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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar se repite

José María Aznar presentó ayer una lista de ocho materias sobre las que pretende alcanzar un amplio consenso y se curó en salud al reconocer que la mayoría de esas propuestas ya figuraban en su programa de 1996. Pero lo que resulta llamativo es que este catálogo de objetivos es también en buena medida el de promesas incumplidas en la última legislatura. Es obvio que cuatro años no dan para todo, pero en algunos casos Aznar ni siquiera se ha estrenado: léase justicia, ley de financiación de partidos, autonomía de las televisiones públicas, plan hidrológico... Pero, por tarde que sea, bien está que el candidato del PP los recupere en su agenda de cuestiones urgentes.Dice el secretario de Relaciones con las Cortes que el programa del PP "es el del sí", mientras que el de los socialistas consiste en "decir que no a todo". No es justo: Almunia acaba de presentar una batería de compromisos a desarrollar en los primeros cien días de gobierno. Pero además, es lógico que en unas elecciones generales sea el Gobierno quien rinda cuentas y la oposición quien se las pase. Por eso, el primer argumento de los partidos que no gobiernan ante las propuestas del partido que lo ha venido haciendo es decirle: si era tan necesario, ¿por qué no lo hizo en estos cuatro años? Así reaccionó el PP en 1996 frente a las promesas de Felipe González, con la particularidad de que ése ha seguido siendo su discurso también desde el poder -como oposición de la oposición-, en una distorsión de la lógica del sistema parlamentario.

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Aznar ofrece ahora ocho pactos de Estado sobre promesas que ya hizo en 1996

Ahora le toca a Aznar reconocer que sus promesas de hoy ya las hizo hace cuatro años. Eso no les quita interés. Varias de ellas -plan hidrológico, financiación de los partidos, RTVE- forman parte también del paquete urgente de Almunia, por lo que se supone que, gane quien gane, no habrá dificultades para forjar un sólido acuerdo parlamentario.

Otras resultan sorprendentes: un pacto sobre la justicia es lo que ha propuesto Almunia a Aznar, con éxito cero, cada vez que le ha visitado en La Moncloa. No parece presentable que algo sea urgente o prescindible según lo planteen los nuestros o los otros. Lo de impulsar una "drástica reducción de los gastos electorales" suena a broma dicha al mismo tiempo que se rechaza por enésima vez un debate en televisión. Nada abarataría tanto las campañas. También figuraba en el programa de 1996 la fijación de un sistema estable de financiación autonómica, pero son los socios de entonces los que exigen una nueva fórmula.

Con buen criterio, Aznar ha sacado del paquete el terrorismo, prefiriendo reiterar los principios con la sobriedad que le ha faltado en estos días. Entre esos principios debería estar el de evitar acusaciones como las que se han cruzado irresponsablemente algunos líderes de los dos primeros partidos. Lleva razón Aznar al recordar que no es cierto que los partidos constitucionalistas carezcan, como repite el presidente del PNV, de una alternativa a Lizarra. La tienen, y consiste en la defensa del Estatuto de Gernika como marco de convivencia de todos los vascos.

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