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Solo en la montaña

"Al final, uno siempre se queda solo en la montaña". La sentencia de Alberto Zerain, uno de los pocos que conoce la cima del Everest, suena hilarante al pie del primer tramo de cuerdas fijas que conduce al campo 1, a 7.050 metros de altitud. Mikel Zabalza, Koldo Aldaz (ambos de la expedición Retena Odisea) y yo mismo acabamos de ajustarnos los crampones al final de un breve glaciar agrietado. Delante nuestro, una pared adornada con seracs (formaciones de hielo de hasta veinte metros de alto) conduce al famoso Collado Norte, un lugar mítico en el Himalaya.Una larguísima hilera de alpinistas se aferra ya a las cuerdas, parece no avanzar, se sacude y se retuerce a cámara lenta: ésta debe ser la famosa masificación del Everest, la montaña más solicitada que existe. La soledad de la que habla Zerain, llegará, probablemente, más alto, más tarde. Al pie del Collado Norte, uno se siente como un aficionado al fútbol en posesión de una entrada para la final de la Liga de Campeones. La estruja, la mira y sueña con disfrutar. Ünica diferencia: uno aquí puede jugar, no hay vallas que le separen a uno del césped, el campo queda abierto a las posibilidades de cada cual.

A las cinco de la mañana, la afonía de Juanito Oiarzabal, al habla con un programa radiofónico español, no ha interrumpido gran cosa: Mikel y Koldo, nerviosos, escuchan la letanía acostumbrada de banalidades sobre el frío imperante y el colapso muscular y respiratorio de los que se encaraman al campo 1.

Ha nevado por la noche y alguien, el primero en salir, deberá abrir huella, una tarea que todos quieren eludir. Empieza el juego de miradas, la guerra de nervios: por fin, sale un grupo de sherpas. A continuación, 50 personas que no disimulan su oportunismo. Tampoco nosotros. Se trata de aprovisionar el campo 1, es decir cargarse las espaldas con sacos, esterillas, hornillos, comida y tiendas. Apenas suben occidentales; las cuerdas fijas rebosan sherpas cargados con 15 kilos (el doble del peso que uno lleva) que ni siquiera se molestan en apartarse de la huella y se derrumban sobre su piolet, doblados, sujetos a la cuerda. Bien pagados o no, reconocidos en su comunidad como héroes o no, los sherpas son en realidad esclavos modernos que borran muchas de las dificultades alpinas a base de sudor. Uno de nuestros dos sherpas, Kanji, se apea 20 minutos después de empezar a andar. Se desabrocha una zamarra anacrónica y trata de respirar. Sarki, su compañero, nos confiesa que está enfermo. Tratamos de quitarle peso, le ordenamos que regrese. Ofendido, recupera su mochila y echa a andar. Tardará dos horas y media más de lo habitual en alcanzar el collado y nada más llegar a las tiendas, comenzará a cocinar.

Otro sherpa nos comenta que si logramos alcanzar la cima no nos faltará trabajo: así ocurre en Nepal. Tras explicarle que la escalada en España es mayoritariamente una cuestión de ocio, se rie de nosotros. ¿Para qué subir entonces?, se pregunta.

Su pregunta resuena en mi cabeza hasta que alcanzamos el Collado Norte, una plataforma saturada de tiendas que abre sus puertas hacia la cima. Un guía norteamericano con cuatro cho oyu y tres everest en su currículo dirige a sus sherpas; de hecho, sólo hay sherpas a nuestro alrededor, cavando plataformas para las tiendas, ordenando el material, hablando apresuradamente. Hace calor, dos grados y, abajo, la peregrinación ha engordado. Sujeto a una cuerda fija, Juanito Oiarzabal se dirige también al collado para pernoctar. Su afonía le impide hablar, sólo jadea y su amigo Iñaki Kerejeta responde por él. Una conversación curiosa. Ninguna expedición quiere adelantar al resto sus planes de ascensión, todo son evasivas. Y sin embargo, todas se apresuran a montar campos de altura, a prepararse para un asalto que se antoja lejano.

Si nada se tuerce, en los próximos cuatro días las expediciones de Retena Odisea, la de Juanito Oiarzabal, y la de Euskaltel habrán fijado parte o todo el campo 2, a 7.800 metros. ¿Y luego? Tocará descansar, regresar al campo base, quizá dormir a 3.000 metros donde el organismo puede recuperarse adecuadamente. Las fechas más solicitadas para realizar algún ataque consistente a la cima giran en torno al 20 de mayo, para aquellos que no planean usar oxígeno artificial.

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