afirma de buen humor. "Construir bien una novela de género policiaco y que el lector se lo crea es muy difícil", prosigue. "Y tiene un peligro: funciona como un ejercicio de mirada moral de la sociedad que te rodea y tienes el riesgo de caer en el moralismo y el maniqueismo".
A Silva no le interesa sentarse a escribir una novela que persigue la caza del asesino, sino describir la vida y el entorno en que se mueven los perdedores que protagonizan sus historias. La pareja de guardias civiles de El alquimista impaciente no aportan datos definitivos sobre el crimen que investigan; sólo apuntan al lector como pudieron ser los hechos. "No sé si son posmodernos porque establecen una hipótesis, no una certeza indiscutible". Y añade una reflexión: "Es como la realidad misma".
El éxito de El alquimista impaciente no ha hecho que Silva abandone la creación para el público juvenil. Escribe para chicos de 12 a 16 años con similares parámetros al resto de su obra. "Las armas para captar al lector son las mismas: la intriga, pero sin crímenes. Siempre juego con el misterio, aunque la historia se resuelva de una manera u otra", asegura.
Los encuentros en institutos de enseñanza secundaria que su editor organiza para promocionar las obras le siguen emocionando. "Es una experiencia interesante", señala. "A los jóvenes es difícil estimularles, pero se pueden encontrar lectores entusiastas que me ponen carne de gallina".
El alqumista impaciente es la segunda entrega de los casos de Bevilacqua y Chamorro, que aparecieron por vez primera en El lejano país de los estanques (1998). Las historias de la pareja siguen bullendo en su cabeza. No tiene planes concretos, pero avanza que se siente cómodo con ellos. "Seguiré escribiendo novelas con esos protagonistas mientras no estén agotados como personajes", apunta.
La escritura gana cada vez más espacio en su vida,pero no acaba de arrinconar su profesión de asesor jurídico de una empresa eléctrica. "No me puedo quejar. He encontrado comprensión en mi empresa para dedicar más tiempo a la literatura".
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