No volver con las manos vacías
José Villanueva dice que Riogordo ha cambiado mucho desde que lo viera por última vez en 1982. Que hay cabinas telefónicas por todas partes. "Antes no había teléfonos en el pueblo", murmura. Tiene 49 años pero aparenta muchos más. Habla de forma racheada y casi ininteligible, como para sus adentros. Sólo levanta la voz para asegurar que el Barça va a ser capaz de remontar el 4-1 que le metió el Valencia en el partido de ida de semifinales de la Copa de Europa. "Es que soy del Barça", se justifica.José Villanueva ha pasado mucho tiempo hablando solo. Hablando y andando por las carreteras de toda España: De Riogordo a Aranjuez, a Madrid, a Sevilla, a Logroño, a Irún, a Zaragoza, a Granada, a Murcia, a Galicia. Muchos sitios y pocas caras que recordar. Quizá por eso identifica perfectamente, a pesar de las jugarretas del tiempo, a cada uno de los vecinos de cierta edad que se va tropezando por las calles de su pueblo. Hace 18 años decidió que no podía volver. Se había marchado a Francia, a la vendimia, a ganar algún dinero para la familia. "El padre no tenía manejo", explica. Ganó 60.000 pesetas y se las gastó en los bares. En los del pueblo debía alrededor de 20.000. Y prefirió quitarse de en medio antes que regresar con las manos vacías.
"Estuve dos meses en un albergue en Málaga, pensando qué hacer, y al final me metí en un tren y me fui", narra mientras recorre las calles de su pueblo saludando aquí y allá. Los vecinos lo han recibido bien, mucho mejor de lo que esperaba. En realidad, él no esperaba ningún recibimiento. Tampoco pensaba volver. Ocurrió por casualidad: un camionero lo encontró vagando por la divisoria entre Almería y Murcia. Habló con él, se enteró de su historia y llamó al pueblo. El alcalde de Riogordo, Francisco Alarcón, y un antiguo amigo de José, se trasladaron al bar donde el camionero había logrado retenerlo, y se lo llevaron de vuelta.
"Me convencieron porque estaba chispao, que si no, me quedo hasta Navidad. Ahora en Murcia empieza la época de la tápena (alcaparra), y podía haber sacado dinero. Lo menos 500.000 pesetas", dice José. Pero lo embaucaron. Le ofrecieron una casa y un trabajo. La casa ya está en marcha; es una antigua vivienda de maestros que se está rehabilitando. Las mujeres del pueblo le han regalado sábanas, toallas y una cama para que pueda instalarse. De momento está parando en casa de su hermana María Dolores, en Málaga, y pasando reconocimientos médicos de todos los colores. "Claro, 20 años por ahí, pasando hambre y frío, no sabemos cómo está ese cuerpo", se lamenta la mujer.
Hambre sí ha sufrido, porque la mayor parte del tiempo se la ha pasado caminando de un sitio a otro, sin una ocupación fija. "Yo cogía la fruta que a veces se dejan tirada los vendedores a los lados de la carretera, o medio bocadillo que había tirado un conductor, o una cáscara de naranja. Cuando había hambre, comía cualquier cosa", cuenta José. También ha tenido algún trabajo ocasional. Ha sido cartonero, recogedor de estiércol... "Yo cogía los trabajos que nadie quería. A mí me daba igual", explica.
Los últimos ocho años los pasó en una finca situada entre Murcia y Almería. La dueña le daba alojamiento y comida a cambio de que él cuidara de los animales. También se sacaba algunos duros haciendo chapuzas para los vecinos. Pero la mayor parte del tiempo ha transcurrido en el camino, y uno de los recuerdos más gratos que guarda es el de un galgo abandonado que adoptó. "Al final lo mató un coche. Lo atropelló y lo dejó malherido. Me lo cargué a la espalda y seguí andando. Las moscas se pegaban buscando la sangre. Lo enterré en un estercolero".
Villanueva tuvo durante su exilio poco contacto con el mundo. Fue visto alguna vez por vecinos del pueblo en distintos sitios, pero siempre desaparecía antes de que hubiera ocasión de convencerlo para volver. Por los vecinos supo de la muerte de sus padres y de otras novedades del pueblo o de la familia. Lo que sí seguía al dedillo era la liga de fútbol. "Cruyff ha sido el mejor entrenador que ha tenido el Barcelona. Yo me enteré de todo lo que ganó porque me apañé una radio. Es que jugaba a la quiniela. Para volver al pueblo con dinero. Pero nunca me tocó".
Sigue corto de fondos, pero no consiente que lo inviten en el bar. Saca 1.000 pesetas y paga rumboso las cañas que ha consumido con los periodistas. "Está un poco nervioso con tanta televisión pendiente de él", dice la hermana, que lo sigue con la vista por todas partes. Igual que todos los del pueblo. "No te vayas a escapar otra vez, ¿eh, José? Que todos te queremos por aquí". José dice que no, que ya no se marcha, pero sigue rumiando el incidente que propició su vuelta. "Si no llego a estar chispao, no me traen. Me quedo por lo menos hasta Navidad".
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