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Crítica:ÓPERA - 'EL CABALLERO DE LA ROSA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La nostalgia del vals

Late de principio a fin en El caballero de la rosa una profunda melancolía en la reflexión sobre el paso del tiempo, un tiempo que se escurre entre los dedos de los personajes de una forma inevitable. Y se hace especialmente intenso este sentimiento en la escena final del primer acto, con una Mariscala que en más de una ocasión se ha identificado con la imagen de Austria: sabia, ligera, a veces alegre, a veces triste. Muy oportuna esta coincidencia en tiempos de Haider y, por encima de todo, si el lúcido y hechizante personaje está encarnado por Felicity Lott, una cantante de intimidades, sin ningún tipo de afectación, luminosa, que sabe llegar hasta lo más hondo susurrando, insinuando, cantando con una evanescencia, una sensualidad y una morbidezza ejemplares. Emociona Felicity Lott desde la inteligencia, desde el buen gusto y desde las sutilezas. Actriz excepcional, por otra parte, complementa su canto con pequeños gestos siempre llenos de elegancia e intencionalidad. En los breves momentos que transcurren desde que da vuelta al espejo para no seguir contemplando su envejecimiento hasta que exhala el humo de un cigarrillo al borde de la cama en la culminación del primer acto, se recoge teatralmente la nostalgia de un tiempo que definitivamente se ha ido.Se ha dicho en más de una ocasión que El caballero de la rosa refleja como ninguna otra ópera la quintaesencia del alma vienesa. Es posible, y no solamente por ese desarrollo a ritmo de vals que llena la obra. Jonathan Miller ha trasladado la acción desde la segunda mitad del XVIII, en que transcurre el libreto, hasta los años en que se estrenó la obra, justificándolo en función de mostrar "esa Viena decadente, a las puertas de la Primera Guerra Mundial, que seguía viviendo en el siglo XIX, inmersa en la hilarante y frívola atmósfera de los salones y de los valses, intentando olvidar el vacío, la desazón y los conflictos que se fraguaban a su alrededor. El libreto, tan refinado, sarcástico y crítico, sitúa la trama mucho más cerca de los dramas de Schnitzler, de la reflexiones de Freud o de la desesperanza y melancolía de Musil que de un alejado y galante siglo XVIII". No está mal vista esta aproximación. Se pierde, sin embargo, el encanto rococó que han cultivado desde Alfred Roller hasta Otto Schenk. La lectura escénica es, en cualquier caso, funcional, austera, más pendiente de la narración a pie de obra que de la sugerencia poética. No tiene magia, es distante y hasta esquemática, pero siempre transmite con claridad lo que se cuenta.

"El caballero de la rosa"

Música de Richard Strauss, libreto de Hugo von Hofmannsthal. Con Felicity Lott (Mariscala), Diana Montague (Octavian), Isabel Rey (Sophie), Günter Missenhardt (Barón Ochs), Hakan Hagegard (Faninal). Director musical: García Navarro. Director de escena: Jonathan Miller, realizada por David Ritch. Escenografía: Peter J. Davison. Figurines: Sue Blane. Orquesta Sinfónica de Madrid, Coros de la Comunidad de Madrid. Producción de la English National Opera, 1994, en colaboración con Los Ángeles Music Centre Opera, Houston Grand Opera y New York City Opera. Teatro Real, Madrid, 21 de marzo.

La Orquesta Sinfónica de Madrid y García Navarro han hecho un gran esfuerzo para sacar adelante esta compleja partitura. La versión es fiel a la letra y deja un punto de insatisfacción en el espíritu. Falta levedad, o tal vez agilidad, para extraer el refinamiento tímbrico que Strauss despliega. Se abusa en más de una ocasión del exceso de volumen, pero hay orden, sentido concertante con las voces y progresión dramática. No se alcanza ese último suspiro burbujeante, pero la obra fluye con corrección.

En el reparto vocal, Diana Montague e Isabel Rey se desenvuelven con soltura, aunque a considerable distancia artística de Felicity Lott, la primera por cierta monotonía tímbrica y expresiva, la segunda por excesiva contención en la construcción de su personaje. Más que notables Antonio Gandía e Itxaro Mentxaka en sus cometidos y extraordinarios H. Hagegard, un poderoso Faninal, y Günter Missenhardt, un Barón Ochs que mira con el rabillo del ojo a Falstaff y que cae, como él, en las trampas que le tienden unas mujeres a las que creía seducir. En los saludos finales, la gran triunfadora fue Felicity Lott, hubo división de opiniones para García Navarro y frialdad para la dirección escénica.

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