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La periferia

Elvira Lindo

De vez en cuando, los programas de radio que se hacen en Madrid viajan por otras autonomías. Antes, cuando uno no debía medir cada cosa que decía, se podía decir "por provincias", pero ahora es evidente que uno debe protegerse con esa censura mental que se nos ha ido imponiendo para no herir a tal cantidad de gente que está dispuesta a sentirse herida.He observado, y no hay que ser muy observador, que esos programas de radio que habitualmente se hacen en Madrid suelen despacharse a gusto con el caos y los inconvenientes de esta ciudad tan anárquica y deshacerse en elogios cuando viajan a otra ciudad. El madrileño, o el que vive adoptado por Madrid desde hace muchos años, se siente en deuda con el resto, así que cuando sale fuera tiene que hablar de la belleza del lugar, la simpatía de sus gentes, la exquisitez de su diversidad culinaria y la extrema sensibilidad de los cantes locales. El madrileño tiene la obligación de escuchar arrobado una jota del lugar y después de ese trago hablar de la sofisticación profunda de los cantes regionales. Porque ay de aquel que no convierta su programa en un continuo ensalzamiento de las virtudes de esa autonomía. Lo lleva claro.

A mí, la falta de gusto -o falta de sensibilidad- por las tradiciones locales me ha traído serios problemas, porque mi cuerpo no tolera nada del impresionante abanico que va de la percusión con la botella de anís del Mono a la bandurria, pasando por la gaita. Que no, que por más que me empeñe no me llegan, como al que no le llega la ópera, pues lo mismo. Lo terrible es que ahora cuando uno sale y habla públicamente en cualquier lugar que no sea Madrid no se puedan decir esas cosas porque no hay país que se haya hecho más chovinista de lo pequeño que este que llaman el Estado español.

Pero el caso es que a mí, que me encanta echar pestes de mi ciudad, tradición esta muy madrileña, me duele que sea la única ciudad a la que se pueda atacar sin tapujos. Escucho a un presentador de la radio ensalzar a los artistas periféricos que le dieron a nuestra ciudad la creatividad y la transgresión que le faltaban, e inmediatamente me pregunto: ¿nos atreveríamos a decir lo mismo si estuviéramos de visita en Zaragoza, en Oviedo, en Bilbao? ¿Nos atreveríamos a decir que estas ciudades no serían iguales si no fuera porque mucha gente de fuera las mejoró y las sacó de su provincianismo decadente? ¿Nos atreveríamos a decir si nos invitan a las Fallas o a los Sanfermines o a la Semana Santa sevillana que no, que mire usted, que no me gustan los petardos, ni los toros ni las peinetas ni las sevillanas, lo respeto, pero es que a mí eso no me va? Lo que está claro es que meterse con Madrid no tiene ningún mérito, lo hace cualquiera, y en cuanto a tradiciones andamos fatal, a Izquierda Unida no le cuajó aquella idea tan fina de reivindicar las gallinejas como plato local, y en música lo mejor de Madrid es el flamenco de Lavapiés, que ya se sabe que no es de Madrid ni falta que me importa.

El madrileño ha de andar con pies de plomo porque enseguida se le puede acusar de lo peor. Al principio de esta fiebre tradicionalista, cuando empezábamos a volvernos todos políticamente correctos y hablar de los escritores periféricos, los cineastas periféricos, los políticos de la periferia, a mí me chocaba mucho, porque para mí siempre la Periferia había sido ese barrio donde yo vivía, Moratalaz, que arropaba junto a otros a la gran ciudad: "Vamos a Madrid", decíamos, y cogíamos el 20.

La periferia siempre tenía algo de barrio suburbano, de quiste unido a la ciudad, un lugar de clase media o baja. Es evidente que a Pozuelo no le llamábamos la periferia. La periferia en nuestro mapa mental era la zona sur y este. Y ahora resulta que periferia es todo el mundo que no vive en Madrid: millones de almas quejándose hacia el centro, o sea, todo Dios, o dicho correctamente, todo el Estado español.

A este paso, como la corrección política siga este camino de mierda para Madrid y flores para el resto del país, Madrid se acabará convirtiendo en la verdadera periferia, y por descontado, mi antiguo barrio y sus barrios compañeros, Vallecas, La Concepción, San Blas... serán más periféricos de lo que fueron nunca.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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