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Lou Reed triunfa en la presentación de su último disco 'Ecstasy' en Madrid El legendario artista neoyorquino ofrece un concierto lleno de sabiduría y elegancia

Diego A. Manrique

Ecstasy, el más reciente trabajo de Lou Reed, ha sido recibido masivamente como maná del cielo, disco de cinco estrellas, el artista en portadas y demás. Pero también hay valoraciones más escépticas: que Lou ofrece meramente un disco confortable, una producción de sonido impactante que oculta con elegancia artesana su falta de argumentos frescos, su confusión entre las canciones y las narraciones. Con entradas cercanas a las cinco mil pesetas, dominaba la primera línea de pensamiento entre el público que ayer acudió entregado a la sala La Riviera de Madrid.

El clima de expectación se enrareció inesperadamente por el rumor de un capricho del artista, difundido por diversos medios: la prohibición de la venta de alcohol en el recinto. Una provocación que algunos juzgaban intolerable, viniendo del que fuera santo patrón -tal vez a su pesar- de los excesivos y los autodestructivos. En realidad, el alcohol y otras substancias corrían por el local.Hubiera sido otro episodio del desencuentro entre Lou Reed y sus seguidores madrileños. Lou no ha olvidado aquella terrible noche en que se retrasó a salir a tocar en el campo del Moscardó y, aunque no fue culpa suya, no se molestó en explicarse; una turba cabreada invadió el escenario, destrozando o robando todo el equipo. En algún momento ha proclamado que "podía vivir sin volver a tocar en Madrid". Pero volvió y hubo conciertos donde el respetable estuvo a la altura, manteniendo el respeto debido, como cuando presentó el agrio Magic and loss, el ciclo de rock de cámara sobre la muerte de su amigo Doc Pomus, el histórico compositor.

Calculada ambigüedad

Obviamente, la simpatía no está entre las virtudes que se aprenden en la madurez. Lou sigue siendo el ogro que esconde su sentido de la moralidad, el cronista que se reserva celosamente cuanto de autobiográfico tiene su cancionero, que se considera exento de la obligación de entretener por la vía rápida.

Y el personal le recibe con calculada ambigüedad: "la bestia negra está gorda", oigo decir en tono no se sabe si decepcionado o cariñoso. Los fans de Lou Reed se dividen entre los que vienen a rendirle pleitesía y algunos que no desperdician la oportunidad de vituperarle, aunque sea con un sarcástico grito de "¡leyenda!".

Hace muchos años que Lou Reed pone en práctica el "llámame perro y dáme de comer". A cambio, toca sencillamente lo que le apetece, sin concesiones. Ahora quiere desgranar Ecstasy y lo hace con mesurado deleite. Y pizquita de soberbia: encabeza una banda incandescente, bendecida por la gomosa solidez del bajista, que además le hace voces soul y toca una especie de chelo eléctrico que resuelve algunos delicados pasajes del último disco. Fernando Saunders es, ya lo saben los adictos, el nombre de la criatura y debería cobrar tarifa doble. El segundo guitarrista Mike Rothke cumple sobradamente, al igual que el baterista, Tony Smith. Un rotundo cuarteto de rock a lo neoyorquino, que sólo fugazmente incide en las pirotecnias del "vamos a demostrar qué bien sabemos tocar".

El público (cerca de 3.000 seguidores) aguanta el envite, aunque se echen en falta los refuerzos de viento del estudio, esos arreglos del trompetista Steve Bernstein, del subversivo grupo Sex Mob (algo que uno imagina como influencia de ese prodigioso productor llamado Hal Willner). Claro que las nuevas canciones de Lou Reed -destacan Modern dance, Baton Rouge, Paranoia key of E y la propia Ecstasy- tienen estructuras clásicas, ritmos infalibles que han demostrado su capacidad para enervar masas a lo largo de los últimos 35 años de historia del rock.

Temperamento

Y Lou sabe desarrollar espléndido rock eléctrico de alta precisión, maravillosas peleas de gatos guitarreros que suben en espiral y se resuelven antes de aburrir. Se le puede acusar de displicente pero no de traicionar a la sagrada intensidad de su música. Como Neil Young, Lou Reed se ha marcado un territorio que explora con total seguridad.

Al final, el mago termina sacando prodigiosos conejos de la chistera. Lou reserva un par de éxitos para los bises.

Ese himno que se llama Sweet Jane suena maravillosamente contundente, sin las filigranas de Rock and roll animal. Y la lánguida Vicious tiene un tratamiento casi de Marc Bolan. Típica perversidad: "Podría hacer esto y llevaros al éxtasis pero no lo mereceis", parece decir.

Acaba de cumplir 58 años y ya es demasiado tarde para cambiar temperamento e intención.

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