Campaña demediada
La personalización de la política tiene inconvenientes, pero favorece el establecimiento de un vínculo directo -un contrato de confianza- entre gobernantes y gobernados. En la era de la información resulta inevitable esa personalización. Por eso es doblemente lamentable que la campaña se cerrara anoche sin que los electores hayan tenido oportunidad de cotejar a través de un debate en televisión las propuestas de Aznar y Almunia, los dos únicos candidatos con posibilidades reales de encabezar el próximo Gobierno.Aznar se ha cerrado en banda a cualquiera de las fórmulas posibles: debate a dos, a tres, a cuatro... Su negativa a confrontarse en directo con otros candidatos retrata todo un estilo de hacer política. No se trata de hacer lo que piden los ciudadanos, sino lo que a él le conviene. Y ni siquiera se siente obligado a justificarlo. En 1999 no hubo debate sobre autonomías en el Senado porque era año electoral y no estaba el horno para esos bollos. Ya en 1996, estando en la oposición, Aznar desestimó la posibilidad de un debate televisivo con González, al que rehuía con un temor inescondible, simplemente porque las encuestas le ponían en ventaja. En el año 2000, con su rechazo a la confrontación dialéctica, el presidente del Gobierno ha marcado una regresión en los modos democráticos de este país.
No es el único: excluir a los medios de comunicación estigmatizados desde el Gobierno -el primer periódico y la primera radio del país, entre otros- para realizar declaraciones y conceder entrevistas es revelador de un talante autoritario. En democracia, y más en periodo electoral, un político está obligado a afrontar con coraje el desafío de los medios, que no son otra cosa que una expresión más del pluralismo de una sociedad. Con estos renuncios, la credibilidad de Aznar queda por debajo de los mínimos exigibles, aunque haya conseguido lo que se proponía: enfriar al máximo la campaña.
La falta de debate ha corroborado el carácter plano de una campaña contradictoria. No ha tenido la agresividad de las dos anteriores, pero tampoco ha conseguido atraer la atención. El PSOE tomó la iniciativa con una propuesta totalmente novedosa en este país: la unión de la izquierda. Pero en vez de jugar a fondo esta carta ha lanzado mensajes en múltiples direcciones. En política, quien quiere abarcarlo todo corre el riesgo de acabar apretando poco. El PP, cogido a contrapié, rehízo la marcha de campaña por el procedimiento del goteo de promesas y regalos, que de todo ha habido en la cesta de la derecha. El resultado es que la campaña ha parecido en ocasiones más una tómbola que una palestra política. La subasta alcanzó su cenit cuando cayó la lluvia de propinas sobre los pensionistas.
La recta final ha traído un cierto cambio de tono. Almunia, al estilo de lo que había hecho Maragall en Cataluña, propuso 18 medidas para los primeros 100 días, una iniciativa que tiene carácter de contrato con los ciudadanos. Convergència i Unió hizo públicas las 12 condiciones, elásticas y adaptables, para pactar con el futuro Gobierno. Aznar no quiso ser menos y presentó a última hora ocho puntos sobre los que alcanzar una política de consenso. Ocho materias que en gran parte resumen aquello que el líder del PP prometió hace cuatro años y no ha sido capaz de cumplir; en algunos casos, ni siquiera de abordar.
La bonanza económica vivida desde hace seis años (no cuatro, como repite una y otra vez el Gobierno) ha llevado a Aznar a tratar de colocar la fantasía de que, en otra legislatura más, España va a convertirse en "el mejor país de Europa". Si Aznar ha llegado a creérselo desde el recinto de La Moncloa es que ha desperdiciado la campaña para intentar conocer esa otra España, tan real como la del bienestar, que padece más paro que ninguno de los países de su entorno, con desigualdades, pobreza, restricciones de agua y baches en las carreteras. Una España muy distinta a la de las privatizaciones y las decenas de miles de millones de las stock options que han ido a parar a sus amigos.
Queda la cuestión vasca. ETA se ha expresado con su modo propio de actuar, que es el asesinato, al que ha puesto letra política, dejando sin sentido cualquier sueño pacificador por la vía de la tregua. Puede que en el País Vasco se vaya a votar con miedo, pero nadie podrá alegar engaño ni buena fe. ETA ha dejado las cosas más claras que nunca. Todo lo demás es letra pequeña: incluso la imprudencia de Aznar al utilizar electoralmente la cuestión terrorista. ETA ha jugado la consigna de la abstención con todas las consecuencias: amedrentando a la ciudadanía hasta el último momento. Ir a votar será mañana en Euskadi un acto de máxima responsabilidad política. Por eso resulta preocupante que en el resto de España la abstención aparezca como una amenaza. Antes de quedarse en casa sería bueno que los ciudadanos pensaran en el País Vasco. Así comprenderán el valor del voto. Porque la elección de un buen Gobierno concierne a todos.
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