Putin asume la presidencia en el primer relevo democrático en la historia de Rusia
La sala de San Jorge del Kremlin fue ayer escenario del acto final de la vertiginosa carrera hacia la presidencia de Rusia de un ex agente del KGB soviético cuyo nombre desconocía hace un año la inmensa mayoría de sus compatriotas. A sus 47 años, Vladímir Putin tomó posesión como jefe de Estado en el primer relevo de poder ocurrido por voluntad popular en toda la historia del país más grande del mundo. Putin suscita la esperanza de una regeneración que saque a Rusia del abismo, pero también el temor a una involución. Entre sus prioridades señaló consolidar y desarrollar la democracia.
En los ya lejanos tiempos soviéticos, había que interpretar lo que se cocía en el poder por la ubicación de los jerarcas soviéticos en la tribuna de la plaza Roja desde la que presidían el desfile del Primero de Mayo. Era uno de los síntomas de lo que llamó la kreminología, el arte de conocer las altas y bajas de popularidad interna de los miembros del Politburó y su posible ubicación en la carrera sucesoria. No menos difícil es saber ahora lo que pasa por la cabeza de Putin, empeñado en justificar su etiqueta de enigmático con sus silencios.Ayer, ni siquiera despejó la incógnita de si propondrá a la Duma a Mijaíl Kasiánov como jefe de Gobierno, aunque nombró a éste primer ministro en funciones, un indicio de sus intenciones, pero no una prueba definitiva. Eso sí, dijo que mantendrá el núcleo del actual Gabinete.
En su breve discurso de toma de posesión, Putin empleó tres veces el adjetivo "democrático" y una el sustantivo "democracia" para referirse no sólo a las prioridades de su mandato, sino también a los logros de la etapa dirigida por su predecesor y mentor, Borís Yeltsin, que le escoltaba a un paso de distancia.
"Debemos mantener y desarrollar la democracia", aseguró el nuevo presidente ruso, quien reconoció que "el establecimiento de un Estado democrático es un proceso todavía lejos de haber concluido". Putin abogó por "transformar y transfigurar el país", y defendió una Rusia "libre, rica, fuerte y civilizada", de la que sus ciudadanos estén orgullosos y que "sea respetada en el mundo".
El antiguo espía del KGB recoge una herencia de desgobierno, corrupción, burocratismo, manipulación, criminalidad e injerencia de los grandes magnates en la cúpula del poder de la que él abjura en teoría, aunque falta que plasme esas intenciones en hechos concretos.
Su promesa de destruir como clase a los oligarcas que se hicieron con medio país a precio de ganga durante la era de Yeltsin no parece encajar, por ejemplo, con su actitud ante la reciente creación de un monopolio del aluminio maquinada por Borís Berezovski, el magnate que hizo y deshizo durante años en la corte del zar Borís y que, según numerosos analistas, estuvo detrás de la operación que convirtió a Putin en delfín y le catapultó hasta el Kremlin.
Tanto como el de Putin, ayer fue el día de Yeltsin, retirado el último día del año 1999 y que probablemente tendrá que rendir cuentas ante la historia por su caótico legado, pero que logró dirigir un relevo de poder que le protege de persecuciones judiciales, ya que lo primero que hizo su sucesor es garantizarle la inmunidad.
El nuevo líder del Kremlin demostró ayer su agradecimiento a Yeltsin, que le entregó el poder en bandeja de plata, concediéndole un papel fundamental en la ceremonia, algo que no ocurrió en su día con el jefe de Estado soviético Mijaíl Gorbachov, quien, por cierto, sí que figuraba ayer entre los invitadosa la ceremonia.
El discurso de Yeltsin tuvo más sustancia que el de Putin y se convirtió en una defensa de su gestión más apasionada incluso que la que hizo al dimitir el pasado 31 de diciembre. "Escribimos la historia de la nueva Rusia desde los escombros", aseguró. A renglón seguido, dijo que defendió la libertad, impidió la dictadura, preservó un lugar importante para Rusia en el mundo, sentó las bases para que la gente viva normalmente e hizo posible un histórico relevo democrático del poder, sin golpes de Estado o revoluciones. "Esto es sólo posible", concluyó, "en un país libre que ha dejado de temer, no sólo a los otros, sino también a sí mismo".
Un panorama favorable
Elegido presidente en la primera vuelta el 26 de marzo con casi el 53% de los votos, Putin tiene muchas cosas a su favor para dar un golpe de timón en la forma de gobernar que empiece a sacar a su país de un hoyo que, por ejemplo, tiene a más de un tercio de la población por debajo del umbral de la pobreza: una coyuntura económica favorable (gracias al petróleo caro y al rublo barato), un Parlamento propicio dominado por sus aliados, una oposición débil y desorganizada, un fuerte apoyo popular alentado en su imagen de hombre joven, serio y resolutivo, y un cauto respaldo exterior de Estados Unidos y de los países claves de la Unión Europea que ni siquiera ha quebrado los excesos cometidos en la guerra de Chechenia.
Ayer, la aviación y la artillería rusas siguieron machacando a los rebeldes independentistas, mientras éstos atacaban posiciones federales en una prueba de que sigue al rojo vivo el conflicto en el que Putin se apoyó, a golpe de bombas, para pasar del cero al infinito en la política rusa en apenas ocho meses.
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