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Memorias de África

JAVIER MINA

El Apocalipsis según San Juan se inaugura, en su fase verdaderamente apocalíptica, con sellos que se abren, caballos que aparecen y jinetes que reciben la orden de matar por guerra, hambre y peste. Cuando se rasga el cuarto sello toda la alegre compaña se pone en marcha detrás de un formidable jefe: "Y vi un caballo amarillento, y el que montaba sobre él tenía por nombre Peste y con él iba en pos el infierno, y les fue dado poder para matar con espada, y con hambre y con peste, y con las fieras de la tierra". Pues bien, si cambiamos el caballo por el todoterreno, la espada por el kalashnikov, las fieras -pobrecitas ellas- por los típicos humanos, la peste por el sida y lo pintamos todo de negro estaríamos hablando de África.

O sea de un continente con el que tuvimos la desfachatez de reunirnos el otro día para aleccionarle sin que al parecer nos importara el haberle trazado a escuadra y cartabón los países hace poco más de cien años con la sola idea de evitar el sufrimiento. El sufrimiento de las poten-cias coloniales, claro, que así podían explotarle más a fondo sin verse molestadas por fastidiosas guerras entre sí, porque el de ellos nos importaba un cacahuete, que es fruto de por allá. ¿Acaso tenía alguna importancia que una tribu se viera separada por una raya llamada frontera -objeto más raro que los espejuelos con que les expoliábamos de paso el patrimonio- mientras que dos o más tribus rivales se veían unidas por la misma hoja de papel que los bwanas adoraban como pasaporte? ¿Acaso estaban capacitados para disfrutar de cosas tan raras como el wolframio, las maderas preciosas -¿no preferían cons-truir con paja?-, los fosfatos, las jirafas y, puestos a ello, el oro o los diamantes?

De acuerdo, puede que hayamos adquirido algo de autoridad moral mandándoles dioses verdaderos, importando lo que las vanguardias conocieron como pintura de salvajes, creando la figura de Tarzán -de Tarzán de los monos, ojo-, metiendo en sus paisajes el Hollywood de Mogambo u otorgándoles la independencia para que los conflictos ya no fueran coloniales sino civiles o tribales, es decir auténticas meriendas de negros (ahora mismo hay escabechinas en 20 de los 53 países del continente). Sí, puede que después de haberles dado lecciones de tiranía y corrupción estemos capacitados para dárselas de demo-cracia, sólo que las buenas voluntades chocan con ciertos obstáculos. Tal vez sea hilar muy fino, pero no parece coherente predicar la paz y no resolverse a prescindir del exquisito mercado que sus guerras representan para nuestras flamantes fábricas de armas. Tampoco el que se pretenda reducir el hambre a la mitad para el 2015, porque la mortandad habitual ya se habrá encargado de demediar la población, ni que se pueda suprimir la corrupción a base de discursos o la pobreza sin inversiones. ¿Cómo se van a combatir las pestes tropicales si nuestros laboratorios no investigan porque los miserables nunca pueden ser clientes? ¿Habrá que rifar los tratamientos del sida en tómbolas suburbiales?

Si de verdad no queremos que los jinetes del apocalipsis devoren Africa habría que darle la vuelta como a un guante. No se trata, como se ha oído, de echarle imaginación, porque sin ella estarían todos muertos, sino voluntad, dinero y cooperación a fin de que puedan conseguir autosuficiencia. Pero nada se alcanzará si el africano no se asume como sujeto. Lo asegura Omovo, el personaje del escritor nigeriano Ben Okri que tuvo, como san Juan, una visión del fin del mundo cuya inexorabilidad sólo era evitable desde la asunción de sí: "El continente será expropiado, machacado, drenado por los predadores a menos que nos transformemos... En la sabiduría empieza la responsabilidad; y aunque muramos, y nos encojamos, y nos expropien, nos reduzcan, nos consideren animales, aunque las calles rebosen de pobres, aunque gastemos la vida bailando y celebrando a los poderosos, podemos poner en movimiento fuerzas que podrían cambiar nuestras vidas para siempre. En la sabiduría empieza la acción, en la acción empieza nuestro destino... porque las cosas que uno hace le cambian... y los cambios afectan a lo que uno hace". Pues eso.

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