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La guerrilla colombiana sustituye los morteros por bombonas de butano

Juan Jesús Aznárez

Hace una semana, Vigía del Fuerte y Bellavista, dos de los municipios más pobres de Colombia, situados 380 kilómetros al noroeste de Bogotá, fueron bombardeados ferozmente por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Murieron 20 policías y siete civiles, entre ellos el alcalde de Vigía del Fuerte, reventados por el fuego graneado de bombonas de butano domésticas cargadas con explosivos. Resultaron alcanzados por las esquirlas de unos obuses caseros de efectos demoledores.

Se trata de una artillería que hace estragos en edificios y personas y ahorra dinero a la guerrilla más poderosa y antigua de América Latina. Después de observar la destrucción causada por los cilindros insurgentes en las dos aldeas, y el tiro de gracia asestado a ocho policías heridos, el general Rosso Serrano se preguntaba por la sinceridad de la guerrilla más poderosa de América Latina. "Toca preguntar muchas cosas, y preguntarle a los que van a hablar con los guerrilleros que los miren a los ojos y vean si no los están engañando, si se está diciendo la verdad o si lo que se está construyendo es una guerra". Las FARC, paralelamente a su participación en un complicado proceso de paz con el Gobierno de Andrés Pastrana, construyen un arsenal atípico. Para ello compraron o robaron, según fuentes oficiales, 23.641 bombonas de gas entre el 1 de enero de 1999 y el 22 de febrero pasado.El primer ataque con estos morteros criollos se efectuó en agosto de 1998 contra el batallón antinarcóticos de Miraflores, en el Guaviare. Más de 50 cilindros cayeron sobre fortificaciones que quedaron reducidas a escombros. Murieron 30 soldados, y otros 75 más y 54 policías fueron capturados, y aún permanecen detenidos. La opinión pública asistió desde entonces a 258 asaltos de estas características a comisarías y cuarteles, a una lluvia de pipetas lanzadas desde catapultas artesanales, desde tubos de boca ancha de 50 kilos montados en vehículos o anclados en la tierra.

"Si bien los cilindros de gas no son armas convencionales típicamente prohibidas como las minas antipersonales, los gases asfixiantes o las armas inflamables", precisó el experto Reynaldo Botero al diario El Tiempo, "este tipo de artefactos bélicos generalmente facilita la violación de las medidas de precaución a las que están obligados todos los actores armados porque su impacto produce resultados indiscriminados". Sólo el pasado año murieron 150 personas, entre militares, policías y civiles, en estos ataques. Las viviendas y vecinos próximos a los objetivos militares sufren frecuentemente las consecuencias de la imprecisión en el tiro, de la precariedad de unas baterías con carga propulsora de dinamita muchas veces de fabricación casera y sin el poder suficiente para impulsar o dirigir la bombona hasta el blanco deseado.

Las guerrillas ahorran mucho dinero con estos cañones que disparan una carcasa metálica de más de 20 kilos, nitramonio, pentonita, pólvora y mecha. A veces, los artificieros incorporan al cóctel ácido sulfúrico. La puesta a punto de cada unidad sale aproximadamente por 176 dólares (30.000 pesetas), mientras que un mortero, de efectos similares, cuesta entre 3.000 y 6.000 dólares.

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