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Reportaje:

Valencia, una silueta controvertida

Miquel Alberola

Las nuevas zonas de desarrollo urbanístico de Valencia, las avenidas de Francia y de las Cortes Valencianas, han dado lugar a la proliferación de edificios de cuatro fachadas, con una arquitectura que busca la personalización de las formas y produce una estética diferente, lo que suscita una cierta controversia e induce al eterno debate sobre la modernidad de la ciudad.La gran eclosión de edificación y urbanismo en los últimos diez años ha dado lugar en muchos casos a estéticas nuevas. Hasta ahora Valencia se movía entre dos estéticas, básicamente. La del edificio entre medianeras del Ensanche, que se construyó hasta finales de los cincuenta, y la de la periferia urbana, que es producto del desarrollo poco controlado y de baja calidad, que irrumpió entre los años sesenta y setenta. A estas formas opuestas se une ahora la arquitectura del edificio exento, que, aunque contaba con algunos ejemplos en Valencia, como el edificio de La Pagoda, de Escario Vidal y Vives, el del Archivo del Reino de Valencia o los de las facultades de Moreno Barberá, era prácticamente inédita.

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EL PAÍS ha hablado con un grupo de profesionales de la arquitectura y el urbanismo para ahondar en la cuestión. Para el que fuera director del Plan General de Valencia, el arquitecto y urbanista Alejandro Escribano, este debate "es el mismo que ha habido en todas las ciudades desarrolladas, y es saludable que origine una polémica urbana". Escribano defiende que es bueno que Valencia recupere "un perfil más singular". "Dentro de los edificios que se han hecho hay algunos que me gustan y otros que no, pero prefiero una ciudad en la que unos edificios me gustan y otros no a una ciudad chata, uniforme e igualitaria", puntualiza. Y remacha: "La libertad en arquitectura, lo mismo que ocurre en la sociedad, produce situaciones que a uno le gustan y a otros no. Por encima de eso, prefiero la libertad que produce errores a la monotonía que produce ciudades carcelarias".

El urbanista y ex alcalde de Valencia, Ricard Pérez Casado, mantiene que promotores, constructores y profesionales de la arquitectura y del diseño no están traduciendo la modernidad en sus construcciones, "pese a que la ciudad cuenta con grandes profesionales". A su modo de ver las administraciones públicas dieron alguna luz con espacios modernos que atrajeran nuevas iniciativas con arquitectos, "probablemente todos ellos discutibles, pero con una garantía de modernidad y de uso de materiales y confección estética moderna", como son los casos de Santiago Calatrava, Norman Foster, Ricardo Bofill, García Paredes o Emilio Giménez.

"Pero no he visto que eso haya sido seguido por las viviendas ni los espacios comerciales. Alguna de las cosas que están emergiendo podrían estar en cualquier lugar del mundo no necesariamente vinculado a la modernidad. Se ha ido más a agotar la edificabilidad y a densificar sin pensar que el espacio de la ciudad es también para verlo y para recrearse", constata.

¿Qué ha desvirtuado ese proceso si las bases tenían el marco y una clarísima invitación a la modernidad? "O no les ha gustado a los responsables de la producción de la edificación o piensan que la clientela no aceptaría este grado de modernidad. Y si fuera por la segunda razón, creo que se equivocarían".

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El resultado, según el análisis de Pérez Casado, es una Valencia en la que van a convivir impactos absolutamente actuales, homologables a cualquier ciudad progresiva de Europa o de los Estados Unidos, junto a la repetición de un modelo estéticamente vulgarizador y económicamente agotador de la absoluta rentabilidad del suelo.

Muy aplastante en sus convicciones, el arquitecto Carles Dolç opina que "no aportan nada nuevo ni los arquitectos que han trabajado los edificios residenciales ni los foráneos que han hecho las intervenciones de postín". Tanto Norman Foster como Santiago Calatrava, conceptuados por Dolç como grandes arquitectos, "se han tomado el Palacio de Congresos y la Ciudad de las Artes y las Ciencias sin pensar en Valencia, como ya pasara con el Palau de la Música". Para Dolç, el asunto radica en que quien encarga "no tiene demasiado claro lo que quiere".

Y aporta el ejemplo de la alcaldesa Rita Barberá, que ha dicho recientemente que le falta un moneo para Valencia: "El problema es qué le falta a la ciudad, y si se quiere hacer un encargo a un arquitecto de fuera se debe pensar cuál es el más idóneo para esa obra. Y no pensar en que falta un moneo sin saber qué encargarle a Moneo".

Dolç no encuentra extraño que lo que producen los arquitectos locales junto a "esas arquitecturas que pretenden ser singulares tenga poca calidad". "Incluso hay algunas muy malas: lo que hay frente a la Ciudad de las Ciencias me parece de lo peor que se ha hecho en arquitectura. Es una arquitectura de cariz turístico de hace 25 o 30 años", asevera.

Para este arquitecto, la trama de más calidad de la ciudad continúa siendo el Ensanche. "Es una trama uniforme muy bien resuelta en origen, al contrario de lo que estamos viendo ahora, que es una proliferación de cosas sin coherencia en la volumetría ni en las cornisas resultantes". Dolç defiende un modelo de ciudad europea, concentrada, compacta, de no demasiadas alturas, "porque los rascacielos, a menudo, entran en competencia en cornisas históricas de un gran valor".

Francisco Nebot, quien junto al también arquitecto Enrique Roig ha dibujado muchos de los nuevos edificios de estas zonas, agradece la polémica. "Por lo menos ya creo que hemos logrado que se hable en Valencia de arquitectura", sentencia. Este arquitecto sostiene que con las intervenciones que se han hecho de hace unos diez años a esta parte, el ciudadano está empezando a enterarse de qué es la arquitectura y el urbanismo.

"Hace una década", razona, "el crecimiento de Valencia era vegetativo, iba ensanchándose poco a poco. Esa forma de crecimiento de la ciudad era excesivamente tradicional y monótono. Aquí ha habido una corriente arquitectónica muy centrada en la investigación y el análisis, pero demasiado desconectada del ciudadano, y otra que podríamos definir como comercial. Yo soy partidario de una síntesis, porque las casas las hacemos para la gente y la gente tiene que entenderlas", explica.

Nebot hace una defensa encendida de los edificios escalonados, que han salido del taller de arquitectura que comparte con Roig: "Los dos que hemos hecho compartían lidénticos factores condicionantes para la resolución del problema: fachadas al río, con unas proporciones y unas escalas enormes". Este arquitecto niega que los aterrazados hayan sido inventados en su taller. "Ya los romanos hacían casas escalonadas en los promontorios", recalca. "Antonio Santelia investigó mucho los escalonados, saliéndose de lo corriente, y es lo que hemos intentado rescatar. Algunos han pensado que los hacemos porque el promotor lo vende mejor, y es cierto que lo vende mejor, pero porque a la gente le gusta".

Pérez Casado mantiene que al ciudadano le gusta identificarse con un perfil histórico, pero también con los nuevos. El Plan General de Valencia, a su entender, partió del reconocimiento a las iniciativas fuertes que se habían parado, como el Ensanche o la Gran Vía Fernando el Católico. "Lo que hicimos al dibujar la ciudad fue incorporar nuevos elementos de arrastre: la fachada marítima, la avenida de Francia, el eje de Ademuz... Lo que ocurre es que esto se ha desvirtuado densificando más en Orriols, en Benimaclet, en la misma avenida de Francia y en Ademuz. No tenía por qué haber sido así", concluye.

Dolç opina que el Ayuntamiento de Valencia, "en cierto modo, deja que los promotores orienten el crecimiento, los criterios y las prioridades urbanísticas" a través de los estudios de detalle, "que son siempre propuestas de promotores, ante los cuales el Ayuntamiento ha dejado hacer". Sustenta que el urbanismo, aunque es una cuestión de pacto entre la iniciativa pública y la privada, su orientación y decisión última tiene que ser pública, "porque se tiene que velar porque los resultados sean satisfactorios para el conjunto de la ciudadanía, y no para el promotor".

Pérez Casado se muestra convencido de que la Administración no debe de entrar en la composición estética de las fachadas, "pero hay muchas formas de hacerlo, como a través de las intervenciones públicas, que siempre terminan por arrastrar, como ocurrió con lo que ahora se llama arquitectura socialista", ilustra. El ex alcalde considera que, contrariamente, ahora desde el Ayuntamiento los únicos guiños que hay son en forma de chirimbolos y farolas "de ninguna época", lo cual "además" contribuye a reforzar la idea de que la ciudad carece de refentes.

A Alejandro Escribano le parece "simplemente imposible" definir condiciones estéticas para la ciudad: "Las ciudades son así, con independencia de que a uno le puedan irritar más o menos". Cuestión distinta considera Escribano que son los volúmenes urbanísticos: "La volumetría, el número de plantas, la configuración de un edificio, sí que es materia de los poderes públicos, que deben regular si las alturas de cornisa, los anchos de calles o la forma de los edificios responde a patrones coherentes de organización del espacio urbano", expone.

La misión de la Administración, propugna Escribano, "no puede ser ir controlando la estética urbana, ni una persona puede imponer su personal gusto a 750.000 habitantes". Escribano reconoce el caso de Barcelona, que "encontró a una persona excepcionalmente brillante como Oriol Bohigas" para marcar unas determinadas pautas, aunque éste le parece un hecho singular e irreproducible en Valencia. Para el director del actual planeamiento, la libertad inherente a la creación arquitectónica debe compaginarse con un control riguroso del espacio público y de los aspectos urbanísticos, como la volumetría.

Escribano aboga por dar una libertad amplia a los proyectistas en cuanto a la configuración estética de los edificios, aunque considera que habría que controlar los entornos de los recintos históricos y, "por encima de todos", el espacio público y el diseño público. En Valencia intervienen de tres a cuatro servicios municipales, además de los de las consejerías, en la configuración y el diseño de los espacios públicos: aceras, tipos de arbolado, soluciones de tráfico, alumbrado..., lo cual "necesita una coordinación de tipo técnico, una unificación de la escena urbana". "Eso sería mejorable", asegura. "Me parece más urgente ese debate que el de controlar las fachadas como si estuviésemos en el París decimonónico", especifica.

Respecto a quién toma las decisiones, Escribano explica que siempre se produce un diálogo entre el arquitecto, el promotor y la Administración: "Y el arquitecto lleva la voz cantante en la mayoría de ocasiones", indica. Al promotor, según Escribano, le preocupa la singularidad del edificio, los aspectos de distribución, los aspectos económicos y de rapidez en la tramitación. La estética la deja "en buena medida" en manos del arquitecto. Lo único que le pedirá será racionalidad y funcionalidad en las soluciones.

Para Nebot, en quien concurre la dualidad del promotor y el arquitecto, puesto que su socio decidió ser constructor para poder realizar sus edificios más atrevidos, "el promotor no entiende de arquitectura, pero sabe negociar dinero y detecta cómo quiere vivir la gente". "Los promotores han trabajado de una forma muy tradicional, pero ahora han visto que las experiencias últimas han tenido una gran aceptación entre la gente", observa.

Nebot mantiene que se ha superado el lenguaje arquitectónico "con arquitos, capiteles y barandillas de forja" que imponían hace unos años algunos promotores: "Ahora el ciudadano quiere una arquitectura que le sirva para vivir, disfrutando de la mayor luz posible, y nosotros debemos intentar combinarlo con las dosis posibles de modernidad, traduciéndolo en un racionalismo útil". Es decir: "Vincular la arquitectura con las exigencias del ciudadano sin renunciar a educar su sensibilidad".

De acuerdo con su impresión, el promotor empieza a percibir que la arquitectura tiene que ser singular. Y pone el ejemplo de la "rectificación" que Norman Foster ha hecho a instancias del Ayuntamiento de la cubierta de los dos edificios del hotel diseñado junto a Roig: "Esa cubierta le costaba al promotor unos 200 millones de pesetas y no sacaba ningún valor añadido, sin embargo estaba dispuesto a gastarlos y la defendió hasta el final". "Eso no pasaba hace diez años, pero ahora entiendo que la imagen de esos edificios es muy importante y supone una inversión", relata.

Este arquitecto cree que habría que pensar en la liberalización del crecimiento de la ciudad, "que hasta ahora ha tenido una planificación demasiado dirigida en cuanto a la libertad compositiva del arquitecto". "El político debe marcar la edificabilidad, asesorado por los técnicos, y en actuaciones que no puedan producir distorsiones tendrían que facilitar una composición libre, pensando en las formas de crecimiento de cualquier ciudad moderna", expone. Para él no tiene sentido seguir ensanchando la ciudad como en el siglo XIX "sino como en el siglo XXI".

En este punto es donde se produce la gran discrepancia entre los arquitectos, según Nebot: "Si la ciudad debe crecer dirigida, o si debe dejar la libertad de elección para proyectar más alturas dejando más espacio en el solar para que sea utilizado por la gente". Pero esto necesita "una planificación tan grande que un plan general como el del 1989 no lo puede regular".

El debate no ha hecho más que empezar.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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