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Reportaje:PESADILLAS URBANAS

Desesperación a 15 kilómetros por hora

Más de dos millones de vehículos se mueven en el infierno diario de las calles madrileñas

-Ya le digo, joven. Esto, arreglo, lo que se dice arreglo, no tiene. Yo mismo, ya lo ve usted. Aquí, en medio, mal aparcado. ¿Y qué quiere? No tengo más remedio. Y eso que yo procuro no cortar una calle. Y ando lo que no está escrito. A ver...Lleva Mariano 26 años repartiendo por Madrid. Que se dice pronto. Lleva 26 años conduciendo uno de esos 115.000 vehículos industriales que se mueven diariamente por los 2.100 kilómetros de las 13.000 calles que tiene la capital.

Dice Mariano que el otro día, sin ir más lejos, tardó tres cuartos de hora en recorrer los 600 metros que separan la calle de Toledo de la plaza de Tirso de Molina. Que ahora se tarda el doble en hacer la mitad de los repartos. Y que la Policía Municipal no siempre tiene con ellos consideración.

-Depende del humor que tengan ese día, aunque la verdad es que suelen ser bastante permisivos.

Del humor de los agentes dependen muchas cosas. Y del barrio. Hay calles y horas en las que la vista es más gorda y la línea más delgada. Los taxistas saben que no les pondrán pegas si establecen una parada en el lado prohibido de la calle del Arenal, delante justo del Joy Eslava.

El taxista suspira y espera paciente a que la calle se despeje.

-Esto la noche de los fines de semana se pone... Pero a ver qué hacemos. Y eso que ahí mismo, en Mayor, hay una parada, y en Sol, pero...

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Es una especie de fatalismo. El mismo que lleva a considerar normal las dobles o triples filas que forman los aparcacoches de los restaurantes de postín. Allí no habrá multas. Tampoco ni una de las 125 grúas que siembran el terror entre los conductores madrileños se llevará los coches de gran cilindrada aparcados delante del Casino de Madrid, en el carril-bus, en plena calle de Alcalá. Otra cosa son los coches aparcados a apenas cien metros, en la calle de San Jerónimo, la mayoría de jóvenes que toman copas en el barrio de las Letras. La grúa en este caso cumple con su trabajo.

-Hay muchos coches, ya le digo. Y la gente aparca donde Dios le da a entender.

Pero Dios, de estas cosas, entiende poco. Lo que sí es verdad es que hay muchos coches. Los últimos datos del Ayuntamiento dicen que en 1999 se movían de un lado a otro 1,8 millones de vehículos. Un disparate. Sobre todo si se tiene en cuenta que no hay más de 100.000 plazas en los aparcamientos, contando los de residentes y los de rotación, que llaman. Los abiertos al público. Hay un total de 191 aparcamientos de residentes, 22 mixtos y 21 públicos.

Cada día entran en Madrid 400.000 vehículos. Se supone que para poder moverse con mayor celeridad por las calles. Pero tampoco es verdad. Según datos del Ayuntamiento de Madrid, en lo que es la almendra ciudadana, el centro, centro, la velocidad media fue el pasado año de 14,3 kilómetros por hora. Y las cosas no es que mejoren alejándose del centro. En lo que llaman el primer cinturón, el barrio de Salamanca, por ejemplo, se llega a unos 20,57 kilómetros. La media en toda la ciudad, al final, se queda en los 23,24 kilómetros a la hora. No es raro en una ciudad en la que hay 1.670 cruces con semáforos que obligan a frenar y arrancar continuamente.

Y que conste que son velocidades medias en circunstancias normales. Pero ¿qué ocurre cuando el conductor se encuentra con una manifestación, con una concentración o una protesta ciudadana? Un desastre. Porque, además, entre actos solicitados y autorizados o celebrados a la buena de Dios, los madrileños salimos casi a tres diarios. O que no haya un accidente. Durante 1999 hubo casi 20.000. Entonces la gente reduce la marcha para mirar a ver qué pasa.

Total, que estábamos en que cada día hay en Madrid unos dos millones de vehículos que buscan desesperadamente dónde aparcar. Empeño inútil. Así que ¿le extraña a alguien que cada día haya en la capital 500.000 coches mal aparcados? Si juzgamos por los datos, parece que la multa es la única solución que, dicho sea de paso, nada soluciona. En total, los agentes clavaron más de 700.000 multas a los conductores. Cifras de hace dos años.

Y la Organización y Regulación del Aparcamiento, la famosa ORA, tampoco se muestra muy eficaz. Valga como dato que hay barrios en los que hay más tarjetas de autorización de aparcamiento a residentes que plazas hay en todo el barrio. Una ruina, vamos. Eugenio Morales, que fue responsable de Circulación con el gobierno municipal del PSOE, asegura que de los 574 controladores que había cuando se implantó el sistema quedan 184, y de ellos, la mitad aproximadamente se dedica a gestionar las multas. O sea, que unos noventa son los que están en la calle vigilando las 54.000 plazas de la ORA.

Julio está colocando unas cajas de refresco en una carretilla. Julio está mal aparcado. Tiene el camión en doble fila, junto a una furgoneta que anuncia persianas, estores y velux. La furgoneta está estacionada en una parada de taxis. En la parada no hay taxis. Hay turismos. Bueno, la verdad es que hay un taxi. Pero debe de ser su día de descanso, porque lleva allí toda la mañana.

-Es que hay taxistas que utilizan las paradas de al lado de sus casas para aparcar su coche sin problemas. Y eso tampoco es, ¿no le parece?

Julio confiesa, reconoce, admite -¡a ver qué vida!- que en ocasiones, a veces, ha cortado incluso una calle para poder descargar, harto ya de dar vueltas como un tonto.

-Igual que el del butano. ¿Qué va a hacer el hombre? ¿Usted sabe lo que pesa una bombona? Como para recorrerse medio barrio con ella al hombro.

No valen las zonas de carga y descarga. La carga y descarga está siempre ocupada por coches particulares.

-Ya no llamamos, ¿para qué? Si viene la grúa -que no viene-, lo hace cuando ya hemos descargado, cuando ya no hace falta. No podemos estar llamando a cada momento.

Mariano asegura que, además, hay barrios en los que la carga y descarga brilla por su ausencia. Zonas en las que no hay manera de encontrarlas, ni ocupadas ni libres, porque, sencillamente, no las hay.

¿Pero cuántas plazas de carga y descarga hay? Nadie lo sabe. Es un dato no disponible. Como tantas cosas. Y total, si, según los repartidores, tampoco sirven para mucho.

Marcando territorio

Hay junto a la acera, entre dos coches, una silla rota, un cajón de plástico y un tablón con restos de yeso. Acotan un espacio en la calle. Cada uno se marca el territorio como buenamente puede. Y no importa que eso sea ilegal. Poca gente se molesta en pedir los permisos necesarios en el Ayuntamiento anunciando que quiere hacer una mudanza, traer material para una obra o descargar cualquier mercancía.Porque si para los albañiles es un problema descargar, no digamos para quienes se buscan la vida con la furgoneta de reparto. Rafael tiene 30 años. Desde hace 12 se dedica al transporte. Su padre hacía lo mismo.

-Un sufrimiento. Calculas un par de horas en hacer un servicio y tardas seis o siete, según.

Él se ha encontrado en ocasiones a las tres de la madrugada buscando sitio para poder hacer una mudanza. Y otras veces no ha tenido más remedio que descargar una parte y dar vueltas, descargar otro poco, y así hasta terminar. Para ponerse de los nervios.

Y es que a veces los nervios te pueden. Lo dice Rafael. Y discutes con cualquiera por cualquier tontería. Con los que más, con los conductores de la EMT y con los taxistas.

De la EMT circulan por Madrid 1.840 autobuses. Autobuses que se ven obligados a detenerse muy separados de sus paradas, que tienen que salirse del carril-bus porque hay un camión descargando o un coche con los intermitentes encendidos. Son 1.840 autobuses de un total de 3.500 registrados en la capital.

La historia del mensajero que valía por dos

-¿Sabe? Yo me llamo lo mismito que el señor que usted sacaba el otro día en lo del paro.-No me diga.

-Pues sí, señor. Yo me llamo Gregorio Rodríguez, y además en el barrio me llaman Goyo. Igual, igual. No me diga que no es casualidad.

Lo dicho entonces. Se llama Gregorio Rodríguez, Goyo para todo el barrio. Tiene 44 años y pesa 130 kilos que toma con humor, y hasta con risas. Los 130 kilos que sube todos los días sobre una Honda 450. Porque -eso no se ha dicho- Gregorio es mensajero desde hace ya 12 años. Doce años navegando por Madrid en uno de los más de 110.000 vehículos de dos ruedas, entre motocicletas y ciclomotores, que cada día llenan las calles.

Se ríe Gregorio cuando recuerda algunas cosas que a lo mejor a otro no les gustaría recordar. Pero Gregorio, Goyo, tiene un sentido del humor a toda prueba. Casi tan grande como la humanidad que se le derrama en su risa. Buena gente este hombre.

-Un día fui a entrar en un banco, a través de una de esas cabinas de control. Y oí una voz metálica que decía: 'Por favor, pasen de uno en uno'. Es que estoy muy gordo. Pero fui al endocrino y me puso un régimen; cuando volví, había engordado tres kilos, o sea, que...

Reconoce Gregorio que los mensajeros, a veces, hacen alguna pirula. Cuando no tienen más remedio. Conocen las calles, los atajos. Es un oficio en el que la rapidez es fundamental. Y hasta la Policía Municipal muestra con ellos cierta comprensión. Es un oficio duro el de Gregorio. Él apenas ha tenido accidentes. Y el más grave se lo produjo la moto de un cartero. Todo quedó en casa, o en el gremio de la moto, para ser más exactos.

Gregorio estudió en la Escuela de Hostelería. Es, según los que le conocen, un cocinero excelente. Y alguno jura que le ha visto, a fuerza de brazo y aceite, salvar una mahonesa que todos creían perdida.

Defiende como nadie la profesionalización de su trabajo. Y puede contar mil anécdotas. Unas, divertidas, y otras, menos. Como cuando contrataron sus servicios unas personas alojadas en un céntrico hotel madrileño. Le enviaron con un sobre a un banco y le dijeron que entregara el sobre y esperara respuesta. Gregorio esperó. La respuesta terminó dándosela la policía, que se lo llevó detenido. Resulta que eran talones robados. Cuando fueron al hotel donde habían contratado a Goyo, los pájaros habían volado. Tuvo que sacarlo su jefe.

Pero no siempre es así, claro. A veces hasta compensa.

-Yo he sido actor.

-No me diga.

-Sí, señor. Fui a llevar un sobre a TVE y me dijeron: '¿Quiere usted hacer un papel en la serie de Español para extranjeros?'. Y yo dije que bueno. Total, que hice de padre de la Familia Desastre. Ya le digo.

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