Los granjeros de Zimbabue convierten el funeral de Stevens en un acto de rechazo a la violencia
El funeral por David Stevens, el primer granjero muerto hace 10 días en esta guerra de la tierra en Zimbabue, se celebró ayer en Harare. Asistieron muchos de los propietarios blancos de haciendas y los embajadores de Suecia y Noruega. No hubo representación oficial de la UE ni de España, que optaron por no contrariar al régimen en vez de efectuar un gesto público de repulsa de la violencia. La viuda, María Azcárrate, nacida en San Sebastián, rodeada de sus cuatro hijos, presidió una ceremonia emotiva en la que no faltaron críticas veladas a la política del presidente Robert Mugabe.
La sala se hallaba abarrotada. Familias de granjeros completas con la vista baja, amenazados todos por esta campaña de intimidación política en que se ha convertido el asunto de la tierra. La entrada de Azcárrate y su familia, con todos los presentes en pie, se efectuó en silencio. El sacerdote, perteneciente a la iglesia noruega, leyó un breve comunicado de la viuda en el que agradecía la presencia de todos y hacía votos por un futuro mejor en Zimbabue. En la homilía, habló de asesinato, y rechazó el término incidente (tan manejado por el vocabulario oficialista); reclamó justicia, "no para que los culpables sean torturados hasta la muerte como David sino conducidos ante los tribunales" y recordó que la violencia engendra violencia y odio. Un prolongado minuto de silencio provocó las primeras lágrimas de los asistentes. Después se escuchó música suave de Rod Steward, una canción de amor que arruinó la fortaleza de María Azcárrate. Los granjeros, en pie, entonaron una oración: decenas de hombres vestidos con trajes arrugados, estrechos, antiguos; sacados aprisa de los desvanes para parecer elegantes en un día importante. Los hijos mayores de María, Marco (15 años) y Brenda (13), apenas sujetaban las lágrimas mientras que los gemelos de dos años jugueteaban con sus biberones ajenos a su propia tragedia. El sacerdote pronunció la frase de "podéis ir en paz", con gran énfasis en la última palabra, y todos salieron ordenadamente a beber refrescos, tomar aperitivos y parlotear sobre el futuro.
Allí, en una balconada que da a una pista de exhibición ecuestre intercambiaban información. "Tengo suerte, aún no me ha tocado una invasión", musitaba un granjero del sur. "Pues yo los tengo dentro de mi hacienda desde hace dos semanas; me talan los árboles y preparan fogatas y exigen tierra". "¿Y tú qué les has dicho", pregunta un tercero muy rubio. "Que no firmo un solo papel a la fuerza".
Al fondo, cerca de una escalera que conduce a un primer piso donde la familia recibe las condolencias de los íntimos, estaba Brigitta, la madre de María Azcárrate. Habla perfectamente castellano. Es de estatura media y tiene el pelo gris muy corto. "Sé lo que es esto, yo me he quedado viuda dos veces; es necesario salir adelante, mirar hacia el futuro". Brigitta, de 60 años, se emociona cuando rememora la última vez que estuvo en la granja Arizona con María y David Stevens, pero recompone su figura con rapidez. Ni ella ni María, que se siente muy española, critican las ausencias; prefieren disfrutar con los amigos que sí se decidieron a estar con ellos.
Diez días después de la muerte de David Stevens, granjero blanco y miembro del Movimiento para el Cambio Democrático, el principal grupo de la oposición, la policía del régimen de Robert Mugabe aún no ha anunciado una sola detención, ni siquiera alguna línea en las investigaciones.
Por la versión de los granjeros secuestrados con Stevens se sabe que éste fue conducido en su propio coche el sábado 15 de marzo a una comisaría de policía en Makeke y de allí trasladado a la sede local de la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU-PF), el partido de Mugabe, donde fue asesinado. Los granjeros mencionan a un tal Jack, del ZANU, como uno de los integrantes del grupo de asesinos. Los veteranos siguen acampados en Arizona sin que sea posible llegar allí.
"Lo peor de esta guerra de la tierra es que Mugabe ha arruinado las inversiones extranjeras. Guarde su dinero en España; este país no es seguro, yo ya no puedo dar marcha atrás porque toda mi vida está enterrada aquí, dice un granjero tras el funeral de Stevens. El Andy Miller Hall, donde se ha celebrado el funeral, se despeja poco a poco de personas y de todoterrenos; retornan a sus haciendas, algunas a cinco horas de viaje, soñando con el milagro: que la turbamulta de los veteranos pase de largo.
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