El dilema de Aznar
El presidente Aznar anunció el viernes las prioridades que guiarán al Gobierno que se propone formar a partir de la mayoría absoluta que le proporcionaron las urnas el 12 de marzo. La primera digestión de una victoria mucho más amplia de lo que podían prever los más optimistas entre los populares ha moderado la euforia con una cuidadosa omisión de expresiones que pudieran suscitar temores. La propia expresión "mayoría absoluta" desapareció durante unos días del lenguaje oficial del PP: se omitió cuidadosamente durante la campaña, para no desmovilizar a unos y amedrentar a otros, y tampoco apareció en las reacciones inmediatas ante la victoria, para no dar razones a quienes ven el peligro de ninguneo de las minorías.La segunda digestión, con el anuncio de las prioridades de Aznar, ha registrado gestos muy medidos, en los que se combina la oferta de diálogo y a la vez la reafirmación eufórica del programa con el que el PP consiguió el triunfo. Los agentes sociales -sindicatos y patronal- pasan en el protocolo por delante de los nacionalistas a la hora de escenificar la política de mano tendida que anuncia el presidente. El terreno de la gestión económica, donde el PP ha cosechado buenos resultados, recibe así un trato prioritario respecto al estrictamente político, por más que el presidente reivindique el carácter político de su gestión.
A la vez, Aznar ha exhibido ya sin ningún rebozo el poder de su mayoría y la voluntad de aplicar su proyecto político, para invitar al diálogo a los agentes sociales y a los socios nacionalistas desde una posición de fuerza. A la hora de negociar con otras fuerzas son innegables las ventajas de la mayoría absoluta y no cabe ahora hurtárselas al futuro Gobierno del PP. Si Aznar la ha obtenido es también porque sus votantes han querido darle la oportunidad de ejercerla, sin necesidad de pactos con otras siglas para sacar adelante sus propuestas en el Parlamento. Felipe González difícilmente hubiera conseguido conducir a la izquierda española hacia Europa sin contar con las manos libres de un Gobierno sin hipotecas.
Pero también son evidentes algunos peligros. Las mayorías absolutas son sustento de tentaciones personalistas y autoritarias y caldo de cultivo para las desviaciones de poder y las corrupciones, con escasas oportunidades de investigación parlamentaria. Lo sucedido en los años ochenta con los socialistas fue un buen banco de pruebas. La nueva legislatura puede servir para consolidar el centro y la moderación o para repetir experiencias negativas; para civilizar o para enconar la vida parlamentaria.
Hay otras tentaciones que una mayoría absoluta puede alimentar extramuros del partido gobernante. En el lado de los antiguos aliados nacionalistas, y una vez que el PNV rompió amarras hace ya meses, puede haber también una tendencia al endurecimiento por parte de CiU, cuyos votos son del todo prescindibles a los efectos de la estabilidad tantas veces invocada por Pujol en el pasado para aliarse con unos u otros. Ya han aflorado también algunas exigencias inmediatas de los grupos de presión que creen haber hecho más méritos para desbrozar la marcha hacia esta mayoría absoluta. No está de más recordar que la misma eficacia electoral del eslogan "España va bien" ha enmascarado, bajo un innegable éxito económico, el juego subterráneo del amiguismo en las privatizaciones y del intervencionismo en los medios de comunicación públicos y privados.
Las propias palabras de Aznar para aventar el miedo que suscitan las mayorías absolutas refuerzan en buena medida las razones de esos recelos. "Tenemos mayoría porque no hay ningún miedo al ejercicio de la mayoría", ha dicho, como si sólo contaran las ideas y los sentimientos de quienes le votaron el pasado domingo, y no los de los ciudadanos españoles que no le votaron.
El PP tendrá muy pronto la oportunidad de demostrar en la práctica la realidad de su política "centrista, reformista y dialogante". La revisión de la Ley de Extranjería y las reformas de la justicia y de las humanidades, cuestiones que figuran como urgentes en el programa de los populares, serán las primeras piedras de toque del nuevo estilo del segundo mandato de Aznar. También lo será, más tarde, la negociación del nuevo sistema de financiación autonómica, no sólo por su capacidad de diálogo con los nacionalistas catalanes, sino precisamente con las comunidades autónomas gobernadas por socialistas. Al nuevo Gobierno de Aznar, como a todos, habrá que juzgarlo por sus actuaciones, sin que tengan mayor valor ni las declaraciones de intenciones ni las descalificaciones apriorísticas de sus adversarios.
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