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El síntoma Sanleón

Ningún museo de prestigio en el circuíto internacional admitiría una escultura como la de Sanleón, quien además ni siquiera es escultor, en la explanada de su entrada principal, pero también es cierto que ningún museo de esa clase tiene a su frente a una persona de las características de Consuelo Ciscar. Este triste episodio, que cabe calificar de afrenta intolerable para la autonomía del IVAM, resulta también bastante esclarecedor de hasta dónde puede llegar la vanidad inmotivada de un artista al que su directora general suma en la nómina de los adictos al gobierno de Zaplana.Pocas veces se había dado una injerencia de esta envergadura en la autonomía de un instituto cultural que se ha ganado su prestigio por un rigor ajeno a la facilidad con que otros tiran de talonario a expensas de los presupuestos públicos, aunque también pocos artistas dignos de ese nombre se habrían prestado a participar en una maniobra que tiende a desautorizar al actual equipo director del IVAM en beneficio de la mucho más desenvuelta Consuelo Ciscar, curioso personaje que no pasaría de engrosar el noble cuerpo del secretariado de no contar en su favor con sus decisivas y decisorias relaciones familiares y cuya ambición sin límites -legítima en origen, pero deslegitimada en las argucias de su ejercicio- ha puesto contra las cuerdas a los numerosos proveedores del Consorcio de Museos por retrasos desmedidos en los pagos.

El síntoma Sanleón es sólo una muestra de lo que cabe esperar de un muestrario de advenedizos políticos que ven en la debilidad de la izquierda la ocasión de prosperar en sus artimañas de liberales sobrevenidos. Sospecho que se trata del primer episodio de un rosario de medidas todavía más espeluznantes, a poco que las víctimas de esos manejos tengan la tentación de dejar el campo libre a semejantes tropelías. La burla que todo esto supone respecto de las reglas de juego que ellos mismos se han fijado resulta algo más que inquietante, pero no supone novedad alguna. Se ha visto más de una vez respecto del Consejo Rector de Teatres de la Generalitat y de otros de esa clase en el terreno de la cultura.

La novedad consiste en que supone un paso más en el desenfadado recorrido de una ambición espúrea que es necesario cortar antes de que sea tarde. Si los mismos que dicen impulsar la Ciudad del Cine o la de las Artes Escénicas no tienen empacho en propiciar un atropello de esta clase, es que están dispuestos a destrozar lo que sea si les reporta algún beneficio. Por eso mismo, y ya que la conciencia cívica de los artistas se ha rendido a la almoneda de su jefa, habría que decirle a Juan Manuel Bonet que no satisfaga con su actitud el objetivo que ese atropello se propone. Y darle el pésame a José Sanleón, de profesión sus triquiñuelas, por la satisfacción que siente al ser más utilizado que valorado por su jefa.

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