Tres madres coraje en el 'reino' de Mugabe
ENVIADO ESPECIALMargaret Dongo sufrió un atentado poco después de esta entrevista. Unos desconocidos lanzaron un cóctel mólotov contra su vehículo. Fallaron. Es la tercera vez que intentan acabar con su vida. Dongo, de 40 años y madre de tres hijos, ha sido en la última legislatura la más eficaz opositora del presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, su azote cotidiano. Desde su escaño, uno de los tres en manos de la oposición sobre un total de 150, ha fustigado al régimen con sus denuncias de corrupción. Como aquella en la que narró con nombres y apellidos cómo 270 de las 400 granjas adquiridas por el Gobierno con dinero británico habían caído en manos del entorno presidencial.
"No tengo miedo a morir; Dios es mi guardaespaldas", dice sentada en un sofá en su vivienda de Harare. Es menuda, con el pelo crespo y los ojos vivos. Ordena a su colaborador Iam fotocopias de esta o aquella denuncia. "Luché en la guerrilla cinco años. Nuestro objetivo no se centraba sólo en la independencia o acabar con el dominio blanco, nuestro ideal era la democracia, la educación para todos, la libertad; por eso esta lucha continúa".
Dongo trabajó 10 años como oficial de información en la oficina de Mugabe. "Allí descubrí lo que estaba sucediendo en el país, por eso decidí salirme y luchar desde fuera". Formó un pequeño partido, la Unión de Demócratas de Zimbabue, que ahora aspira a una veintena de escaños. Combina su trabajo en casa con el político. "Es duro ser mujer, más aún en África, donde sobrevive una cultura que considera que la mujer debe quedarse en casa o trabajar en el campo".
A Margaret Dongo le divierte la pregunta de cómo consigue tanta información sobre las interioridades del régimen, de las corruptelas, si apenas posee un puñado de colaboradores voluntarios: "Es fácil, la gente del Gobierno, el propio entorno de Mugabe, que también está harta, me pasa los documentos. Me los dan porque saben que mis denuncias tienen eco, que la gente me escucha, que se fía de mí". Dongo sostiene que el presidente ha traicionado al pueblo y por eso debe abandonar el cargo. "No sé si habrá elecciones en mayo o en agosto o nunca y quién las ganará, pero lo que sí sé es que ésta es una lucha que vamos a ganar. El tiempo está a nuestro favor". Tras tomarse un respiro y mostrar algunas fotografías, prosigue con voz poderosa: "¿Cómo voy a temer a las intimidaciones y los atentados, a esta ausencia de Estado de derecho? Le recuerdo que he vivido en la floresta sin agua ni comida ni luz, en medio de la ley de la selva. Aunque ahora me metieran en la cárcel, al menos allí podría comer".
María Azcárrate tiene 39 años y cuatro hijos. Mueve las manos y las piernas a gran velocidad. Detrás de su aparente autocontrol se esconde una tragedia personal: hace sólo unos días asesinaron de un disparo en la cabeza a su marido, David Stevens, el primer granjero blanco muerto por los veteranos de Mugabe. Ya no vive en Arizona, su finca, aquella que compraron en 1986 cuando era un páramo y en ella vivía una sola familia. No puede regresar a Arizona porque se halla ocupada por los asesinos de David y los recuerdos. "A David le mataron en la sede de Makeke del ZAPU-PF . Ahora sabemos que el grupo estaba comandado por un tal Jack. La policía trata de esconder las evidencias; ni tan siquiera admite oficialmente la muerte de nuestro capataz, Julio Anoschi, quien fue salvajemente torturado". A María, a veces, le cuesta un poco contener las lágrimas. Se muerde los labios o mira a un lado buscando la fuerza que le brota de dentro. Nacida en San Sebastián de padres suecos, estudió peletería, el negocio familiar. Llegó a Zimbabue en 1981 con una beca, viajó por Suráfrica con una amiga y conoció a David Stevens. Tres años después, en julio de 1983, se casaron. David, un ingeniero surafricano que no creía en el sistema del apartheid, convenció a María para empezar una nueva vida en Zimbabue. Adquirieron Arizona a un hacendado negro abrumado por la hipoteca.
"Acababa de terminar la guerra de independencia y todo resultaba muy barato. Recuerdo que pagamos 50.000 dólares zimbabuenses , un poquito más de lo que costaba un todoterreno". En pocos años levantaron la finca de 4.000 hectáreas, recuperaron sus pastos, plantaron maíz y tabaco y compraron vacas. El día de la muerte de David tenían con ellos a 150 familias. Había prosperidad. "Yo no estaba en Arizona el día en que mataron a David. Había ido al norte a visitar a unos amigos. Aquel sábado recibí una llamada de mi marido en la que me decía: 'No vengas, antes de pisar la finca, llámame'. Cuando le telefoneé durante la mañana ya no respondía. Una amiga me invitó a su casa. 'No vayas a Arizona, nos vamos a evacuar; nos vamos todos de aquí', me dijo. Pregunté por David y me informó de que lo habían cogido prisionero. Al llegar a Marondera , por la noche vi a John Osborn, un blanco que había sido secuestrado junto a David. Estaba tumefacto por los golpes de los veteranos en una cama del hospital. Él fue quien me comunicó que habían matado a David". María habla con un nudo en la garganta. La fortaleza le llega de su convencimiento de que su testimonio es un homenaje a su marido y su causa.
Al esposo de María Azcárrate lo mataron porque era miembro del Movimiento para el Cambio Democrático (MCD), el principal partido de la oposición a Mugabe. Incluso había celebrado algún mitin político en la finca. El viernes, el día anterior a su muerte, los veteranos violaron a la hija de uno de sus empleados, y David les encaró. Fue su sentencia.
"Mugabe se cree que este país es un juguete que le pertenece, que nadie tiene derecho a arrebatárselo. No sé lo que sucederá, pero si ganara el MCD las elecciones, tendríamos mucha violencia; la única salida es que su propio partido eche a Mugabe". María vive en casa de unos amigos. No tiene miedo. Mañana es el funeral de David y se prepara para ello hablando de él. Va a crear una fundación en su nombre para las víctimas de la violencia política. "Le sacaré dinero al propio Mugabe. Él ha elegido a la mujer equivocada".
Asunción Lorenzo es española. Nació en A Coruña, pero se educó en Lleida. Habla catalán, inglés y castellano a la perfección. Tiene, junto a su marido Andrew, una pequeña granja próxima a Harare en la que cultivan rosas de invernadero de todos los tipos y colores. "Son para la exportación a Europa", asegura Asunción, de 33 años y con dos hijos, uno de apenas tres meses. Conoció a Andrew en Londres, adonde viajó para estudiar el idioma. "Elegimos Zimbabue hace siete años porque Andrew tenía a sus padres aquí. Nos daba igual empezar en un sitio o en otro", asegura con voz nerviosa.
Ella es paisajista y Andrew informático, pero el destino les condujo a las rosas, un arte en el que se han convertido en expertos. "Se trata de un negocio complejo y cambiante, más que la moda", interviene Andrew con el niño en brazos. "Un día vimos un anuncio en el periódico: un hombre, que resultó ser polaco, buscaba un socio al 50% para su plantación. Dos años después, en 1996, le compramos su parte y nos trasladamos a vivir allí".
Todo se desmoronó en estas últimas semanas. Su granja aún no está ocupada por los llamados veteranos, una singular mezcolanza de ex guerrilleros en la cincuentena y jóvenes militantes del ZANU-PF, pero temen que éstos lleguen en cualquier momento. La muerte de David Stevens y las inflamadas declaraciones del presidente Mugabe asegurando que los blancos son enemigos del Estado despertaron su alarma. "Ya no podemos vivir aquí. Se ha quebrado algo, la confianza; lo mismo que sucede ahora puede volver a ocurrir dentro de uno o dos años. ¿Cómo podemos sentirnos tranquilos?". La semana pasada empaquetaron sus cosas con prisa en una única maleta y dejaron atrás sus sueños. Andrew regresa a veces, por la mañana, para recuperar su ordenador o ropa olvidada, y controlar el trabajo de sus empleados. "No sé bien qué es lo que vamos a hacer ahora, tal vez vayamos a España", asegura Asunción. "Mi problema es que ya no deseo trabajar para nadie", apunta Andrew. "Aún somos jóvenes y podemos permitirnos el lujo de empezar de nuevo", dice el marido, "pero dentro de 20 años será tarde". Tiene razón: dentro de 20 años será tarde para Margaret, María y Asunción, las tres madres coraje. Pero también será tarde para Zimbabue, porque el futuro es hoy.
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