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Reportaje:AULAS

Alumnos de Magisterio escenifican situaciones conflictivas de niños con problemas educativos

La clase se convierte en escenario cada miércoles y los estudiantes en improvisados actores

Carmen Morán Breña

Es la hora de clase con Eva María Padilla. Sus alumnos de Magisterio saben que no toca coger apuntes, ni aburrirse con lecciones interminables, sino aprender llevando al teatro situaciones de la vida real. Por eso, han convertido la tarima del profesor en un escenario dividido en tres habitaciones, un saloncito de una casa, un colegio y un despacho de director. Se trata de representar situaciones reales con las que se enfrentarán cuando acaben la carrera y comience su vida profesional. Serán los futuros maestros de niños con problemas educativos a los que habrán de aplicar métodos especiales.

El primer grupo de alumnos se ha disfrazado convenientemente para parecer los padres, los maestros, los profesores de apoyo y Ana, la niña con síndrome de Down, que se ha hecho un par de coletas y colgado una mochila infantil a la espalda. Se abre el telón. Mientras estos actores simulan una situación problemática parecida a la que sufren muchos padres cuyos hijos necesitan educación especial, sus compañeros, atentos, van rellenando un cuestionario a medida que se desarrolla la trama. Deberán juzgar tanto los aspectos dramáticos desarrollados por sus compañeros como el trabajo y el interés que han demostrado. Además explicarán de qué les ha servido esta experiencia didáctica ante un futuro profesional y un presente académico.A pesar de los pocos medios con que cuentan -el Instituto de Ciencias de la Educación (ICE) les ha echado una mano con una pequeña aportación económica- y del tiempo escaso de la clase, los chicos se han esmerado. Han puesto música a su actuación y, a ratos, el escenario parece una secuencia de cine mudo.

Eva María Padilla, la profesora, se ha preocupado de que sus alumnos hagan algo más en clase que tomar notas y estudiar para un examen. Este proyecto lo presentó al ICE para poner en marcha la experiencia y, a juzgar por lo que dicen los alumnos, la cosa funciona. "Nos hemos divertido mucho", dicen los actores al acabar la función. "De esta forma hemos aprendido y además les hemos explicado al resto de los compañeros las distintas enfermedades de los niños que necesitan educación especial", dice Rocío Díaz, que ha representado el papel de la madre de Ana, con síndrome de Down, y le ha tocado protestar ante los ficticios profesores porque considera que su hija tiene derecho a una educación más ajustada a sus capacidades.

El resto de sus compañeros -Carlos Gutiérrez, el padre, María García, Victoria Gallardo, las maestras incompetentes- valoran esta idea de la profesora porque es mejor "que hacer un trabajo teórico de 1.000 folios".

Cuando ha acabado el primer teatrillo, porque son dos por clase, los aplausos atruenan el aula. Los compañeros están encantados, y a pesar de ser alumnos de primer curso de carrera, jóvenes aún, no se han escuchado demasiadas risas, ni pudores infantiles que ajaran la función. Algún rubor sobre el escenario, pero es normal, ellos no son estudiantes de arte dramático, sólo quieren llegar a ser buenos maestros de educación especial, un empleo que tendrá salida si la Administración se decide a incorporar a las aulas tantos especialistas como faltan para atender a estos chicos con problemas.

En esta clase el número de alumnas es abrumador frente a la representación masculina, sin que se sepa si es por la carrera, por la tendencia universitaria en general o por pura casualidad.

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De nuevo en el siguiente grupo de teatro hay un solo actor, el que hace ora de padre, ora de alumno, Samuel Pérez, de 22 años. Este cuadro ha tratado de representar los problemas a los que se enfrentan unos padres una vez que su hija ha pasado una meningitis y sufre hipoacusia de por vida. Marina, Nieves, Horten e Irene se reparten los papeles de profesoras, médicos, madre, directora, maestra de apoyo. La protagonista, Sara (Pilar Rosales) es la niña con problemas de comunicación que se va quedando retrasada en clase porque no recibe la atención adecuada a sus necesidades. Los padres protestan y un claustro de profesores, que ya se lo quisieran para sí muchos colegios, soluciona el caso con sabiduría, generosidad y buen hacer. Fin de la comedia.

"Ensayando se pasa bien, pero en el escenario te pones un poco nervioso y se te olvida el guión, menos mal que se improvisa bien", comienzan la frase uno y la terminan otros.

"Es diferente verlo o hacerlo que tener que redactar un trabajo teórico, porque en la representación te pones en el papel de la gente con problemas y ves más claro cómo defender la realidad de esos niños. Es estar en contacto con la realidad. Esto no se te olvida".

Estos estudiantes han sabido implicar a toda la clase en su puesta en escena y la pieza parece una obra interactiva en toda regla. El momento en que todos han escenificado con gestos el relato de la vaca lechera, como si fueran niños de colegio, ha sido el clímax de la clase. Un éxito de taquilla y un sobresaliente académico.

Si de aquí a unos años los alumnos que estudian Magisterio en la rama de Educación Especial conquistan el mercado laboral muchos padres podrán estar más tranquilos. Al menos si ponen en práctica lo que ahora están aprendiendo y defendiendo con todas sus capacidades dramáticas.

Preparación específica

Los alumnos con problemas educativos especiales no siempre tienen a su disposición un profesor que se haya preparado profesionalmente para afrontar estas situaciones. Esta situación se agrava cuando estos niños comparten pupitre y clase con otros que no necesitan una atención especial y corren el riesgo de caer en el abandono por parte de los docentes que se encuentran desbordados ante conflictos de este tipo. Lo que pretende la profesora Eva María Padilla con esta nueva experiencia educativa que ha propuesto a sus alumnos es que se enfrenten con situaciones que ocurren cada día en las aulas y que, por lo general, no presentan una solución sencilla.Pero estos estudiantes de Magisterio, en la rama de Educación Especial, ahondan en los problemas planteados porque los abordan también desde un punto de vista médico. Saben las características de cada enfermedad y las dificultades que entrañan a la hora de enfrentar un aprendizaje común. No es lo mismo un síndrome de Down que una hipoacusia.

Los teatrillos en clase deben identificar perfectamente cada enfermedad y dibujar sus características y problemas más comunes. Maestros y profesores, encarnados por los alumnos de Magisterio, deberán solucionar cada uno de estos conflictos docentes que sorprenden en las aulas de cualquier colegio a diario y para los que no se dispone del personal especializado suficiente.

Es una de las quejas más comunes de los padres.

Los estudiantes de Magisterio saludan esta experiencia innovadora porque les ha alejado de los típicos trabajos teóricos y les será más fácil recordar lo aprendido.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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