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Los supervivientes de la transición

Si prescindimos de Manuel Fraga, que es un caso singular, en la medida en que es el único político que ha pasado de ser candidato a presidente del Gobierno para convertirse en presidente de una comunidad, los dos únicos políticos importantes de la transición que continúan estando en primera fila son Xabier Arzalluz y Jordi Pujol. El dato es llamativo. Únicamente en Cataluña y en el País Vasco continúan dirigiendo el partido y el Gobierno o el partido que dirige el Gobierno las mismas personas que los dirigieron en el momento de la transición. En el resto del Estado, de una manera muy temprana, como ocurrió con Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, que a principios de los ochenta dejaron de figurar entre los protagonistas principales del sistema político, o de una manera más tardía como ha ocurrido con Felipe González, quienes jugaron un papel decisivo en la transición o han dejado de ser políticos en activo o han pasado a un segundo plano. Únicamente Arzalluz y Pujol han sido capaces de resistir el paso del tiempo y continuar siendo elementos de referencia de los sistemas político vasco y catalán y, como consecuencia de ello, del sistema político español.Aunque no tengo la menor duda de que tanto Pujol como Arzalluz son personas con unas aptitudes más que notables para la acción política, no creo que el secreto de su longevidad política esté en dichas aptitudes. Una permanencia tan dilatada en el ejercicio del poder no se puede explicar sin la concurrencia de circunstancias subjetivas singulares, pero no se explica exclusivamente por ellas. Tienen que concurrir otras circunstancias objetivas que lo hagan posible. Es claro que sin el hundimiento simultáneo de la UCD y el PCE a principios de los ochenta, hubiera sido muy difícil que Felipe González se hubiera mantenido como presidente del Gobierno tanto tiempo, a pesar de su excepcional aptitud para el ejercicio del poder.

La supervivencia política de Pujol y Arzalluz es en buena medida un indicador de la supervivencia de uno de los problemas políticos al que hubo que hacer frente en la transición: el de la inserción de Cataluña y el País Vasco en la nueva estructura del Estado. Mientras que en el resto del Estado la descentralización política ha dejado de ser un problema, en Cataluña y el País Vasco continúa siéndolo. En toda España, incluidas Cataluña y el País Vasco, hay un consenso muy amplio de que el Estado de las Autonomías es muy superior a la forma de organización del pasado. Pero, mientras que en las demás comunidades autónomas hay una satisfacción generalizada entre la población sobre la posición de su comunidad en el Estado, en Cataluña y el País Vasco no es así. O al menos, los partidos nacionalistas han hecho todo el esfuerzo que han podido para que no sea así.

La afirmación de Pujol y Arzalluz como líderes incombustibles ha sido una especie de recordatorio de que los partidos nacionalistas consideraban que seguía pendiente de resolver el problema con el que se inició la transición. Era una manera de hacer visible que todavía no se había producido la integración de Cataluña y el País Vasco en la estructura del Estado de una manera satisfactoria. De ahí que el paso del tiempo no les afectara de la misma forma que a los demás y que hubiera acuerdo implícito en que sólo ellos tenían legitimidad para dirigir los partidos que dirigían sus comunidades.

Esta presunción de legitimidad es la que está tocando a su fin. De una manera más o menos inmediata, es decir, con adelanto electoral o sin él, lo que se está empezando a anticipar es la alternancia en la dirección nacionalista tanto en Cataluña como en el País Vasco. Ésa será la hora de la verdad de la estructura del Estado diseñada en la Constitución. La lealtad con las instituciones cuando se está en la oposición es la señal inequívoca de consolidación de un sistema político. Ésa es la prueba por la que va a tener que pasar en breve el nacionalismo catalán y vasco, sustituyendo a los dos líderes que lo han dirigido desde la recuperación de la democracia.

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