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Lamentaciones de Kohl

El ex canciller alemán Helmut Kohl acaba de cumplir 70 años en una marginación insólita para un estadista que tanto poder ha tenido como relevancia histórica. Nadie quiere ya una foto con el ex canciller en una clase política que lo temía y respetaba ni en su partido donde casi todos estaban en permanente genuflexión en su presencia. Hasta los más cercanos colaboradores, los que más medraron a su sombra, lo niegan no tres veces sino las que haga falta. Los años de gloria como elder statesman le serán ya negados de por vida. Kohl ve ahora que nunca ha tenido amigos y probablemente lamente haber creído siempre que no los necesitaría nunca. Es el triste sino de más de un poderoso.Pero Kohl tiene más cosas que lamentar. Porque los problemas se le multiplican. Seguro que ya maldice la hora en que su Gabinete decidió utilizar las fichas de los archivos de la policía política del Ministerio para la Seguridad del Estado -conocida popularmente como Stasi- para establecer responsabilidades penales, administrativas y laborales de antiguos miembros de este temido Gran Hermano. Y quizás incluso lamente que los propios agentes de la Stasi no lograran destruir el ingente material que habían acumulado a lo largo de décadas de control, observación y escuchas.

Porque el espionaje alemán oriental y su aparato represivo, "la espada y el escudo del partido" como gustaba llamarse, no pudo impedir el naufragio del régimen pero puede ahora, 10 años después de su desaparición, hundir un poco más al ex canciller como hace más de dos décadas acabó con el Gobierno de Willy Brandt. La sección principal III de la Stasi contaba con cerca de 2.500 agentes permanentemente dedicados a las escuchas telefónicas en Alemania Occidental. En 1989 controlaba 40.000 teléfonos en la RFA de políticos, banqueros, hombres de negocios, agentes y militares. Cuando tras la caída de la RDA los servicios de información occidentales obtuvieron las cintas, la clase política alemana, en un consenso generado por el espanto ante tanta información confidencial, decidió destruirlas.

Pero no se percataron de que en los archivos de la Stasi había gran cantidad de transcripciones de dichas cintas. Ahora han comenzado a salir a la luz y demuestran que los agentes de la RDA estaban perfectamente al tanto de la financiación irregular, clandestina y muy probablemente delictiva de la CDU que dirigía personalmente Kohl. Hay decenas de miles de transcripciones, muchas de conversaciones de colaboradores del entonces canciller y se supone que suyas personales también, que podrían ser pruebas terriblemente incriminatorias contra todos los implicados en la trama, Kohl incluido. Y éste, con seguridad asustado y mostrando una santa indignación por lo que sin duda supone una grave violación del derecho a la intimidad por parte de aquellos sabuesos del régimen comunista, quiere que el Tribunal Constitucional impida que dichas conversaciones puedan hacerse públicas y eventualmente utilizarse en un juicio a los responsables de la financiación ilegal de su partido.

Son los juristas los que han de decidir si estas pruebas tomadas de forma ilegal son válidas en un juicio. Pero tiene gracia que quienes han utilizado estos archivos para analizar conductas de súbditos de la RDA con objeto de otorgarles o negarles un trabajo en la Administración, que han recurrido a ellas para justificar despidos o incluso para procesos penales, ahora apelen a su derecho a la intimidad. Si se impusiera su tesis, quedaría claro que han existido en la nueva Alemania reunificada leyes diferentes para los alemanes orientales y occidentales.

Kohl está solo, ve desmoronarse su prestigio y su honra y se siente perseguido a causa de unas prácticas que, aunque manifiestamente anticonstitucionales e ilegales, a él le parecían normales desde hace lustros. Pero sus intentos de defenderse como lo está haciendo lo hunden más y más en el lodo de la cobardía y la falta de respeto a los principios que dijo y juró proteger.

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