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Pijos y cofrades

Los sucesos de la funesta madrugada sevillana me cogieron en París. Unos colegas franceses me saludaron una mañana con la fotocopia de la edición digital de este periódico donde se aludía a los tristes sucesos que tenían por autor a un señor del cuchillo, a una tubería que estalló o a un grupo de sujetos asociados entre sí para provocar una situación de pánico colectivo, único hecho comprobado y seguro de aquella noche. Desde entonces el señor alcalde de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla nos va dando por partes su interpretación de lo ocurrido. La última es francamente salerosa: unos niños pijos, no unos macarras, fueron los causantes de los sucesos.Las pistas surgen de los datos empíricos del señor alcalde. Nos dice que ha visto los vídeos profesionales y de aficionados y que eso le lleva a la conclusión de que eran pijos. Su forma de vestir, de ir peinados y de actuar indican a todas luces que no eran los marginados de los barrios que van a beber litronas por las calles de la ciudad. ¿Sabe el señor alcalde de Sevilla cómo se visten los jóvenes del Cerro del Águila el Domingo de Ramos? ¿Sabe nuestra máxima autoridad local cómo van vestidos el Martes Santo los jóvenes hermanos de la popular hermandad de San Benito, iglesia por cierto situada enfrente de una conocidísima cervecería visitada por sus cofrades ese día? La chaqueta azul y el pantalón gris, o el terno gris-negro de última temporada han pasado a formar parte del escenario de la Semana Santa sevillana. En esos siete días la uniformidad es completa para los que el resto del año serán ricos y pobres, pijos y macarras. El canon cofrade así lo ordena.

El asunto ha sido grave y exige que hubiera ya una explicación o información oficial por quien corresponde, él o los responsables de la seguridad. Es lamentable que diez días después de los sucesos no se haya dado todavía una explicación fiable y sólida de unos hechos que pueden sentar un desgraciado precedente en una fiesta de masas mundialmente famosa. Entretanto una autoridad como la que encabeza el gobierno de una ciudad debería destinar sus esfuerzos a eso, gobernar la ciudad, y no tanto a difundir el diccionario de argot del español actual.

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