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Belgas y brasileños no convencen en el festival de teatro de Bogotá El VII certamen iberoamericano incluyó compañías de 33 países

Hasta que el mundo necesite un alma guerrera, teatro de vanguardia del grupo Febre de Bélgica, fue el mayor desencanto del VII Festival Iberoamericano de Teatro, que acaba de terminar en Bogotá. En todas las funciones de este estreno mundial, gran parte de los asistentes abandonaban indignados la sala mientras unos pocos se atrevían a gritar "bravo" a un puñado de actores untados de tomate y mantequilla.

Para el público, esta obra sobre "el heroísmo de los hombres del común" no fue más que un espectáculo grotesco. "Es una obra de los años setenta que pretende asustar a la gente con cosas estrambóticas: la obra se sale de madre", comentó a EL PAÍS Rafael Giraldo, actor de La Candelaria, uno de los más importantes grupos de teatro de Colombia. Tampoco funcionó El casamiento, del grupo Os Privilegiados de Brasil, basada en una novela proscrita en los años sesenta que gira alrededor de las aventuras sexuales de las cuatro hijas de un terrateniente. El festival, en el cual participaron 81 compañías de 33 países, albergó tendencias y géneros de los más diversos sectores y corrientes. Muchas de las obras que llegaron sin bombo acapararon la atención de críticos y público. Entre las más sorprendentes, Becket o el honor de Dios, que sin duda dio brillo al teatro latinoamericano. "Un despliegue de habilidad actoral y agilidad escénica sorprendentes", fue alguno de los elogios de la prensa al grupo mexicano. Claudio Valdés, su joven director, habló de la calidad, la honestidad, la disciplina y la entrega total a la hora de hacer teatro.

El teatro ZKM de Zagreb, como ocurrió en la versión anterior de este festival, se llevó los mejores aplausos con sus montajes de Aide memoire, una pieza de danza teatro del grupo Kibbutz de Israel sobre el peso de los recuerdos del holocausto en los judíos de hoy, con un claro mensaje contra la violencia y el racismo y un llamado a buscar la paz, que caló muy hondo en el público.

Nadie duda de la importancia de este acontecimiento que cada dos años permite 17 días de desahogo a un país agobiado por todo tipo de violencias. "Ojalá siempre estuviéramos así de felices", comentó una mujer mientras miraba complacida el montón de gente que corría y reía detrás de barcos y peces gigantes del espectáculo Medusa, del grupo español de teatro callejero Camaleó. Carmen, la opera andaluza de cornetas y tambores, del grupo La Cuadra de Sevilla, de Salvador Távora, fue la encargada de abrir el festival. Entre críticos y espectadores hubo diferentes reacciones: unos la aclamaron como un "montaje de antología" y otros no se convencieron del todo con esta obra de trompetas, cante y baile flamenco. El dramaturgo colombiano Fabio Rubiano remató así su comentario en El Tiempo, el diario más influyente del país: "Lamento no sumarme al clamor popular para aplaudir a rabiar. Aplaudo, sí, pero sin excitación".

El espectáculo de cierre del festival desconcertó y dio argumentos a quienes, sin desconocer el valor del festival, lo critican por su carácter comercial. En lugar de un remate netamente teatral -en anteriores ocasiones Els Comediants, con montajes espectaculares en la plaza de Bolívar se encargaron de hacerlo-, en esta ocasión el espectáculo incluyó cantantes, actrices y canciones de una telenovela de moda.

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