¿Operadora?
PEDRO UGARTE
La deducción de cuáles son los sectores económicos más florecientes en cada momento de la historia no necesita profundos análisis ni sesudas investigaciones académicas: basta con ponerse a mirar los anuncios de la tele. Así como en los años sesenta la televisión franquista estaba llena de publicidad de lavadoras y frigoríficos, el tiempo que nos ha tocado vivir pertenece a los operadores.
Hablo de operadores, sin adjetivación ninguna, limitado por mi vasta ignorancia. Los operadores operan en el complejo mundo del cable, de la fibra óptica, de las ondas hertzianas, de los inmarcesibles satélites espaciales. Los operadores, así, a la brava, ponen ordenadores, teléfonos y televisores (¿o no?), ponen correos electrónicos, faxes, servidores, cosas así. En fin, se dedican a un negocio y, como todos los negocios, los operadores necesitan de nosotros, el común de los mortales, para seguir operando en condiciones.
Los operadores están empezando a cansarme. Uno recibe su bombardeo mediático, pero también sus llamadas telefónicas (a la hora de comer o a la hora de cenar) proponiendo inéditas posibilidades de servicios. Rellenan los buzones de propaganda (a la espera de rellenarlos, con el tiempo, de facturas) y regalan CDs de música clásica o moderna. Los operadores aspiran a operar en nuestra vida con la misma eficacia con que lo hacían en otro tiempo los directores espirituales, guiando los dubitativos pasos del rebaño por este valle de lágrimas.
Siguiendo sus anuncios, acabo pensando que soy lisa y llanamente tonto: nunca he investigado a fondo las tarifas telefónicas, nunca he contrastado los catálogos de servicios de una u otra empresa, nunca he considerado seriamente por qué es más barato recurrir a cierta compañía si uno quiere llamar a Larrabetzu, en día laborable, a partir de las 17.35, y por qué llamando a Tarazona, en fiesta de guardar, de 12.45 a 18.00 horas, resulta conveniente comunicar con otra, y por qué si debo ponerme en contacto con Sidney, a medianoche, debería hacerlo desde una tercera.
Sinceramente, los operadores nos exigen una atención hacia los gastos de nuestra economía privada que hoy día sólo pueden permitirse los jubilados (en este campo, a más inri, jubilados especialmente ilustrados), ya que todos los demás, como siempre, somos muy celosos en la gestión de nuestro trabajo, pero las cosas de casa las tenemos manga por hombro.
Cada vez que veo un anuncio de operadores telefónicos, no puedo decir que se me ponga el disco duro. La sensación final es bastante deprimente. Todos logran transmitirme un solo sentimiento: soy un imbécil, estoy perdiendo dinero, no merezco vivir en un mundo del que no entiendo absolutamente nada. Lo único efectivo que hago, para limpiar mi conciencia, es apresurarme a apagar la luz de la cocina, que brillaba inútilmente, y reducir así en un algo la factura de la compañía eléctrica. Eso sí que lo sé hacer: apagar la luz es fácil. Pero cada vez que llamo por teléfono, cada vez que enciendo el ordenador, presiento que alguien me está robando impunemente, y que si fuera un responsable padre de familia habría logrado mejores tarifas, compañías más baratas, ofertas de servicios mucho más ventajosas.
Vivimos en un mundo complejo e inseguro. ¿Quién puede tener la osadía de educar a un hijo si es incapaz de contrastar los servicios de esas imponentes compañías que representan el futuro, el bienestar y el progreso? ¿Cómo dictaminar desde una columna acerca de los avatares de nuestro tiempo si soy incapaz de recurrir a los más rápidos servidores de internet o de bajarme al disco duro un archivo que flotaba inaprehensible en las telarañas de la red? ¿Qué demonios quiere decir winzip? ¿E hipervínculo? ¿Chatear es una actividad alcohólica? ¿Un conversor es un apóstol? ¿Dónde estoy? ¿Se oye? Eh, ¿hay alguien ahí? ¿Operadora?
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