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Cómo subvertir la urbanidad con una ópera

Buena parte de los wagnerianos catalanes llevan varias semanas ciclostilando octavillas, afinando pitos y ensayando sonoros silbidos para tener esta noche a punto la artillería en el estreno, en el Teatro del Liceo de Barcelona, del innovador y polémico montaje de Lohengrin, de Wagner, del director de escena alemán Peter Konwitschny. El pasado miércoles, limpios de prejuicios, 475 alunmos de escuelas de enseñanza media y conservatorios de música de las provincias de Barcelona y Lleida acudieron al ensayo general de la ópera, una iniciativa del departamento educativo del coliseo lírico barcelonés para acercar a los jóvenes al mundo de la ópera. Para la mayoría era su primera visita al Liceo y, por supuesto, su bautismo lírico. Un bautismo nada sencillo: Wagner no es un compositor fácil y Lohengrin es una obra muy larga para neófitos."¡Qué guai!", repetían boquiabiertos la mayoría de escolares al entrar en la sala. Sin embargo, Gerard, de 13 años y alumno del Instituto Joan Fuster de Barcelona, no opinaba igual. "Es muy lujoso. Excesivamente clásico, como de otra época", decía. "Os portaréis bien, ¿verdad?", suplicaban algunos profesores. En clase, los maestros les habían ilustrado sobre el argumento e informado de que el montaje traslada la acción, originalmente situada en Amberes en el siglo X, a una escuela. "Acudir a estos ensayos es importante para su educación. Escuchan mucha música máquina y acudir al Liceo les permite conocer otro tipo de música", explicó Mercè Bonfills, profesora del instituto Menéndez Pelayo de Barcelona.

Las luces se apagan, después de la obertura se levanta el telón y aparece sobre el escenario un aula llena de adultos vestidos con pantalón corto, tirándose aviones unos a otros y haciendo las gamberradas propias de los escolares antes de que el profesor entre en clase. Los otros escolares, los de verdad, desde el segundo y tercer piso del Liceo apenas si pueden contener la risa. "Es una buena manera para que los jóvenes entendamos mejor el argumento", decía Octavi, de 14 años.

Pero seguir una ópera de Wagner no es fácil, aunque el director de escena traslade la acción a una aula, y menos aún si el sistema de sobretitulado se estropea, como sucedió el pasado miércoles cuando apenas habían transcurrido 40 minutos del primer acto.

Sin sobretitulado, en el segundo acto empezaron a aparecer los bostezos. "Cuando cantan quietos sin moverse cuesta saber qué está pasando", decía Ana, de 12 años, dispuesta a no rendirse. Algunos ya se habían contagiado de la bajísima nota de urbanidad que los cantantes-escolares se habían ganado a pulso gamberreando sobre el escenario por exigencias de la puesta en escena. A Luis, de 14 años, le cayó una buena bronca del jefe del departamento educativo del Liceo, Xavier Pujol, después de pasarse buena parte de segundo acto hablando y chinchando a sus compañeros. "Les repetimos que se comporten como adultos y con este montaje en el que los adultos se comportan como niños resulta difícil mantener la autoridad", decía resignado Pujol.

En el segundo entreacto y tres horas y media después de haber empezado la representación, un grupito planeaba atrincherarse en los lavabos para ahorrarse la hora que todavía quedaba de ópera. Los más jóvenes abandonaron el teatro con sus profesores por recomendación de jefe del departamento educativo. "Son demasiado pequeños para Wagner", decía. Exhaustos pero decididos a completar su bautismo operístico con o sin sobretitulados, los cerca de 300 escolares que todavía quedaban entraron en la sala. "Ahora viene el trozo más conocido", decía Julia, de 13 años, refiriéndose a la célebre marcha nupcial. Al bajar el telón apenas tenían fuerzas para aplaudir, pero se sentían como auténticos héroes. Habían conseguido completar su misión de escuchar una ópera, mientras Lohengrin, sobre el escenario, fracasaba en su propósito.

Marcel.li Saenz Martinez
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