El mal del altura también mata
Un cartel colocado a la entrada del Parque Nacional del Everest anima a disfrutar del trekking más espectacular que existe. Otro cartel advierte que el paseo, combinado con la altura, puede matarte. Uno tiene tiempo de sobra para leer ambas advertencias mientras paga las 1.500 pesetas requeridas para obtener el permiso de marcha. A las puertas de la aduana se arremolinan una cincuentena de occidentales, mientras sus porteadores o guías realizan el trámite. Empieza lo bueno para los hechizados por el Everest, para los que se contentan con pasear la mirada arriba y abajo por la negra pared de la mítica cima. También para los indocumentados que no atinan a conceder al mal de altura su verdadero significado, entusiastas ávidos de imágenes y sensaciones fuertes que se apresuran en cumplir su sueño sin reparar en inconvenientes.
El tráfico en los alrededores de la vertiente nepalí del Everest aumenta sin pausa: 20.014 visitantes en 1998; 25.561 el año pasado, repartidos entre las dos temporadas propicias para adentrarse en los valles que circundan la montaña (abril-mayo y octubre-noviembre). El registro de febrero del 2000 cuenta con 876 visitas, un centenar más que en 1999. Y, aseguran, la cosa va a más. Entre Lukla y Phakding, entre éste punto y Namche Bazar, la capital del pueblo sherpa, abundan los norteamericanos, ingleses, galeses, escoceses, neozelandeses, letones; y también catalanes o andaluces.
En breve, la ruta que transita por el glaciar Khumbu se asemejará a cualquiera de las vías pirenaicas más solicitadas: de momento, la expedición Retena Odisea y la andaluza patrocinada por la Junta de Andalucía caminan de forma paralela, los primeros realizando labores de aclimatación y los segundos a punto de asentarse en el campo base de la ladera sur del Everest, su objetivo. Durante la próxima semana recorrerán estos mismos caminos Juanito Oiarzabal y el resto de los componentes de la expedición de Al filo de lo imposible, así como los vascos de Euskaltel, con Willy Bañales y Edurne Pasabán al frente.
Cuando alcancen Periche, a 4.263 metros sobre el nivel del mar, podrán escuchar los consejos de Linda, una voluntaria norteamericana que trabaja en uno de los escasísimos y modestos centros médicos que existen en la región. La tarea principal de Linda es prevenir el mal de altura a través de la información, sensibilizar a los menos cautos. Ganar altura demasiado rápido provoca dolor de cabeza, insomnio, vómitos y en caso extremo, edemas cerebrales o pulmonares. Pese a todo, el número de accidentes es ingente.
Ayer, a escasos cien metros de la aldea de Lobuche (a 5.000 m), varios componentes de la expedición andaluza se encontraron a un anonadado grupo de senderistas alemanes contemplando el cadáver de uno de ellos. Los andaluces trataron de reanimar al accidentado, sin éxito. Un infarto acababa de matarlo.
Una hora más tarde, después de que los navarros de Retena Odisea colaboraran con los andaluces para señalar con piedras un lugar propicio para el helicóptero de rescate, una senderista neozelandesa precisaba los servicios de un médico argentino alojado en Lobuche.
Como muchos otros, concluyó su experiencia en el Khumbu volando urgentemente a Katmandú, conectada a un tubo de oxígeno artificial. La advertencia a las puertas del Parque Nacional del Everest nunca debió resultar un mensaje anecdótico.
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