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Eliancito

Eliancito es el hito. En la historia de la información contemporánea hay un antes y un después del cuento del "niño balsero". Todavía a millones de personas, abrumadas por las toneladas de noticias de Miami, les sorprende que un caso de esa dimensión se haya convertido en repetida primera página de los periódicos del planeta, en sucesiva portada de las revistas internacionales, en la obsesiva cabecera de los telediarios y en el punto central durante meses de la actualidad política en la Tierra. Y, por si fuera poco, aún quedan páginas y voces pendientes de un colofón que volverá a desencadenar el compulsivo clamor del periodismo.¿Se explica alguien la relación entre el suceso exacto y la magnitud de su cobertura? Probablemente aún deberá transcurrir un plazo en el proceso de puerilización global para que fenómenos así lleguen a ser asumidos sin asombro. Hasta el momento, sólo el público norteamericano se encuentra preparado para recibir a gusto los tratamientos trascendentales de casos particulares o para elevar lo individual a proporciones sin límite cuando en el centro se halla un niño. El niño, en Estados Unidos -desde donde parten estas noticias- es sagrado: carne de Dios. Pero no falta mucho para que esa consideración domine. La idea que trataba al niño como un ser frágil e ignorante ha sido reemplazada hoy por la idea del niño representante de la pureza y la verdad, al que en la escuela, según las últimas pedagogías, no se trata de "guiar" sino de favorecer en su propia expresión y en su peculiar condición de sabio. El niño, mimado de nuevos derechos, es como otro Dios o como ese "buen salvaje" a domicilio que porta en sí la esencia incontaminada de la especie.

El suceso de los dichosos González no habría pasado de ser un infortunio más agregado a las tragedias de la dictadura cubana, sin un niño por medio e insertado en la cultura moral norteamericana donde su entidad se ha amplificado mil veces en los medios de comunicación, ávidos por cocinar una materia prima divina con la que, muy pronto, han atufado las subordinadas plazas informativas del mundo entero. Esta narración, en fin, huele algo a política pero aún más a cuento escolar, a puerilidad social en ascenso, a victoria histórica de la cultura Disney.

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