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Repercusiones en Cataluña FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

En las elecciones del próximo domingo se eligen, como es sabido, diputados y senadores y, por tanto, el resultado que más importa es el que afecta a la futura composición de estas cámaras, comunes a todo el Estado. Tiene una significación especial, por supuesto, el resultado del Congreso, que debe determinar la configuración del futuro Gobierno.Sin embargo, más allá del resultado global, estas elecciones tienen un interés especial en Cataluña ya que, por diversas causas, contribuirán decisivamente a suministrar ciertas claves necesarias para redefinir el mapa específico de las fuerzas políticas catalanas debido a que se celebran en una coyuntura política muy especial. Por una parte, estas elecciones cierran un proceso electoral completo -elecciones municipales, europeas, autonómicas y, ahora, generales- que ha discurrido en el breve periodo de nueve meses y del que todos los partidos sacarán conclusiones finales; y, por otra, también todos los partidos -aunque unos más que otros- deben abordar problemas internos que afectan a su identidad y a su estrategia general para el futuro inmediato.

No hay duda de que si el PP mejora en Cataluña de forma sustancial sus resultados de 1996, tal como prevén todas las encuestas, se confirmará la línea política actual que tiene como figuras clave a Alberto Fernández y a Josep Piqué. Más complejo y sutil deberá ser el análisis del resultado que obtengan los socialistas catalanes, los cuales deben afrontar en los tres meses próximos un delicado periodo congresual en el que las diferentes sensibilidades presentes en el PSC deberán confrontarse y llegar a algún tipo de síntesis que, por el momento, no está ni mucho menos definida. Es obvio, también, que la apuesta de ERC por inclinarse hacia la izquierda y distanciarse de CiU -reflejada en su participación en la candidatura conjunta con el PSC e IC al Senado- es una arriesgada prueba respecto a un electorado que, en muy buena parte, tiene más cosas en común con un partido autónomo catalán como Convergència que con un partido que tiene como referente un partido estatal y, para muchos votantes de Esquerra, de neto cariz españolista como es el PSOE. Por último, el pacto entre Almunia y Frutos ha puesto sobre el tapete el suicidio electoral que suponía la división entre IC y EUiA. La recomposición inevitable de este espacio a la izquierda del socialismo se hará bajo la hegemonía de uno u otro sector según el balance que se haga del conjunto de los resultados electorales últimos.

Pero a quien más puede comprometer el resultado del domingo es a CiU. En efecto, no sólo pueden perjudicarle sus propios resultados, sino también los ajenos. Las encuestas del último domingo le vaticinan un apreciable descenso de votos que es perfectamente creíble. La especial coyuntura en que se encuentra CiU puede ocasionarle pérdidas por parte de electores muy diferenciados: los que le acusan de derechización y de nacionalismo tibio por su pacto con el PP -electores que fácilmente pueden trasvasar su voto a ERC-, los que le retiran la confianza por lo contrario (excesiva radicalización nacionalista puesta de manifiesto en la Declaración de Barcelona junto al PNV y al BNG o en la Ley de Política Lingüística, entre otras muestras), que darán el voto al PP. O bien unos terceros que ya votaron a Maragall en las autonómicas pasadas y están descontentos con el Gobierno de Pujol por su ineficacia y mala gestión administrativa y financiera, los cuales pueden orientar su voto hacia el PSC. Cualquiera de estos tres argumentos puede, además, conducir a una postura abstencionista y, en todo caso, sumados todos, es probable que ocasionen a CiU una importante pérdida de votos.

Pero los resultados ajenos pueden todavía empeorar su situación. En caso de que el apoyo de sus diputados no fuera necesario para formar Gobierno en Madrid -supuesto improbable, pero no imposible-, ello podría tener consecuencias en el Parlamento de Cataluña, donde tras las últimas elecciones la situación de CiU es extremadamente débil y depende de la colaboración del PP o de ERC.

En efecto, si los votos de CiU no fueran necesarios para un Gobierno estable del PP porque éste lograra mayoría con sus propios votos o con el soporte de otras minorías, es muy probable que la ya problemática alianza en Cataluña del partido de Aznar con el de Pujol durara sólo muy escasos meses. Entonces sólo la "equidistante" ERC podría salvarle, aunque a un precio que ni Unió ni el sector moderado -hoy en alza- de Convergència estarían dispuestos a aceptar y la crisis interna en CiU -hoy latente- afloraría al exterior. En este caso, es probable que la oposición no lograra ponerse de acuerdo en un candidato a presidente para llevar a cabo con éxito una moción de censura constructiva que hiciera dimitir a Pujol, pero tampoco es imaginable que un Gobierno de Pujol tan débil durara tres años más. La disolución y nuevas elecciones se harían, en este caso, inevitables. Probablemente, habría llegado la hora de Maragall y el comienzo de una nueva etapa en la política de Cataluña.

Tres días antes de la fecha electoral, la futurología es sólo mera especulación. Pero, en todo caso, es seguro que, aparte del resultado global en el conjunto de España, los resultados en Cataluña tendrán una importancia específica para determinar el rumbo inmediato de los partidos catalanes.

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