Humo español en Beverly Hills
ENVIADA ESPECIALEl equipo de Todo sobre mi madre celebró su fiesta en una discoteca de moda del West Hollywood. Bajo la estética industrial del local, se reunieron las actrices de la película (que tras la gala se cambiaron de ropa para poder moverse más y mejor), Antonio Banderas y Melannie Griffith, muchos españoles residentes en Hollywood y muy pocas estrellas. Anjelica Huston se acercó a la fiesta, bailó y manifestó su alegría por el Oscar a Pedro Almodóvar. "He venido porque me encantan sus películas y quería celebrar su premio. Me encantaría trabajar con él, pero primero tiene que aclararse en qué lengua quiere hacer su próxima película", señaló la hija de John Huston.
Por unas horas, el humo regresó a Beverly Hills. En California, el Estado de Estados Unidos donde más perseguido está el consumo de cigarrillos, se pudo fumar sin miedo. Pedro Almodóvar exigió que en su fiesta no se prohibiera el tabaco. La smoke police, que vigila que ni siquiera se encienda un pitillo en los afterhours más canallas de Los Ángeles, no apareció por el local. Los invitados exclamaban incrédulos: "¡Pero si hay hasta ceniceros; hacía años que no veía esto".
En Los Ángeles se celebraron, tras la gala de la 72ª ceremonia de los Oscar, fiestas en cada esquina. El humo sólo estaba garantizado en una. Banderas, sentado junto a Loles León y Melannie Griffith, se lamentaba porque tenía que madrugar al día siguiente. Su mujer, vestida y peinada como una estrella de los años treinta, lucía un espectacular collar: "Sólo puedo decir que lo que llevo puesto tiene más de cien años", explicó Griffith acariciando con las uñas sus brillantes. El músico Fito Páez aguardaba la llegada de su mujer, Cecilia Roth ("Sólo quiero verla para darle un beso", dijo), y lamentaba que hubieran cortado el discurso de Almodóvar sobre el escenario. "No le han dejado hablar y es una pena". "Su discurso era muy divertido, pero no le han dejado tranquilo", agregó Antonia San Juan. "¿El discurso? Cojonudo", cortó en seco una incondicional Loles León. "¡A Sinatra también le cortaron, que Pedro no es el primero que se pasa!", continuó indignado un amigo del cineasta. "Lo he tenido que sacar del escenario porque en el telepronter teníamos algo que decía 'largaos", explicó Antonio Banderas. El actor malagueño cogió del brazo a Pedro Almodóvar para sacarlo del escenario. El cineasta seguía con su ininteligible discurso en inglés ("Roberto Benigni parece un profesor de inglés al lado de Almodóvar", se burló Billy Cristal) mientras en el fondo del auditorio se empezaron a escuchar silbidos. "A Pedro le cortaron el micrófono, la gente no escuchaba nada de lo que decía", aseguró Banderas.
En Almodóvar se notó el cansancio acumulado. Mientras los invitados bailaban, él respondía cortés a las felicitaciones, pero no se detenía a hablar más de un minuto. Los efectos de la tensión por fin aparecieron y el director, con el Oscar en un bolsillo, se sentó nada más llegar. Una hora después desaparecía. "Estoy agotado", había comentado poco después de recibir en el Shrine Auditorium el Oscar a la mejor película en habla no inglesa. "No puedo pensar en nada ahora, mañana será otro día".
En la barra del local, el ministro de Educación y Cultura en funciones, Mariano Rajoy, se fumaba un puro mientras hablaba con Penélope Cruz y su amiga Goya Toledo. El vicepresidente en funciones Rodrigo Rato, más solitario y esquivo que su compañero de Gabinete, seguía con un pie el compás de la música. "Ha sido todo muy bonito, el año pasado fue muy triste porque sabíamos que era muy difícil ganar. Este año hemos pasado muchos nervios precisamente porque esperábamos el premio", señaló Rajoy sin abandonar la barra.
Almodóvar llegó a su fiesta dos horas después del término de la ceremonia. Entró por la puerta trasera después de acudir con su hermano Agustín y Cecilia Roth al tradicional baile del gobernador -que es, según la prensa americana, una de las fiestas más caras del país-. Sus amigos e invitados le recibieron con gritos y aplausos. El cineasta también se pasó por la fiesta que organizaba Elton John para recaudar fondos contra el sida.
Los oscars son la gran noche de Los Ángeles. Las calles se cortan, y por unas horas la gente camina por las aceras. La ciudad se humaniza. En Mortons, el restaurante donde Vanity Fair celebra su fiesta, las estrellas no paraban de entrar y salir. Con su Oscar en la mano, allí estaban Angelina Jolie, Michael Caine, Sam Mendes y Allan Ball (director y escritor de American beauty). Aunque la película de Dreamworks tenía su propia reunión en el restaurante Spagos, en el hotel Berverly Hills, la fiesta de Vanity Fair era la gran cita de la noche. En los alrededores de Spagos, acordonado desde las seis de la tarde, se impedía la entrada de coches. Angelina Jolie se paseaba con su hermano a un lado y su padre del otro. John Voight, un hombre alto y fuerte, no se separaba de su pálida hija. Jolie, que la noche antes de los oscars estaba con sus amigos en Whiskey, uno de los bares de moda de la ciudad, sonreía a todo el mundo y abrazaba sin parar a su padre. Su hermano la miraba emocionado.
A las dos de la madrugada los invitados empezaron a desalojar los locales. Billy Cristal aguardaba su limusina en la puerta. Cerca, la modelo española Esther Cañadas -vestida de Donna Karan- y su marido, el modelo Mark Vanderloo, no interesaban a los cazadores de autógrafos. Keaunu Reeves (que rodará en Australia la segunda y tercera parte de The Matrix) abandonó el local malhumorado y Rod Stewart se plantó en plena calle, descamisado y riendo a carcajadas. Los guardias de seguridad desalojaron a un travesti curioso y Ashley Judd resultó irreconocible fuera de la patalla. "Es que a mí me ha sorprendido lo que cambian los actores en persona", decía Antonia San Juan. A la actriz y a su compañera de reparto Candela Peña sólo les impresionó una estrella: Nicole Kidman. Y a Eloy Azorín le gustó comprobar que sólo un actor es más alto que él: Clint Eastwood.
Babelia
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