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La opción catalana del PP FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

El ciclo electoral completo de los últimos meses en Cataluña ha constituido un fracaso para CiU y los nervios comienzan a aflorar en la coalición. Muchos dirigentes y militantes de los dos partidos que la forman criticaban en privado la línea política de los últimos años, aunque ninguno se atrevía, por prudencia o por miedo, a expresar sus críticas en público. Parece, sin embargo, que las cosas están cambiando.La cruda realidad la contemplaron los dirigentes de CiU el domingo por la noche, tras conocerse los resultados: forzados a llegar a acuerdos con el futuro Gobierno presidido por José María Aznar para paliar, en lo posible, el caos financiero de la Generalitat, el trato que recibirán, al no ser necesarios para la gobernabilidad, será muy distinto al de hace cuatro años. A las pocas horas de conocerse el resultado electoral, el influyente ministro Mariano Rajoy mostraba cuáles serían las nuevas reglas de juego en el trato con los nacionalistas catalanes. En claras y contundentes declaraciones afirmaba que hubiera sido "un disparate y una insensatez" entregar los 400.000 millones de pesetas que CiU reivindicó durante la campaña para mejorar la financiación de Cataluña. Rajoy expresó la voluntad de diálogo que les anima, pero señaló que el PP quiere "gobernar sin discriminaciones" y que no se gobierna "para territorios, sino para personas, que son iguales en todas partes".

Pero no sólo las alianzas estratégicas de CiU en España han cambiado, sino que también debe sacar consecuencias de sus resultados en Cataluña y compararlos con los del PP. Sólo algunos datos: mientras que CiU ha perdido en toda Cataluña sólo un escaño pero 186.643 votos respecto a 1996 (78.510 en Barcelona ciudad), el PP gana cuatro escaños (uno en Girona, única circunscripción donde no obtenía ninguno) y 38.082 votos, en Barcelona ciudad obtiene sólo 6.700 votos menos que CiU y pasa a ser la segunda fuerza, tras los socialistas, en el área metropolitana. El avance del PP, si bien cuantitativamente no es espectacular, cualitativamente es más que significativo: penetra profundamente en las zonas urbanas, antesala siempre de avances generales más amplios.

Todo ello debe ser interpretado en el sentido de que los problemas de CiU van más allá de lo que se deduce del resultado estricto de estas elecciones, arrancan de mucho antes y son más generales. Provienen, sobre todo, de que el nacionalismo pujolista, del cual deriva toda la actuación política de CiU, no responde a las necesidades propias de la sociedad actual.

En efecto, el nacionalismo de Jordi Pujol se ha basado fundamentalmente en la tradición catalana de Prat de la Riba y Cambó, que si bien respondía a la realidad de aquellos tiempos, tiene escaso sentido en los actuales. Primero, porque las principales reivindicaciones de entonces -una autonomía que asegurara poder político y protección a la lengua y a la cultura propias- ya se alcanzaron sobradamente con la Constitución de 1978 y el Estatuto de Cataluña. Segundo, porque la composición social y cultural de Cataluña ha cambiado, por muchas razones, profundamente y su estructura económica tiene poco que ver con la de principios de siglo, e incluso es muy distinta que la de 1980.

De ahí derivan los principales errores del partido de Jordi Pujol. Conseguida ya la autonomía, ha querido dar un paso más y desde el Gobierno de la Generalitat ha querido construir un pequeño Estado centralista -en la época en que ni siquiera los Estados tradicionales lo son y en la que la misma realidad del Estado ha sido desbordada por ámbitos políticos más amplios y flexibles- en lugar de construir una Administración autonómica adaptada a las muchas competencias que le confiere el Estatuto en coherencia con la realidad catalana. Ello le ha llevado a la ineficacia en la gestión y a la bancarrota financiera. En su empeño puramente ideológico de ir contra Madrid ha desaprovechado los mecanismos que la realidad política de España le ofrecía: de ahí los déficit en infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, aeropuerto, puertos, tecnologías), en educación superior, en sanidad, en equipamientos culturales.

Para legitimar esta política, Pujol ha echado mano de la conocida cantinela victimista basada en una historia y una cultura míticas, sobredimensionando una inexistente y metafísica Cataluña nostálgica y melancólica -¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?- que le reportó buenos rendimientos durante unos años, pero que en la última década está cansando a sus propios partidarios: de ahí los decrecientes resultados electorales de estos últimos años.

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Este cansancio es el verdadero problema de fondo de CiU, el cual no se resuelve cambiando la retórica del nacionalismo esencialista de los llamados "talibanes" por el nacionalismo humanista de Duran Lleida o de la Fundación Barcelona, sino, en todo caso, estableciendo un nuevo modelo de Cataluña que abandone los mitos de la soberanía y de Guifré el Pilós y busque su encaje en un mundo globalizado. Todo ello, con Pujol en la presidencia de la Generalitat y en la dirección del partido, se hace extremadamente difícil.

Hasta ahora, el modelo de Cataluña que ofrecía CiU era el único existente para atraer a un electorado conservador y centrista. El reto futuro del PP catalán es construir un modelo de país que constituya una verdadera opción, para estos sectores, frente al modelo pujolista. A partir de este segundo mandato de Aznar y de sus resultados electorales en Cataluña, el PP tiene fuerza y penetración social suficiente para cobrar personalidad propia y atraer a un sector importante de ciudadanos que, cansados de CiU, cansados del disparate y de la insensatez, buscan opciones más adecuadas a nuestros tiempos. Pero, en todo caso, esta opción del PP está todavía por construir.

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