El repliegue de Haider
ENVIADO ESPECIALEl presidente del Gobierno regional de Carintia, el derechista Jörg Haider, de 50 años, ha cedido los trastos de la dirección del Partido Liberal (FPÖ) a su sucesora de toda confianza, la vicecanciller del Gobierno austriaco, Susanne Riess-Passer, de 39 años. Pero la sombra del caudillo populista es alargada. Desde Carintia, Haider puede convertirse en una espada de Damocles sobre el Gobierno de Viena y dedicarse, libre de compromisos, a representar su papel favorito: abogado defensor de los más débiles, y preparar con tranquilidad su candidatura a la cancillería.
A la puerta del congreso del FPÖ, en Klagenfurt, dos docenas de desangelados manifestantes blandían unos míseros carteles en los que se podía leer: "Haider no es Hitler" y "Haider no es Robin Hood". No cabe la menor duda de la certeza de ambas afirmaciones. A pesar de los intentos de sus enemigos políticos, dentro y fuera de Austria, de establecer paralelismos, Haider sólo tiene en común con el siniestro dictador poco más que la nacionalidad y ese apellido de dos sílabas que se presta a hacer rimas fáciles. El otro papel, el de Robin Hood, le agrada sin duda a Haider, que, antes de iniciar su irresistible ascensión política, coqueteó con la idea de ser actor.
Cuando van a cumplirse los 100 primeros días de gobierno, el FPÖ de Haider se encuentra enfrentado a la dura tarea de poner orden en las finanzas y aplicar a la economía austriaca una dura purga. La amarga medicina tendrán que tragársela, como así suele suceder, los más débiles, aquellos que constituyen la clientela electoral de Haider. El FPÖ, en el Gobierno de Viena, no podrá cumplir las promesas que le llevaron a conseguir casi un 27% de los votos. No se avizoran por ninguna parte los cheques para las mujeres embarazadas, ni la tarifa fiscal plana, ni muchas otras promesas.
Una consecuencia inmediata: el FPÖ ha comenzado a caer en los sondeos. El beneficiario de esta caída parece ser su socio de coalición, el democristiano Partido Popular (ÖVP). La clientela del ÖVP ha resultado menos perjudicada por las medidas del nuevo Gobierno que los seguidores de Haider.
A pesar de la unidad mostrada en su 25º Congreso de este lunes en Klagenfurt, resulta casi palpable la existencia de al menos dos corrientes en el FPÖ. Una es la del liberalismo puro y duro, representada por el ministro de Hacienda, Karl-Heinz Grasser, un joven de 31 años al que no parece que vaya a temblarle la mano a la hora de hacer tragar la purga al país. La otra la representa Haider, abogado de los débiles. Este papel de Haider permitió al FPÖ entrar a saco en las bases electorales de una socialdemocracia (SPÖ) burocratizada y desgastada por 50 años de uso y abuso del poder.
En la oposición, Haider y su FPÖ pudieron ser al mismo tiempo defensores acérrimos del liberalismo económico y paladines de los perdedores de la globalización. En el Gobierno, este juego no podía continuar. El FPÖ ha tenido que definirse y tendrá que mancharse las manos todavía mucho más. Esto tiene un coste político que Haider no parece dispuesto a pagar. Con su retirada a Carintia, Haider se lava las manos y deja el trabajo sucio a sus subalternos. Como dijo en Klagenfurt, el guía permite que la cordada le adelante al llegar a la cumbre, pero -y esto no lo expresó con palabras, aunque se le entendió- él sigue al mando de la expedición.
La doctrina se divide a la hora de analizar el significado de la retirada de Haider. Resulta curioso comparar los análisis contrapuestos de dos destacados politólogos austriacos reflejados estos días en la prensa vienesa. Anton Pelinka piensa que se trata de "una retirada estratégica" para volver con más fuerza. Para Fritz Plasser, la retirada de Haider abre un debate en el interior del FPÖ, que se encuentra ante el dilema de seguir en el Gobierno, lo que le va a costar votos, o provocar una ruptura. El politólogo apunta como posible motivo de ruptura la ampliación de la Unión Europea (UE), y cree que éste es el único escenario que haría posible el retorno de Haider.
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