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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El BCE, en Madrid

El Banco Central Europeo (BCE) celebró ayer en Madrid su primer consejo fuera de su residencia habitual en Francfort. Es el principio de una política de reuniones itinerantes que cada seis meses llevará a su máximo órgano de gobierno a uno de los 11 países que integran la zona euro. El inicio de esa gira en Madrid encuentra justificación en la próxima salida de ese consejo, por la expiración de su mandato como gobernador del Banco de España, de Luis Ángel Rojo, una de las personalidades más cualificadas y con mayor experiencia del banco europeo. Un merecido reconocimiento a quien ha dedicado parte importante de su trayectoria profesional a la homologación del banco central español con los de los países más avanzados.Hay que suponer que con esa política viajera el BCE pretende extender el conocimiento de la institución y la comprensión de su cometido más allá de los reducidos círculos de analistas y operadores financieros. El más joven y complejo de los bancos centrales no ha conseguido aún proyectar suficiente credibilidad en este sector de especialistas, a juzgar por una encuesta reciente realizada por uno de los más importantes bancos de inversión internacionales. La breve ejecutoria del BCE ha estado marcada por la confusión. El nombramiento de su presidente no fue modélico, al forzar el Gobierno francés la partición de su mandato, mediante el compromiso de Wim Duisenberg de renunciar a mitad del periodo para dar entrada al francés Trichet.

La adopción de una estrategia basada prioritariamente en el seguimiento de la cantidad de dinero en circulación ha sido puesta en entredicho, dada su cuestionable relación con las variaciones de la inflación. El mantenimiento como primer pilar de la política monetaria de la cantidad de dinero no ha impedido una desconcertante obsesión por el tipo de cambio del euro, que, en pura ortodoxia, debería ser secundario.

La abundancia de declaraciones públicas y comparecencias de los consejeros del BCE (a veces interfiriendo en las políticas económicas de los gobiernos nacionales, cuando el banco se muestra, a su vez, tan celoso de la independencia de sus funciones) no es sinónimo de transparencia, y mucho menos de coherencia. Sería más útil una actitud más consistente en sus posiciones monetarias, para que esa política merezca el respeto técnico que necesita. Si la credibilidad es importante entre los agentes de los mercados, no lo es menos la rendición de cuentas y la proyección ante los ciudadanos europeos de su utilidad como institución al servicio de su bienestar. EL BCE todavía vive en una etapa de adolescencia.

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