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El sufrimiento de ser joven

Hay un gran desarrollo de la mentalización social para beneficio de los más viejos y una sensibilización del corazón respecto a los delicados derechos de los niños, pero no existe todavía una conciencia que se refiera al bienestar o el malestar de los adolescentes. En Francia, hace un año, el Ministerio de Empleo y Solidaridad y la Secretaría de Estado de la Salud solicitaron un estudio al HCSP (Haute-Comité de la Santé Publique) sobre los sufrimientos que podrían acosar a la cada vez mayor población adolescente. Cada vez mayor si se tiene en cuenta, de una parte, que la edad de la pubertad tanto psíquica como fisiológicamente se ha adelantado (en las muchachas la regla sobreviene hoy en torno a los 13 años, cuando a comienzos del siglo XX pasado era alrededor de los 17) y, de otra, que el periodo de finalización se prolonga, con la permanencia en el hogar paterno, hasta los 25 o más años.La sociedad, a partir del final de los años sesenta, tomó el modelo de la juventud como la referencia de vida y de consumo, de sentimientos y de alegre porvenir, pero ahora, la juventud, desde los adolescentes a los jóvenes adultos, se hace protagonista de dolores o trastornos como no se habían vivido antes. Este comité francés, encargado de examinar el estado de la larga adolescencia, no ha podido determinar, según el documento que entregó esta semana, las causas precisas del malestar creciente, pero los signos parecen elocuentes.

Las dificultades para encontrar trabajo en los últimos diez o quince años han sido las más visibles entre los hechos de frustración personal, pero otros motivos, menos contabilizados, han provocado un espectacular aumento en los casos de ansiedad o depresiones. Paralelamente, los casos de anorexia y de bulimia se han incrementando hasta configurar un fenómeno contemporáneo, presentándose además con una precocidad desconocida. Es el caso también de las muy tempranas explosiones de agresividad y sus exacerbaciones en formas de violencia colegial, familiar o callejera en Occidente, con el expediente extremo de los niños asesinos en Estados Unidos.

Esta nueva, prematura y larga adolescencia, más desazonada que la anterior y con adicionales problemas de inserción, con mayor absentismo y fobia a la escuela, con multiplicados conflictos familiares y dentro de familias, a menudo monoparentales, tiene al suicidio como su segunda causa de mortalidad tras los accidentes de tráfico, en los que se destaca, además, con un grado de siniestralidad desproporcionado. Hasta un 10% de adolescentes, según el informe, han desarrollado en un momento u otro una tentativa de suicidio, y hasta un 17% de ellos, aproximadamente, han anidado alguna vez la idea de matarse. Las toxicomanías, el tabaquismo, el creciente consumo de alcohol, cada vez a edades más tempranas siempre, son otros indicios que informan sobre las sevicias propias o derivadas que está soportando el periodo adolescente y de adultos jóvenes.

La juventud, ese paraje supuestamente pulimentado y feliz que todo el mundo desearía habitar, resulta ser menos hospitalario y, acaso, mucho menos confortable de lo que era. No ha cambiado, desde luego, su formidable privilegio de vivir fijado en el presente, porque el adolescente es ese ser que acaba de desprenderse del fastidioso pensamiento mágico de la infancia y no ha ingresado todavía en la penosa pulsión de computar la longitud de su futuro. En ese trance excepcional sólo existe el presente, el espacio y el tiempo de ahora y aquí, preservado de las sombrías asechanzas del fin y despojado, complementariamente, de los engorrosos fantasmas de la cuna. Pero en ese ámbito, limpio de premoniciones y de memorias, el momento absoluto se enturbia de un malestar surtido que, entre músicas rock, porros y calimochos joviales, decide en alguna parte el pesar de ser, también irremediablemente, joven.

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