Recomposición de la izquierda catalana MIQUEL CAMINAL BADIA
Está terminando toda una época de la política catalana. El pujolismo se enfrenta a un nuevo panorama en el que ya no podrá sacar provecho del inmenso espacio político que durante años le han dejado un PSC entregado al PSOE felipista y un PP que ha realizado una larguísima travesía del desierto desde la desintegración fulminante de UCD. El peor escenario político para la estrategia del pujolismo es un PSC capaz de encabezar un proyecto catalanista y federal y un PP catalán desacomplejado y con el atractivo de participar en el Gobierno español. Sólo una ERC dispuesta nuevamente a regalar el liderazgo del nacionalismo catalán a Jordi Pujol podría hacer menos accidentada la nueva singladura política con la que se enfrenta la coalición CiU. Sin embargo, y por el momento, parece que Carod Rovira no se ha dejado tentar por los cantos de sirena que le vienen del pujolismo. La propuesta de gobierno tripartito de ERC con CiU y el PSC es una manera poco amistosa y con cachondeo de decir no a Pujol. Pedirle al presidente de la Generalitat que rompa relaciones con el PP y que promueva una colaboración regular de gobierno con Maragall es muy catalanista, pero nada pujolista. Esto es lo mismo que quitarle el salvavidas de la gaviota azul y abrirle una vía de agua socialista para hacer más emocionante la ¿última? legislatura del presidente. Este Carod Rovira se está portando muy mal en comparación con sus predecesores. Propone cosas que sólo emboban a los nacionalistas radicales de CDC y ponen de muy mal humor a Jordi Pujol.Al final resultará que se sabrá en todo el Principat lo que es evidente por poco que se piense: el pujolismo es un nacionalismo manso, agustiniano. La independencia será eterna, pero en la otra vida; en ésta tenemos que conformarnos con la autonomía imperfecta, que es la propia de la ciudad de los hombres. Este nacionalismo tan creyente en otra vida se encuentra muy incómodo con los republicanos agnósticos e independentistas. Por el contrario, se siente mejor resistiendo ante la persecución del malvado diablo Vidal- Quadras, siempre dispuesto a dar juego al victimismo pujolista. Otra cosa son los flirteos del renegado Piqué, que ya ha demostrado su pícara habilidad para ocupar la silla (y más) de todos los señores a quienes ha servido. Empezamos una legislatura donde sólo habrán regañinas entre CiU y el PP. Interesa a los dos una fiel colaboración, aunque puedan aparentar lo contrario, porque ni el uno ni el otro quieren a Maragall al frente de la Generalitat. Pero compiten, al mismo tiempo, por una misma franja del electorado moderado en todos los sentidos. Pujol no es Arzalluz ni de lejos, y no va a sumar riesgos a su ya delicada posición radicalizando su discurso catalanista. Esto no impide que ERC se avenga de vez en cuando a vestir al pujolismo de nacionalismo a cambio de concesiones institucionales o mediante otros pagos.
El PP catalán ya ha puesto límites electorales al pujolismo por su derecha. Y si es capaz de avanzar en una línea de mayor independencia política y orgánica en relación con la organización estatal, puede consolidar todavía más su presencia política en Cataluña. Ésta debe ser una de las principales preocupaciones de Pujol y de Duran Lleida. La otra continúa siendo Maragall y su capacidad de liderar la recomposición del espacio de centro izquierda en Cataluña. El PSC vive unos tiempos especialmente importantes para el futuro de las izquierdas catalanas. Dos premisas son fundamentales, en mi opinión, para mejorar posiciones. La primera es no dejarse llevar por la crisis del PSOE. La segunda es no pretender ocupar todo el espacio de la izquierda catalana no nacionalista.
El PSC no está en crisis; sí lo está el PSOE. Cuando se ganan las elecciones municipales, casi las autonómicas y también las legislativas en Cataluña, no se puede decir que un partido está en crisis. De hacerlo sería surrealista. El PSC goza de buena salud. Gran parte de su mérito es haber sabido crear un ambiente de convivencia política entre personas de procedencias tan distintas como la línea FOC de Serra, Maragall y Molas; la línea MSC de Obiols y Reventós; la línea PSOE de Borrell y tantos dirigentes territoriales, e incluso la línea PSUC que tiene a Solé Tura y bastantes más. Son procedencias, junto con otras colectivas o individuales,que se han disuelto en un río donde hay, por supuesto, corrientes subterráneas con sus intereses selectivos y sus antipatías como en todas partes. Un partido es fuerte cuando sabe concertar, incluso ampliar, su diversidad interna con una política abierta y unitaria hacia fuera. Esto lo ha sabido hacer el PSC, a pesar de las inevitables resistencias burocráticas de cualquier partido a la renovación. De seguir por este camino, impulsado especialmente por Maragall y Serra, el PSC puede confirmar en el futuro próximo su primacía en todas las elecciones. Las renovaciones con garantía de éxito se hacen cuando no son exigidas precipitadamente por las derrotas electorales.
Ahora bien, la renovación y ampliación del ámbito de influencia del PSC no debe confundirse con ocupar todo el espacio de la izquierda catalana. Sería un error y, además, no es posible. En el PSC caben muchos discursos, pero no todos. La existencia de ERC y su espacio electoral consolidado ya es una demostración suficiente de que hay un discurso de izquierdas nacionalista que el PSC ni representa ni representará. Pero existe también una tradición política de izquierdas, que afecta a muchos ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, deconcertados por la crisis permanente del PSUC desde 1981 y las divisiones sucesivas de sus herederos, que el PSC tampoco está en condiciones de representar. Alguna organización política debe decir aquellas cosas que, siendo razonables y radicales, no están en el orden del día de los partidos con opciones de gobierno en las democracias liberales. Por ejemplo, yo no me imagino al PSC haciendo un discurso convincente contra las privatizaciones. Y si lo hace sonará a falso. Tampoco lo veo muy libre en cuestiones de inmigración o de política internacional. Todo no se puede tener: o se quiere el gobierno de lo inmediato por posible, o se quiere la razón de lo que también es posible, aunque se necesite mucho más tiempo para convencer.
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