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Quijote

Manuel Vicent

Dudo de que don Quijote fuera una buena persona: quería tener razón frente a todo el mundo y además nunca pagaba la consumición en los mesones. Se podrá creer que su figura encarna esa parte noble que cualquier mortal, aun el más descastado, lleva dentro, pero en el fondo era un maleducado que trataba con desprecio a su escudero. Alonso Quijano hoy en un restaurante sería uno de esos que le grita al camarero porque el filete está poco hecho y arma por esa nimiedad un altercado universal con la lanza incluida. A buen seguro que en su momento se hubiera hecho falangista, nazi, revolucionario soviético o fascista con tal de cambiar la coraza por un uniforme. Tienen mucho peligro los que proclaman la verdad desde lo alto de un caballo. Lo más odioso de este personaje no es su orgullo sino su vanidad. Si hubiera sido escritor no habría cesado de dar lanzadas en el aire hasta ser el primero en la lista de los más vendidos. Si hubiera sido jefe de negociado se habría enfrentado a cualquier villano diciendo: usted no sabe con quien está hablando, y nadie hallaría la forma de calmarlo hasta no reconocer su grandeza y pasar por tonto como hacía Sancho Panza con tal de no oírle. Confundir la locura con el alto espíritu es una estupidez y más si se intenta combatir la injusticia sólo como un alarde de la propia nobleza. El ideal en esta vida es Sancho Panza sin estar gordo. Si uno lograra imaginar a este personaje adusto y con el vientre liso descubriría bajo su jubón al propio Cervantes herido de melancolía. Don Quijote es un puro flato que bascula entre el idealismo y la mala leche, entre las princesas inasequibles y el onanismo; en cambio Sancho está lleno de sabiduría adquirida en las ventas donde este usuario del pollino al menos tenía la decencia de pagar el porrón de vino y la pensión de cebada. El 23 de abril es el día de Cervantes, no de Don Quijote. La historia de España, la conquista de América y las letras castellanas habrían sido mucho mejores si el ejemplo hubiera sido un Sancho Panza lleno de ironía, pragmatismo y apego a los placeres, y no ese lunático anclado en otra época. Cuando uno repara en esa ración de locura que todo el mundo lleva dentro, pronto se descubre que ese quijotismo se identifica muchas veces con el ego insaciable. Por el contrario qué gran tipo sería hoy Sancho Panza si además de las virtudes que lo adornan fuera flaco, midiera 1´85 y jugara al baloncesto.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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