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Los romanos del estuario del Bidasoa

Es un museo breve, pero intenso, como debió ser la presencia romana en el País Vasco septentrional, que hasta hace 50 años se consideraba inexistente. Ahí está la gran aportación de las excavaciones arqueológicas que entre 1971 y 1972 se realizaron en la ermita de Santa Elena de Irún: la confirmación de que el lugar de Oiasso era algo más que una cita en la Geografía de Estrabón y de que se trataba de un hito indispensable en el tráfico de mercancias entre Aquitania e Hispania, además del puerto fundamental de la cornisa cantábrica junto con el de Flavióbriga. Aquellos dos primeros años del decenio de los setenta fueron dos intensos años de excavaciones, en los que se descubrió una interesante necrópolis romana de incineración (106 recipientes) que sería la base del Museo de Santa Elena; que lleva el subtítulo de "El bajo Bidasoa en época romana".La populosa bahía de Txingudi y la configuración actual del estuario del Bidasoa poco tienen que ver con el paisaje que transmiten los pocos textos de la Antigüedad que citan el norte de la Península Ibérica. Es más, costaría reconocer, en este magma urbanístico con la mayor parte de sus caudales encauzados artificialmente, el panorama que tenía aquel territorio más que susceptible a las mareas del Cantábrico, protegido por el cabo Higer de Hondarribia. Pero los romanos del Alto Imperio supieron encontrar la forma de crear sólidos muelles en las orillas del Bidasoa, al que hicieron navegable en una buena parte de su último recorrido, vía de comunicación que complementaba a la calzada que unía la actual Tarragona con la citada Oiasso.

LO QUE HAY QUE VER

El profano mira desde el coro hacia la planta de la ermita de Santa Elena de Irún y sólo llega a percibir los restos de dos construcciones rectangulares y varias vasijas repartidas por el suelo. Menos mal que un audiovisual explica de manera clara que se encuentra ante una necrópolis de los dos primeros siglos después de Cristo, que albergó, por lo menos, a dos niños, y que se utilizó de manera intensa en poco tiempo.También se enterará de que la edificación más pequeña corresponde a un mausoleo de una familia poderosa que, en lugar de enterrar a sus muertos en jarras de cerámica común, lo hizo en una de vidrio, con un asa decorada, que se exhibe en la planta baja, como una de las joyas de lo hallado en el estuario del Bidasoa. Junto a esta excepción se muestran algunas de las decenas de jarras de cerámica que se rescataron en la excavación. Todas ellas estaban en muy mal estado, debido a los continuos anegamientos del Estebenea, ahora canalizado, que pasa junto a la ermita de Santa Elena. Y no hay que olvidar los objetos que se introducían en las urnas para que acompañaran a los fallecidos a la hora de encontrarse con Caronte ante la laguna Estigia: cuentas de vidrio azul, anillos de plata, pasadores de alambre, ungüentarios de vidrio,... Además se muestran otros objetos hallados en las excavaciones del Bajo Bidasoa como monedas de bronce halladas en Behobia, apliques del mismo material encontrados en el cabo Higuer, o picos mineros que proceden de las minas de Arditurri, de tosca factura, pero de forma muy similar a la actual. El trabajo de la guía del museo, complementado por el citado audiovisual, son básicos para desentrañar el significado de estos objetos recuperados hace cerca de 30 años. Pero quien desee dar un paso más en el conocimiento de aquellos siglos oscuros, de los que no queda apenas documentación escrita, tiene dos obras de consulta imprescindible: una, la guía del museo, titulada El bajo Bidasoa en la época romana; otra, la memoria de la excavación dirigida por Ignacio Barandiarán, Manuel Martín-Bueno y Jaime Rodríguez Salis, Santa Elena de Irún, que supuso el número uno de la colección Oiasso dedicada a la romanización en territorio guipuzcoano.

Dirección: Ermita de Santa Elena, Barrio de Santa Elena, Irún

Teléfono: 943 649200.Entrada: gratuita. Horario: martes y jueves, de 10.00 a 12.00; sábados, de 11.00 a 13.00 y de 16.00 a 18.00. Domingos y festivos, de 11.00 a 13.00. Lunes, miércoles y viernes, cerrado. Fecha de inauguración: el 13 de diciembre de 1981, justo diez años después del comienzo de la intervención arqueológica que descubriría una de las mejores muestras de la presencia romana en el norte del País Vasco.

¿Y cuál es la referencia actual de esa enigmática Oiasso, también conocida por Oiarso, Oiasouna, Ossaron, etcétera? Todas las pruebas arqueológicas ubican este lugar en el territorio que actualmente ocupa Irún, sobre todo tras el descubrimiento del depósito arqueológico de la plaza de Santa María del Juncal, aunque también tendría ramificaciones hasta la actual Rentería, sin olvidar a Oiartzun, nombre que se cree derivado de aquel topónimo romano.

La ermita de Santa Elena responde al emplazamiento siempre algo apartado que ya los romanos daban al lugar de residencia de los muertos y que se ha mantenido en la tradición cristiana actual. Está ubicada a unos 500 metros de esa plaza de Santa María del Juncal y se considera muestra de las ermitas con más tradición de Guipúzcoa, aunque la advocación sea extraña en el territorio. Hay que tener en cuenta que esta santa del siglo IV (natural de Bitinia, en el Asia menor, madre del emperador Constantino y promotora del culto a la Santa Cruz) sólo cuenta con otra ermita guipuzcoana, en Mutriku.

Para aquel siglo IV, por el lugar de Irún donde luego se ubicaría la ermita, ya habían pasado generaciones de vascones (y también algunos várdulos cercanos) que trabajaban o colaboraban con el Imperio Romano. Los datos recogidos por los arqueólogos así lo certifican. Y es que el museo de Santa Elena cuenta con el atractivo de que el Ayuntamiento de Irún apuesta por las visitas guiadas, para que las piedras y objetos del yacimiento arqueológico hablen, a través de la cicerone, al público en general.

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Porque frente a otros museos más espectáculares en continente y contenido, el de Santa Elena es de austeridad absoluta. No hay que buscar entre las piedras de esta ermita grandes montajes espectáculares. Está dividido en dos espacios. En parte de la planta baja se exhiben piezas correspondientes a la presencia romana en el área de la desembocadura del Bidasoa, sobre todo de cerámica, como corresponde a la mayoría de los materiales encontrados en la necrópolis. Con pequeños resúmenes se explica la actividad cotidiana de la zona en tiempos de los romanos: la minería en las cercanas Peñas de Aia, el comercio fluvial, marítimo y terrestre que se concentraba en Oiasso, los rituales funerarios que se practicaron hace 2.000 años en ese mismo lugar en el que se encuentra el visitante y la continuidad histórica que se ha mantenido desde aquella presencia romana.

Y ya en la primera planta, se ha aprovechado el coro de la ermita para ofrecer una visión desde lo alto de la distribución de los edificios de la necrópolis (de los que sólo quedan los cimientos), uno de los cuales se convirtió con el paso de los siglos en templo protocristiano.

El Museo de Santa Elena ha hecho de la escasez virtud y, ante la falta de materiales vistosos (como los que puede haber en el Museo de Navarra) se ha optado por presentar de la manera más clara posible el trabajo posterior que los detectives-arqueólogos han realizado en estos últimos veinte años con estas piezas y que cambiaron determinantemente la concepción tradicional de la Romanización en el País Vasco.

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